Lho Gyelo. La victoria de los
dioses (II)
“Cada bocanada de aire duele, porque te recuerda que estás vivo”.
La
frase es una de las últimas que escribió Iñaki
Ochoa de Olza (Pamplona, 1967 – Annapurna, 2008). Y contiene una extraña asociación entre saber vivir y el imperio
del dolor. Entre la necesidad de emocionarse, aunque sea mediante el daño,
y el único objetivo que tiene materializarse en lo que somos, que es caminar.
Porque resulta posible vivir sin ojos, pero no sin una ruta. Y tampoco sin
compañeros. Esa es la gota de sabiduría que se desprende de la lectura de las
memoria de Iñaki Ochoa de Olza, centradas, casi en su totalidad, en los
episodios más significativos de las aventuras que vivió, o le vivieron a él, en
el Himalaya. De ahí que relate de expedición en expedición, y de pérdida en
pérdida. Su filosofía es clara: sin arriesgar algo es imposible ganar algo o,
dicho de otra manera, o protagonizo con intensidad mis pasiones, o me
transformo en un no vivo.
Tras
una breve reseña de su juventud pirata, idealizada, porque rememorar también es soñar, Iñaki deviene un pájaro, un
espíritu de acción obsesionado por la libertad. Y para él la libertad es soltar
lastre y seguir caminando. La libertad es no poseer, no apegarse a nada y
sentir lo salvaje. Pues en lo salvaje se encuentra algo que uno se atrevería a
llamar la verdad. O al menos una verdad con más certezas que lo opuesto a lo
salvaje, y que es la subsistencia en las urbes y sobre esa materia que segregan
las urbes que es el asfalto, un paraje donde las relaciones humanas se
acomplejan, hasta el extremo de que resulta complicado sobrepasar el contacto
superficial. “Esta lluvia que no para de caer es como la misma felicidad que
experimento: voluble, caprichosa, pero al mismo tiempo real y profunda”, comenta
mientras marcha por los valles de Nepal.
“Y
el que se va a bajar del avión es otro hombre”, explica, después de regresar de
una de sus aventuras. Y esa sensación, como sabe cualquiera que haya
experimentado un viaje, es una droga bastante exquisita. Porque implica a tu
amor propio, pero te hace renegar de la vanidad. Este es un debate que subyace
entre las líneas de tanta descripción de expediciones a las grandes alturas.
Donde resulta que lo que le hace crecer
no es sólo la lluvia o la respiración, sino la presencia del otro. De ahí
que la integridad de Iñaki se exprese a través de la búsqueda de personas dignas. Gente que no es mejor y no se cree
mejor, pero son solidarios. Gente que no se acobarda, que sale al ruedo a
vivir. Y el que apuesta por vivir, vive.
“Ahora Atxo es mi hermano, mis manos,
mi oxígeno”, escribe sobre el desaparecido Atxo
Apellániz, en una hermosa metáfora de lo que significa ser un compañero de
cuerda.
Intenta
“encontrar el camino de menos resistencia, pues nada menos que eso es la
escalada”, sostiene. Y entonces uno se pregunta cuánto hay de meditación en este libro de aventuras. Y le va
saliendo al paso la manera de entender la vida de Iñaki, donde la realidad es
el aquí y el ahora, donde se presta atención a cada bocanada de aire, donde la
vida se reduce a lo sencillo. Donde se aprende estando alerta y se busca
aprender. Una vida en la que los huecos estén llenos, porque la forma es vacío
y el vacío es forma, como formuló Lao Tsé. En la que se renuncie al espíritu de batalla, al conflicto. Una vida en
la que se dimita del pecado del reconocimiento social para alimentar el ego,
porque se es consciente de la nula importancia que tiene para los demás los
récords que uno bata. Porque transformar las expediciones a la montaña en un
deporte, en una competición, es meter al diablo en el cuerpo. Todo esto nos
lleva a valorar a Iñaki no como el gran alpinista que fue, sino también como un
ser humano, un espíritu libre, un nómada, un maestro zen, alguien experto en el
arte de conocerse a uno mismo. De ahí su anhelo por trepar, por estos lugares
tan eternos, “por encima de las nubes,
donde un hombre de coraje puede encontrar los límites de su alma”.
(Fuente: La línea del horizonte)
Bajo los cielos de Asia. Iñaki
Ochoa de Olza. Saga editorial, 2010. 353 páginas. 24,50 euros.
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