Es poco frecuente, y muy improbable, que tomemos prestada una reseña para publicarla. Pero hoy lo haremos porque creemos en el talento de Zadie Smith.
Tiempos de swing
Zadie Smith
Traducción: Eugenia Vázquez Nacarino
SALAMANDRA
432 páginas
HOLLY BASS (THE NEW YORK TIMES BOOK REVIEW) | 03/11/2017
Hay algo hermoso en la manera en que las chicas eligen a sus mejores amigas. Es una experiencia de amor a primera vista que rara vez tiene en cuenta las jerarquías sociales o las expectativas del entorno. Además, puede ser decisiva y cimentar una relación que dure décadas. Así es como la narradora anónima de Tiempos de swing, la última novela de Zadie Smith (Brent, Reino Unido, 1975), conoce a su mejor amiga, Tracey.
Las chicas -las únicas morenas de la clase de danza local- forman una alianza antes incluso de intercambiar una palabra. Y si bien no sabemos la primera impresión que Tracey tiene de la narradora, ésta queda cautivada por ella, que posee, además, un prodigioso talento para la danza del que la narradora carece a pesar de su intensa pasión. Durante su infancia pasan las tardes y los domingos viendo cintas de vídeo con números clásicos de musicales, entre ellos la película de Fred Astaire y Ginger Rogers que da título al libro. Juegan con muñecas y escriben apasionados dramas que se desarrollan entre bastidores, en los que intrépidas heroínas de ojos azules salvan la situación.
Aunque las dos viven en edificios de protección oficial, Tracey vive en un bloque de apartamentos peor con su permisiva madre blanca y soltera. La narradora reside en una construcción más bonita con su padre blanco y su madre negra jamaicana, una mujer autodidacta y ambiciosa. A medida que las niñas crecen y sus caminos se separan, estas sutiles diferencias de estructura familiar y de clase se van agrandando.
Con Tiempos de swing, Smith inaugura el uso de la tercera persona. La narradora no se limita a contarnos una historia; en distintos momentos nos informa de que lo recuerda todo y lo está “poniendo todo por escrito”. Efectivamente, lo que leemos son sus memorias. La novela zigzaguea a través de un cuarto de siglo, desde la primera clase de danza de la narradora a los siete años hasta el escándalo que acaba con su carrera en 2008.
Smith no es ajena a estos marcos temporales tan amplios. Dientes blancos, su brillante primera novela, recorría desde mediados de los 70 hasta 2000. La autora también ha examinado los entresijos de las uniones íntimas en novelas anteriores, ya se trate de gemelos (Dientes blancos), cónyuges (Sobre la belleza) o compañeros del alma (NW London), así como las numerosas maneras en que la familiaridad engendra menosprecio.
En Tiempos de swing capta además las delicadas intersecciones de clase y raza, y brilla al captar el mundo de la preadolescencia, con sus rituales no escritos y su franca sexualidad. Una de las escenas describe cómo Tracey dirige su furia contra la narradora, la cual, en vez de volverse a casa, opta por ordenar un revoltijo arrugado de vestidos de Barbie, “la clase de juego al que nunca se le permitía jugar en casa porque reflejaba la opresión doméstica”. Arrepentida, Tracey acaba por unirse a la tarea. “Juntas pusimos en orden la vida de esas diminutas mujeres blancas”. La escena es divertida, aguda y elocuente. En el siguiente capítulo, la novela da un salto hacia delante, hasta unos meses después de acabar la universidad. La narradora se convierte en ayudante personal de una estrella mundial del pop conocida por el nombre de Aimee, un evidente alter ego de Madonna, incluidos sus dos hijos de diferentes padres, su colección de novios más jóvenes que ella y su bebé africano adoptado por medios dudosos.
