Cineasta blanco, corazón negro.
Aventuras
y desventuras cinematográficas del continente africano.
Jesús
Lens
Ultramarina
Granada,
2013
569
páginas
Viajar
con el corazón
Resulta
imposible atravesar todas las experiencias. De ahí que se nos haya dado la capacidad de vivir a través de los otros.
Reconocer los sentimientos de los demás es empatía. Sentirlos con la intensidad
con que los otros los sienten, es compasión. Esta es la explicación que nos ha
llevado a cultivar la pasión durante las escenas que pasaban ante nuestros ojos
en programas como Al filo de lo imposible.
Por no hablar de otras series documentales como las maravillosas Planeta humano o Tierra. Este es el argumento que podría justificar el cine erótico,
e incluso el pornográfico si hubiera alguna cualidad estética en él. Porque en
el cine erótico uno puede creerse enamorado, algo que no ocurre frente a la
pornografía. Y enamorarse genera
intensidad de sentimientos, sobre todo de buenos sentimientos. Uno puede
enamorarse de una persona, que tal vez sea la forma más sabia de encauzar el
amor, pero también de las montañas, de las puestas de sol, de los deportes de
naturaleza, de la euforia de la amistad, del oro que baña la piel del melocotón
o de la mirada que te devuelven los seres a quienes salvas, aunque sólo sea
para que vivan un minuto más. Y también puede enamorarse del cine.
Lo contrario a la dicha del
enamorado, puede ser la avaricia o la ambición, la
violencia o incluso la inteligencia más epidérmica. Puede ser el asesinato y
puede ser la envidia. Como la envidia que se gesta entre el hombre sedentario
incapaz de comprender al hombre de acción. Al ver a un par de tipos ascendiendo
por las Torres del Trango, uno puede
tacharlos de locos o desear ponerse en su piel. A uno le gustaría haber abandonado
su hogar para acompañar al Doctor
Livingstone, o puede opinar que el misionero británico hubiera estado más a
gusto en la mecedora junto al fuego. Se puede desear repetir la ruta de Marco Polo o creer que no hay necesidad
de pasar hambre y sueño. Cabe admirar al que recorre América en canal, montado
en bicicleta, o preferir no enterarse de que existe esa versión tan apasionada
de la existencia, defendiendo a capa y espada la vida de asfalto. La pregunta a
que llegamos, tras reflexionar sobre la elección de vida que uno hace, es ¿por qué se considera la vida de acción más
intensa que la vida contemplativa?
Afortunadamente,
el cine ha venido para enseñarnos que el uso de la compasión no beneficia
únicamente a los demás. Cuando vemos una película, los sentimientos que baten
dentro de nosotros son tan intensos como los que tendríamos en caso de ser los
protagonistas. La contemplación pasa a poseer la potencia de la acción. Y es esta
cualidad, la que nos hace reconocer
dentro de nosotros buenos sentimientos buenos, como si estuviéramos enamorados,
la que hace de obras como El hombre que
mató a Liberty Vallance una obra maestra, y reduce a directores como Tarantino al grado de virtuosos
energéticos. Ver una película es viajar. Y de todos los continentes, el más
romántico y el más peligroso, es África. Jesús
Lens ha viajado por África a través de las películas que en él se han
rodado. El recorrido nos lleva desde el realismo documental de 14 kilómetros, de Gerardo Herrero, en un viaje hacia el sur, hasta Distrito 9, la obra de ciencia ficción
que dirigió Neill Blomkamp. Por el camino
quedan clásicos como Casablanca o Memorias de África, documentales tan
imprescindibles como La pesadilla de
Darwin y obras casi marginales, al estilo de El último tren a Katanga. De todas ellas nos va hablando Jesús Lens
con el acierto que es entregarse a la divulgación. Pero con algunos errores que
cabría corregir con facilidad, como esa costumbre de relatar los finales. O los
lugares comunes a los que recurre en las escasas ocasiones en que entra en
análisis crítico, limitándose a unos pocos adjetivos, cuando cabría más cancha
al razonamiento, aunque esta pega bien puede ser orgullo de lector. El grueso
del libro lo componen largas sinopsis de
las películas, algunas no muy necesarias, dado que casi todo el mundo ha podido
verlas en más de una ocasión. Hay alguna intervención directa del autor,
reseñando parte de sus viajes o citándose a sí mismo, y alguna intromisión de
carácter entre periodístico e histórico, que resultan las más acertadas. Y
luego están esas anécdotas de los rodajes, a las que, tal vez, se podría haber
sacado más partido, pero que poseen encanto para los amantes del cine. Cineasta blanco, corazón negro, es un
libro lleno de buenas intenciones. Algo que puede ser insuficiente, pero que
resulta conveniente poseer para gestionar en condiciones la compasión.
Fuente: La línea del horizonte
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