viernes, 29 de diciembre de 2017

EL MAR ES TU ESPEJO

El mar es tu espejo. Historias de tripulaciones abandonadas en el Mediterráneo.

Catalina Gayá Morlá

Libros del K.O.
Madrid, 2017
150 páginas

El Mediterráneo es un mar envenenado y una mitología. Su travesía sigue siendo la de Ulises y la de Eneas, pero en el fondo de las aguas pegadas a las costas, la polución se ha hecho dueña del territorio donde deberían bañarse las anguilas y los pulpos. A pocos mares se vierte tanta basura como al Mediterráneo, y de pocos lugares esperamos unas puestas de sol que contengan una belleza milenaria. Sin embargo, al margen del Mediterráneo de las pateras y las reservas de poseidonia, existen otros mares que conviven con él. Apenas quedan puertos pesqueros puros ni islas sin explotar, apenas cabe la posibilidad de perderse en un mar de sirenas y de Caribdis gracias al GPS, pero junto a todo ello, convive un mar en el que barcos varados no tienen futuro. Catalina Gayá Morlá ha escrito uno de los libros de viajes y periodismo más interesantes que hemos recibido en años. “En Italia hay doce tripulaciones abandonadas. En Estambul me han dicho que hay cien barcos a la deriva”. Y sobre esos barcos, de bandera de conveniencia y tripulación cosmopolita, si es que queda la suficiente gente como para llamar a sus habitantes tripulación, versa este recorrido por puertos del Mediterráneo, desde Ceuta hasta el canal de Suez.
Las leyendas griegas hablaban del Nostoi, un género literario que se centra en el regreso a casa por mar. ¿Cómo se llamaría este género en el que hay algo de mar, no mucho, el suficiente como para varar un barco, la imposibilidad de un regreso y la negación de un futuro? Los armadores, representantes del capitalismo, ya meros teléfonos sin conexión o que no se remiten a una persona al otro lado de la línea, abandonan los viejos barcos y a una tripulación de desahuciados, casi de mendigos, sin duda de vagabundos. Si tiene suerte, los barcos se subastarán para su despiece y así los tripulantes podrán cobrar una indemnización por despido. Los marineros seguirán intentando vivir de un comercio en pleno proceso de aceleración, tan voraz que ha acabado con el Mediterráneo como aventura. Sin esa versión y sin la posibilidad de pescar otra cosa que no sean peces envenenados, ¿qué queda del Mediterráneo? Estos buques escondidos, inútiles, en los que habitan unas pocas personas destinadas a la locura, a las que Catalina Gayá Morlá atiende en una pequeña terapia, pues nada se agradece tanto como el saberse escuchado. Barcos de cuarenta años, embargados y por tanto obligados por ley a que permanezca en ellos la tripulación mínima: un capitán, un maquinista, un marinero. Con frecuencia, los tres que se demoraron más en huir. Y así, en pleno mar, se encuentran en tierra de nadie y los barcos se transforman en desiertos. Son gente sin culpa, traicionados En Barcelona, Ceuta, Estambul, Gibraltar, Civitavecchia o Suez. Son los representantes del naufragio de un mundo en el que a los barcos ni siquiera se les ha permitido construirse la leyenda de hundirse en alta mar.

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