La narradora conserva el puesto nueve años -algo inaudito-, durante los cuales no tiene vida propia, amigos o relaciones amorosas, ni ambiciones ajenas a su trabajo. Aimee se convierte en “una persona para la cual concertaba abortos, contrataba a paseantes de perros, reventaba granos, enjugaba las muy ocasionales lágrimas de una ruptura, y otras cosas por el estilo”. La narradora, en otras palabras, ponía “en orden la vida de esa diminuta mujer blanca”. Al adueñarse de la existencia de la narradora -y de la novela-, Aimee la convierte en una especie de empleada doméstica del siglo XXI no muy diferente de las “caricaturas de trovadores, doncellas y mayordomos” que poblaban sus amados musicales. Pero este adueñamiento resulta poco afortunado. Es cierto que hay ideas cuyo origen hay que buscarlo en la realidad desconectada de los ricos y famosos, sobre todo cuando Aimee y su equipo se embarcan en construir un colegio en un pequeño país africano. Sin embargo, estas apreciaciones palidecen en comparación con los sentimientos viscerales que la autora experimenta en relación con los personajes corrientes del noroeste de Londres, como el padre de Tracey, o Tío Lambert, el pariente de la narradora fumador de marihuana, cuyo frondoso jardín “era Jamaica para ella”.
Las indagaciones de la novela en la vida cotidiana de las comunidades de Londres y África contienen ímpetu y especificidad. Es un universo que transmite sensación de realidad. En cambio, los capítulos centrados en Aimee nos arrastran a un lugar parecido a un programa de telerrealidad, entretenido pero apenas digno de recordar.
En las películas musicales, como señala la narradora, la trama nunca es lo importante. “Los reveses de la fortuna, el encuentro entre el raro y la guapa… Para mí no eran más que caminos que llevaban al baile. La historia era el precio que pagabas por el ritmo”. Lo mismo se podría decir de Tiempos de swing. El argumento actúa como vehículo de las cadenciosas digresiones y las poéticas cartas de amor de Smith al cancionero estadounidense, a los genios de la danza negra como Jeni LeGon, a los Nicholas Brothers o a Michael Jackson, y al paisaje nublado del propio Londres.
El primer viaje de la narradora a África en el papel de avanzada de Aimee brinda una de las escenas más vívidas de la novela. Allí ve con sus propios ojos al kankurang, un flautista danzante que se lleva a los chicos al ritual de paso a la edad adulta. Esa “forma naranja que se sacude salvajemente … cubierta de un montón de hojas chasqueantes superpuestas” le parece “un árbol en el resplandor de un otoño de Nueva York que se arrancase a sí mismo del suelo y bailase calle abajo”. Todos los que participan en la escena abandonan sus quehaceres -el taxista, las colegialas, la narradora- para unirse a la procesión. “Aquí está la alegría que he buscado toda mi vida”, proclama. No obstante, la contemplación de esta celebración de la masculinidad le hace preguntarse: “¿Y quién viene a buscar a las chicas?” Una pregunta potente. Su respuesta se manifiesta en la manera en que Tracey y la narradora se convierten en personajes secundarios de un libro que, al principio, parecía que trataba de ellas dos. Nadie viene a buscar a las chicas, por lo menos no a las negras ni a las morenas.
Cuando la narradora pierde el favor de la estrella del pop, no pierde solo su estilo de vida sino también la poca conciencia de sí misma que tenía. “Se me reveló una verdad”, confiesa: “que siempre había intentado pegarme a la luz de otros […]. Me veía como una especie de sombra”. Aunque, ni por su edad, ni por la época, pueda ser calificada de milenial, la narradora de Smith encaja en el actual espíritu de los tiempos, caracterizado por los jóvenes protagonistas perdidos y absorbidos en sí mismos que proliferan en la literatura y el cine. De vuelta a Londres en pleno escándalo sensacionalista, ni siquiera se da cuenta de que su madre, que sufre cáncer terminal, ha sido trasladada a cuidados paliativos. Un vecino al que apenas conoce le da la noticia.
Los personajes antipáticos pueden ser cautivadores, por supuesto, al incitar al lector a seguir adelante por la pura fuerza de su personalidad y por el deseo de ver qué sucesos deliciosamente inadmisibles van a tener lugar a continuación. Pero en Tiempos de swing, hasta Aimee, la diva del pop, se cansa de que su ayudante se pase la vida disculpándose. A los lectores puede pasarles lo mismo. La novela no se sirve del argumento, sino de una serie de pasajes elaborados con destreza, para impulsar la historia a medida que esta oscila adelante y atrás a través del tiempo.
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