sábado, 16 de diciembre de 2017

DE LA PATAGONIA A MÉXICO

De la Patagonia a México
Hebe Uhart
Adriana Hidalgo Editora
Buenos Aires, 2016
248 páginas

De la Patagonia a México: la desaparición

En realidad, lo que desaparece es todo lo que sobra. Que es mucho. Cualquier otro periodista, escritor, reportero o mochilero con un cuaderno de campo, se empacharía a rellenar páginas y páginas. En el mercado, un libro se mide por su capacidad para aguantar más peso del mueble que está mal calzado. En el caso de este De la Patagonia a México, de Hebe Uhart (Moreno, Buenos Aires, 1936), la virtud de lo escueto, de seleccionar el detalle preciso, de conquistar con una prosa resumida pero de buen criterio, sobre todo para el oído, transforma sus crónicas de viaje en un ejemplo de cómo debería trabajar el viajero: para algo debe servir la memoria sentimental. Con uno o dos detalles puede quedar retratado un sitio, aunque uno de ellos sea un cartel de “no fumar”, dependiendo de su sorprendente aparición. Uno o dos gestos resumen la vida doméstica, porque así es como Uhart entiende lo que sucede en la calle, como vida doméstica en el exterior y no como lo cotidiano. De este modo, su prosa retrata lo que ve, pero su afán de arrimarla a la poesía retrata lo que imagina, que es el pegamento que da coherencia a lo que ve. O a lo que oye, pues sus crónicas están también llenas de giros lingüísticos y localismos bien avenidos. A todo ello cabe añadir una cierta melancolía, la sensación de que Uhart cree que el tiempo pasado fue mejor. Como si sintiera una lástima piadosa por lo que no se ha podido conservar. Donde se expresa con mayor claridad esta claridad que no esconde, y que nos es común a tantos, es en sus crónicas rurales. Pues la mayoría de las componen este libro son eso: visitas a la propia Argentina, el país de origen de Uhart. Lo que sucede es que Buenos Aires y el resto de Argentina son países diferentes.
Bariloche, Los Toldos, General Villegas, Almagro, San Juan de la Vera, Corrientes, Tucumán, y los alrededores de estos lugares son los sitios que Uhart visita. Más tarde, leeremos la crónica dedicada a Asunción y Paraguay, y la de México. Esta última es de lo más espontánea y la que se sostiene sobre el humor de la diferencia del país y del idioma. Sorprende leer el pequeño ejercicio antropológico o etimológico de los giros del idioma que se supone común a nuestros países. Todo ello partiendo del hecho de que acudió a México con intención de participar de la feria del libro de Guadalajara. Pero tanto allí como en el D.F. siente que el país le abruma. Todo es un exceso, desde la historia del país, que intenta leer a pedazos, hasta la parte más truculenta y escasa del periodismo carroñero. Da la impresión de que quien aterriza en México no proviene de Argentina, sino de Marte.
En Paraguay, sin embargo, enuncia la sucesión de estímulos, como si visitara el país a toda pastilla: un poco de sociedad, de historia, de política, de cultura, de religión… algo relativo a los menonitas, a los guaraníes y a su idioma, a la violencia de género y la denuncia de la colonización de los sojeros. Todo ello, en pocos párrafos, deja la impresión de haber viajado a un país de alucinados y melancólicos.

En sus crónicas dentro de su propio país es donde debe poner más atención en eliminar los ruidos innecesarios. De Bariloche, los bohemios y lo payadores; de Los Toldos, las pequeñas leyendas que alejan a la población de Buenos Aires tanto como si se tratara de Macondo; de Almagro, un bar y un atasco en un autobús; de Corrientes, los peregrinos, el carnaval y una lengua guaraní que se vive con vergüenza por quienes la hablan; de Tucumán, el interés por lo cultural y lo étnico, los personajes de Tafí del Valle, de los valles calchaquíes, algo de lucha obrera y unas brevísimas crónicas que transforman el periodismo en el arte del gesto. Porque la literatura sigue siendo saber resumir.

Fuente: La línea del horizonte

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