Cuentos de Kamante
Memorias
de África
Traducción
de José Luis Fornieles Alférez
Confluencias
Almería,
2015
155
páginas
Viajaba
en el metro una mañana de otoño en que llevaba bajo el brazo un portafolios con
muestras de mi trabajo para ir presentando a las editoriales cuando escuché a
dos jóvenes mantener la siguiente conversación:
-¿Memorias de África? Esa
película es un pastel
-Si
una parte de la película es un pastel es porque la historia pretende ser un
pastel. Que tú no seas goloso no es ningún criterio cinematográfico.
Aunque la película nos aproxime a la figura de
Karen Blixen y a sus años de vida en Kenia, en realidad sus cimientos no son el
libro que lleva idéntico título. Si uno lee las cartas de la baronesa,
encontrará más lazos con la historia que Sidney Pollack llevó a la pantalla que
con ese Memorias de África impreso,
uno de los mejores libros del siglo XX.
Pero
tanto en la película como en el libro existe un personaje fundamental, la
representación, hecha hombre, de los engranajes emocionales de Isak Dinesen con
África, con su plantación de café, con los paisajes y el tiempo reposado y las
puestas de sol, como un nudo rojo que cae a toda pastilla, en África. Ese
hombre es Kamante, su mayordomo, su amigo.
Años
después de su partida de África, esa que en la película sabe a despedida, el
fotógrafo y escritor Peter Beard, enamorado del texto, pensó en añadirle una
pata más a la silla sobre la que nos sentamos a vivir África cuando leemos a
Isak Dinesen: faltaba el testimonio de la melancolía que se quedó allí,
muriendo un poco. Beard se puso en contacto con Kamante y le sugirió que si
escribía sobre las memorias que conservaba de la baronesa, los fantasmas que
nos unen al pasado cobrarían una más afortunada vida. Mientras Kamante escribía
estos párrafos, intensos, orales, ingenuos y por tanto sinceros, en los que eso
que uno llamaría amor, de no estar la palabra tan sobada como para perder su
sentido, es el tema de su pensamiento, Beard recopilaba fotografías y dibujos
de los tiempos en que Karen Blixen vivió allí.
Un
libro en el que alguien como Kamante pone su corazón al desnudo por cariño a
otra persona, ornado con hermosas imágenes, incluidas las dibujadas por el hijo
de Kamante para ilustrar fábulas de Esopo, se merecía esta hermosa edición que
Confluencias lleva a las librerías. La cubierta ya reproduce la de la primera
edición de Memorias de África, y el
formato es el de un álbum ilustrado. Desde el bitono sepia al tacto del papel,
parece que estuviéramos estrenando un libro casi viejo.
Karen
Blixen, o Isak Dinesen, es, quizás, la escritora que aúna mayor respeto por
todo el mundo, incluido quien no la ha leído pero ha visto, por lo general más
de una vez, la película Memorias de
África. Y este libro, estos Cuentos
de Kamante, al igual que el libro de memorias que comienza recordando que
ella tuvo una granja en Kenia, nos hace sentir esa melancolía purísima. Por
alguna razón que no es posible traducir en palabras, nos hace recordar todos los
buenos seres que fuimos, y solo los buenos seres que fuimos, en el pasado.
Fuente: Culturamas
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