Diario de un viaje a las
Hébridas con Samuel Johnson
James
Boswell
Traducción
de Antonio Rivero Taravillo
Pre-textos
Valencia,
2016
558
páginas
James
Boswell (1740 – 1795) es el mejor prosista de la historia. O al menos tan bueno
como el mejor. Lo es en inglés y en traducciones como la de Rivero Taravillo,
que respeta mucho el sonido purísimo del original. Esa es la razón que hizo de
él un autor de referencia para Robert Louis Stevenson, quien confesaba leer
cada día unas pocas páginas de la biografía que Boswell de dedicó a su amigo
Samuel Johnson (1709 – 1784). Es posible que en ese género tan áspero, sea la
mejor biografía jamás escrita. Al menos eso consideran quienes disfrutan
leyendo biografías. El tono de esa obra inmensa, de casi dos mil páginas, es
idéntico al de este libro de viajes por Escocia, un proyecto más modesto pero
otra loa a la sabiduría de Samuel Johnson. A fecha de hoy, para comprender bien
este libro debemos enmarcarlo en el siglo XVIII: entonces existían paredes de
granito que separaban las clases sociales, y uno de ellos tiene que ver con la
erudición, con el acceso a la educación, con la especie intelectual. El acceso
a ella dependía en buena medida de la cuna.
“El
doctor Johnson no quiso ver el bosque. Siempre decía que no había ido a Escocia
a ver lugares bonitos, de los que había suficientes en Inglaterra, sino cosas
salvajes: montañas, cascadas, costumbres peculiares; cosas que no hubiera visto
antes, en suma. Creo que en ningún momento sintió demasiada afición por la
belleza rural. En cuanto a mí, la que siento es bien escasa”. ¿Costumbres
peculiares? ¿A qué se refiere con ese adjetivo, si luego no se acerca al
entorno rural? ¿Negarse a ver un bosque porque no es salvaje? El párrafo es
demoledor si nos atenemos al juicio actual. No debemos caer en esa trampa. Al
igual que no debemos caer en la universalización de los juicios de Samuel
Johnson. Buena parte del libro está montado sobre los diálogos que mantenía con
los teólogos, abogados o filósofos que iban conociendo. Y cada diálogo termina
con el buen juicio de Johnson sobre uno u otro asunto, aunque siglos más tarde
su posición sea difícil de mantener: “mi ánimo siempre se impresiona con
admiración ante personas de alta alcurnia”, es un complejo del autor que no
aceptamos con agrado. Pero no sigue vigente su forma de razonar, que reproduce
en buena medida la prosa: serena, permitiéndose pensar lentamente, escuchando,
emulando a Sócrates, quien, sin duda, y tal vez sin saberlo Johnson, fue su
maestro. Para ser sublime sin interrupción, uno tiene que expresarse
deliberadamente despacio.
Queda
en evidencia que el viaje a Escocia es un pretexto para hablar del alto valor
moral que puede alcanzar el hombre. En este caso, representado en Samuel
Johnson, quien huye de cualquier forma de violencia, incluida la burla o la
sátira, prefiriendo reflejar sus pensamientos en juicios claros, hablando solo
de aquello sobre lo que ha tenido tiempo de reflexionar, hasta el punto de
permitirse tener una opinión propia. En su momento, pocas mentes debían estar
tan alejadas de los lugares comunes, a pesar de ser cristiano hasta las cachas,
lo cual le obliga a sostener un parecer que no contradiga su fe. Boswell busca
que el lector admire a Johnson y a este le concede carta de naturaleza para
decir lo que quiera en sus especialidades: la abogacía, la ética, el discurso
poético, la teología y algunas variedades del saber que todavía no habían
alcanzado el grado de especialidad, como la comprensión del hombre en tanto que
ser social, o la refutación del ingenio como fuego fatuo, a favor de la
conciencia moral que respete al prójimo.
Escrito
en forma de diario, sereno, este libro complementa al que el propio Johnson
escribió: Viaje a las islas occidentales
de Escocia. En cuanto a otros términos literarios podría debatir cuál es
mejor de los dos. Pero en cuanto a la prosa, el alumno aventaja al maestro.
Fuente: Culturamas
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