Cape Cod
Henry
David Thoreau
Traducción
de Héctor Silva
Baile
del sol
Tenerife,
2015
230
páginas
“¡Los
anales de esta playa voraz! ¿quién podría escribirlos, si no fuese un marinero
náufrago”.
Naufragio.
Esa es la palabra. Con naufragio se resume todo lo que Cape Cod significa: su aroma, los deseos frustrados, la lentitud de
cada paso, el viento y la desdicha del viento, la leyenda si es que cabe
calificar como leyenda las pequeñas historias, los hechos que se dice que
sucedieron en la región abandonada de Cape Cod. Abandonada por lo civilizado. Así
es este libro en el que Henry David Thoreau (Concord, Massachusets, 1817 –
1862) sigue siendo el mismo Thoreu de siempre. El de los minúsculos sucesos en
que se concentra la esencia del universo. Porque todo existe para volver a ser
la huella que uno está dejando en el camino. Esa es la forma de viajar de
Thoreau: el viaje a pie, el caminar, la excursión pateando. Y nadie se imagina
una excursión a pie por un lugar civilizado. Caminar es caminar al aire libre.
Y a partir de varios de esos paseos, dándoles continuidad, como si se tratase
de un único acto, Thoreau se aproxima a la región de Cape Cod. A un trozo de
mapa en la costa. Pero no es la orilla lo que más le interesa, ni tampoco el
mar. Aunque no reniega de ellos y sabe que son parte imprescindible de la vida
natural de la zona, y en cuanto puede se aleja un poco para observar lo que
forma parte de los otros, él se concentra en la costa. Es decir, más hacia el
interior. En donde puede dar rienda suelta a ese naturalista que es, en una
época en la que todavía no había nacido la biología y ser naturalista era
cometer múltiples errores de interpretación. Pero observar mucho.
Este
es de nuevo Thoreau. El hombre que pretende visitar los lugares donde los demás
aseguran que no hay nada que ver. Apartados del mundo civilizado. Deseando
sentir nostalgia hasta por lo que no ha vivido. De ahí que el libro comience
con un naufragio, del que se describen los restos que llegan a la orilla, sin
inmiscuirse en lo obsceno. Tan reposado al escribir como al caminar, pues
consideraba que no valía la pena tener prisa si todos los caminos terminarían
por conducirle a su villa natal, a Concord, le llama la atención tanto la gente
que vive una supuesta existencia de Beatus
Ille, aunque tal vez no elegida, como los pájaros o las hojas de los
árboles. Thoreau es de los que se proponen ser sublime sin interrupción. Lo
cual, en los tiempos que corren, es un regalo. Porque eso pretende con sus
escritos, regalarnos un rato de sosiego. A Thoreau no se le puede leer deprisa.
Se le debe leer con la lentitud con que cambia la Tierra, que es el verdadero
tema de su obra. Thoreau, el creador de la desobediencia civil, es en lo que
respecta a lo ecológico un conservador. Porque maldice la destrucción. Pero
conserva siempre, a lo largo de cada página, ese poso de naufragio pero sin
caer en los sentimientos. Consigue ser un poeta sin lírica. Un estilista sin
estilo. Un sabio con nada personal que contar, a no ser que consideremos que
dar fe de la belleza de un naufragio sea un relato.
Fuente: Culturamas
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