Corónicas de Ingalaterra
Una
visión crítica de Londres
Eduardo
Moga
Varasek
Madrid,
2016
307
páginas
Si
Londres muriera, sería enterrada con honores militares del siglo XIX. Salvas
con bayonetas, misa en latín con traductor simultáneo, incluido el traductor
para sordos, un paseo silencioso por barrios de casas con buhardilla y gatos
sobre las tapias, que evitaría las calles del Soho, aunque las prostitutas de
Londres habiten ya en arrabales y sean mestizas. Lo que cuenta es conservar la
fama. Las puertas del British Museum se cerrarían y un crespón negro se
colgaría en cada estatua, incluida la del almirante Nelson, a quien se
fotografiaría asegurando que se le veía caer una lágrima. Los policías dejarían
sus nuevas gorras de plato y cuadrados blancos y azules, para ponerse el
uniforme de gala, ese que lleva un orinal en la cabeza. Si Londres muriera, seguiría
siendo el mismo Londres de hace siglos, el mismo Londres que visitó Julio Camba
o Ignacio Carrión, un sitio raro porque los coches circulan por la izquierda y
los punkies lucen crestas de gallo diseñadas por alcohólicos de cerveza negra.
Sería el mismo Londres en que se jugaba al fútbol con pelotas de cuero
reforzado y volvería la tristeza durante un día, de tal manera que el vaho de
sus habitantes haría regresar la niebla que desapareció el día en que se puso
filtro a las chimeneas de las fábricas. Pero al día siguiente el Speakers
Corner se llenaría de orates, las cabinas se barnizarían para que posen junto a
ellas los turistas, el Big Ben volvería a dar las horas con una puntualidad
marcada por la ciencia de Greenwich, la gente sería amable y, sobre todo, se
hablaría inglés. El inglés es un idioma muy extendido, a pesar de ser
originario de una parte de las islas británicas. Se conoce como inglés, no como
británico, una batalla que ganó Londres al mundo, como la ganaría Burgos si
nuestra lengua se llamara en todo el planeta castellano y no español. Y además,
Seguiría siendo un sitio caro, carísimo, excepto los museos nacionales, que
seguirían siendo gratis.
En
Londres, uno siempre es un invitado.
Debe
existir, sí, el londinense, la persona cuyo árbol genealógico no saca sus
raíces de Londres en centurias. Pero los demás, quienes se afincan para el
resto de la vida o quienes pasan allí un fin de semana, siguen siendo unos
invitados a esa ciudad en la que cuerpo y prótesis son una misma cosa. Eso sí,
las prótesis se las ingeniaron para gestarlas cuando se inventó la literatura,
y se las ingenian para mantenerlas igual de seguras. Los genuinos de Londres
son aquellos que defienden que las cosas están bien como están, porque siempre
han estado así. El problema para el visitante, para Julio Camba, para Ignacio
Carrión, tal vez para Azorín, para Eduardo Moga (Barcelona, 1962) es cómo
describir el Londres que visita. Si lo vista, pues, no puede ser otra cosa que
un espectador más o menos sofisticado: desde el voyeur al peatón que no se
acostumbra a que los coches circulen por el lado contrario. La crónica será
costumbrista, porque muerto y resucitado, Londres es una costumbre. Y el
lenguaje tendrá cierto tono antiguo, como de buena redacción escolar de los
años sesenta, cuando las normas las dictaba Lázaro Carreter y se imponían en
los colegios de curas. El Londres que Moga ve, es el Londres de siempre. Los
encabezados serán los tópicos del lugar. En un lugar en que los tópicos dan
para una enciclopedia. La mirada entre la extrañeza y el humor, porque en
Londres lo que uno no pierde es la esperanza en que lo que suceda provocará una
sonrisa. Da la sensación, leyendo a Moga, de que la inocencia es una virtud que
se conservará siempre en Londres. Pero uno puede subirse a un pedestal o a unas
escaleras para observar la ciudad. Moga no la visita en horizontal, a pie de
calle, de modo que los árboles no le permitan ver el bosque. Moga quiere ver el
bosque y para eso es preciso elevarse. De ahí que forme bajo sus pies un cierto
empaque de conocimientos, de competencia, de orgullo se saberse una de las
personas mejor preparadas para transmitirnos qué o quién es y ha sido, por los
siglos de los siglos, Londres.
Fuente: Culturamas
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