Cinco viajes al infierno
Martha Gellhorn
Traducción de Ana Guelbenzu
Altaïr
Barcelona, 2011
335 páginas
Mis pesadillas
favoritas
“Nada mejor para la autoestima que la supervivencia”. La sentencia es de
una pionera corresponsal de guerra, alguien que tras atender durante años a
expresar la supervivencia de los perdedores, se plantea cuáles han sido los
peores destinos para ella y escribe desde la memoria un revulsivo contra la
desmoralización. Valiente, decidida y en combate constante contra el aburrimiento,
Martha Gellhorn (St. Louis, 1908 – Londres, 1998) se pasó toda la vida,
incluida la senectud, viajando como reportera, hasta el punto de enrolarse como
camillera en un buque de guerra para vivir un desembarco en primera línea,
porque no quería vivir un conflicto como si fuera algo ajeno. Participó como
cronista en múltiples conflictos y algunos de sus reportajes, como los que
versaban sobre la Guerra
de los Seis Días o Vietnam, le valieron no volver a obtener visados para
visitar muchos países. Apasionada por la libertad, hasta el punto de elevar a
máxima vital el principio que enunció Séneca: “No desear es lo mismo que
tener”, confesaba que acumular y mejorar posesiones es una pérdida de la vida,
que las posesiones son una trampa, unos grilletes, y que librarse de ellas es
una manera de ser más libre: “Tengo las cosas que necesito y no codicio ni
colecciono por voluntad propia”, afirmaba.
En su madurez, y trabajando desde la memoria, Gellhorn nos sorprende con
el relato de los cinco viajes más desastrosos que ha protagonizado en su vida,
una pequeña colección que refleja su única codicia: la de tener un billete de
avión en el bolsillo. Tras tantos años como periodista en los rincones más
maltratados del planeta, centrando su prosa en rincones oscuros y en ocasiones
llenos de moscas comiéndose la sangre de los cadáveres, Gellhorn encuentra
cinco lugares en los que resulta increíble que alguien viva allí. ¿Cómo lo
hacen y, sobre todo, por qué viven allí? Escrito con una dosis exacta de
sarcasmo, lo que resulta incomprensible para ella, lo que configura el
infierno, son las condiciones higiénicas, el olor de las letrinas y los
lavabos, los colchones con chinches y la basura en las calles. “Tal vez me he
vuelto lo bastante sabia para saber cuándo retirarme”, confiesa tras tantas
visitas a tantos lugares. Ya ha perdido el interés por lo novedoso y quizás por
la nueva gente, y percibe en exceso la epidermis del planeta. Es posible que no
sea la sabiduría, pero sí los demasiados paisajes –“no me gusta ningún lugar de
forma permanente”, dice– los que la llevan a pensar en dedicar los últimos
tiempos de su vida a un viaje más interior. Por eso este libro está escrito con
recuerdos, de ahí que resulte tan alejado del clásico cuaderno de campo.
“El único aspecto de nuestros viajes que tiene público garantizado es el
desastre”, confiesa Gellhorn, antes de regresar a una China en la que
interviene tanto una extraña compasión por los humildes como un rechazo
estético. En el recuerdo se combina la pena y la suficiencia, productos del
choque cultural. Gellhorn colecciona extrañas imágenes en la retina y reconoce
sus prejuicios, sin complejos. El hecho de haber regresado de un viaje por el
Caribe en el que toda la magia estaba en los nombres de los lugares, la llevará
a lamentar el mundo que se fue sin haber terminado de entenderlo. Cruza África
de costa a costa, interesándose por los vividores y exiliados de Occidente,
empatizando con unos africanos que la sacan de quicio y sintiéndose aislada.
Califica Moscú como la ciudad de la depresión, y describe con mucho desaliento
su paso por la entonces capital soviética durante el reinado de Stalin. Y a lo
largo de tantos kilómetros, demuestra que es incapaz de comprender las
reacciones humanas y que dicha perplejidad la desalienta.
Gellhorn se pasó la vida viajando para aprender algo de la vida a través
de las costumbres locales. Y también huyendo de su paisaje natal y de cualquier
lastre, pues para ella construir una casa para fundar un hogar permanente es
mucho peor que el viaje más horrible. Entre otras razones, porque de los viajes
horribles ha regresado y eso la permite trazarlos en su memoria con ternura.
Fuente: Quimera
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