Se nos menciona a Pynchon, a Rilke, a Borges y a Kafka como los autores que resuenan en este libro, que es un proyecto pequeño capaz de abarcar algo más que toda una vida. Y, sin embargo, son otros los autores que se le vienen a uno a la cabeza durante la lectura de esta obra maestra de la literatura sin género. Uno piensa en la libertad de Pessoa en el Libro del desasosiego. Si bien, a diferencia del libro sobre el hombre perdido en Lisboa, Solenoide sí produce desasosiego. No se trata de una trampa con ataques de ansiedad, no. Es un desasosiego de bajo voltaje que atraviesa toda la obra, con menos belleza que la de Pessoa, pero porque al contrario que la atracción por la saudade, la Bucarest de Mircea Cărtărescu (1956) es una ciudad con tristeza sin concesiones, es pura ceniza, restos de una ciudad, edificios sin color en calles por las que pasea gente con un trozo de cemento en el alma. Pero también uno no puede evitar referirse a Proust, por la tendencia a la glosa del rumano, por la mirada que aparece, aquí y allá, más narrativa, para mencionar los momentos claves de su pasado, aquellos que le llevan a sumar adjetivos y metáforas de un calado sorprendente. De hecho, cuando Cărtărescu describe, parece que está reflexionando. Y, por comparar este proyecto con algún español, tal vez podríamos mencionar Antagonía. A Luis Goytisolo se le va la mano de vez en cuando hacia el narcisismo literario en su gran obra, algo de lo que se salva Cărtărescu, humilde, tanto como para ser consciente y confesar que solo es capaz de hablar de sí mismo.
A diferencia de las grandes obras contemporáneas, Solenoide es literatura sincera. Digamos, por ejemplo, que el Bolaño de 2666 sustituye la literatura por la literatura. Su novela es juego literario. Solenoide es literatura que bebe de la primera fuente literaria, a saber: la condición humana. Separándonos de celebrados autores metaliterarios, entretenidos, híbridos para llamar la atención, Cărtărescu nos reconcilia con la literatura sincera. Y lo hace de una forma magistral.
El libro está dividido en unos apartados que podrían remitirnos a un diario. Sin embargo, son los cuatro volúmenes integrados los que marcan la diferencia: la definición de la memoria, su pasado, el estigma de la infancia y la estupidez del sistema podrían ser propuestas de centros de interés. Aunque Cărtărescu se permite saltar la cronología, porque la mente no funciona así, primero narrando y luego sacando conclusiones sobre los hechos. La mente funciona de una manera más aleatoria. Algo que Cărtărescu lleva al extremo cuando refleja sueños, que son el paradigma de la función de la víscera que es el cerebro: el que sueña va descubriéndose en el sueño, sus miedos, sus deseos, sus amores, sus desafíos y el manierismo sin el que es imposible poner a cada uno en su sitio. A él recurre Cărtărescu cuando se refiere a alguno de los personajes que saltan a la obra. Por el contrario, Cărtărescu entiende que él es un tipo tímido, mediocre, mediano, con ciertas anomalías en algunas regiones de la mente, con frecuencia hipnóticas hasta la distopía.
Y si se aparece la distopía en una obra de carácter realista, entonces estamos hablando de dolor. El dolor que siente el personaje, el narrador, el eje, que es idéntico al que deben de sentir quienes padecen con él. En este caso, los habitantes de una ciudad que apenas ha abandonado en su vida. Y el dolor máximo es el miedo a la muerte, algo que pudre todo, un exceso de conciencia que contamina las casi ochocientas páginas del libro, incluida la etapa edípica de un Cărtărescu niño. Su vida es algo así como “unas espinitas de pescado colocadas en el borde del plato después de que el verdadero contenido de la vida fuera devorado por los ácidos del tiempo”. Para los amantes del lápiz, el libro, como el de Pessoa, como el de Proust, está lleno de frases como ésta, dignas de ser subrayadas. Aunque la facilidad para la prosa está en función de las filtraciones intolerables que acuden a su memoria, de la injusticia social por razones de cuna, de algo que se asemeja al fracaso, a heredar el pesimismo y dejar el pesimismo por herencia, a lo desvalido que es el cuerpo humano. Cărtărescu es un ateo que desearía que hubiera un dios para consolarse, alguien convencido de que se va apagando desde el día que nace, hasta que llegan los rinocerontes de la noche.
Dolorosos son los episodios en los que narra su estancia, con nueve años, en un sanatorio para niños tuberculosos. El maltrato está a la orden del día, pero, lo que es más grave, no se maltrata por convención, sino por odio. Esta parte de Solenoide nos ayuda a entender el feísmo del que se vale para retratarse:
“A veces siento que, en el espanto y el estremecimiento de mi vida, ya no sé en qué parte de mi cráneo me encuentro”.
También nos ayuda a comprender que se refugie en el yo intelectual para no caer en un sentir desvalido que solo puede llevar a la locura o al suicidio. Es consciente de que sabe mucho, pero todo lo que sabe lo conoce “con bruma y subjetividad”. Incluido enamorarse y desenamorarse, incluidos los fantasmas inducidos por los adultos.
Solenoide es, en definitiva, un plan de fuga.
¿Qué es la realidad? ¿Bucarest? ¿Cómo impides que esa realidad no descarrile? Porque la realidad no se mueve, pero uno sí, aunque sea con el pensamiento, y lo que piensa se cimienta sobre un entorno patético. El sentido de búsqueda del destino recorre en canal Solenoide. Pero esa búsqueda sucede a tientas, es intuición y es, por tanto, poesía. Algo de lo que se están olvidando los últimos grandes escritores tan celebrados. Hay más literatura si hay más poesía, no si se prodigan los fuegos artificiales. Ese es el auténtico compromiso de Cărtărescu, un compromiso con la literatura. Puede que se vea a sí mismo de una manera decadente, pero nunca con autocompasión. Puede que no hallemos belleza en Solenoide, pero Cărtărescu nos confiesa que en su vida apenas ha existido. Y este libro contiene toda una vida. Desconocemos qué ha supuesto para él. Pero a nosotros nos cambiará algo, aunque solo sea la forma de entender la literatura. Por fin aterriza una gran obra sincera, después de tantas décadas esperando y refugiándonos en obras que, en comparación con ésta, son meros divertimentos.
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