Diario de Oaxaca
Oliver
Sacks
Traducción
de Jordi Fibla
Anagrama,
2017
176
páginas
¿Por qué queremos tanto a Oliver
Sacks? Su magisterio humano en una especialidad tan científica, como es la
neurología, una de esas facetas en las que el facultativo trata con la
enfermedad más que con el paciente, sería razón más que de sobra. Pero, fuera
de El hombre que confundió a su mujer con
un sombrero, ¿por qué queremos tanto a Oliver Sacks? Esta obra menor, por
su extensión, por su sencillez, nos facilita la respuesta: porque un tipo capaz
de enamorarse de las esporas de los helechos, cuando está junto a un enamorado
de las esporas de los helechos, pertenece a la raza más humilde y más increíble
de los seres humanos: los que no se cansan de aprender. Su relación del pequeño
viaje es impresionista, fragmentario, ligero, pero sobre todo personal. No hay
nada universal en la literatura, al menos en esta literatura, que, sin embargo,
trata sobre lo más universal que existe si nos dejamos llevar por la vida: la
pasión.
Durante unos días, Sacks viaja hasta
Oaxaca, México, en compañía de unos botánicos que se disponen a estudiar los
helechos de la zona. Este diario, transparente, refleja las ganas de conocer,
de ver el mundo a través de los ojos de los demás. ¿Existe otra forma de
sabiduría? Sacks ya era un erudito cuando se embarca en el avión, conocía todo
lo que hacía falta conocer sobre el árbol de Tule, sobre las ruinas de Monte
Albán, sobre México, pero a pesar de todo disfruta. Incluso disfruta de
mostrarse como un turista que bebe un batido en una terraza del zócalo de la
ciudad. Pero su principal bondad se expresa a través de lo generoso que se
muestra con los que aman su campo de estudio, por muy alejado que esté de la
neurociencia. Sacks habla de la botánica como la ciencia de la parsimonia, del
hombre lento, de lo más asequible a cualquier aficionado. De hecho, su relación
con ella se centra en pequeños placeres que a uno le pueden salvar una jornada:
el tabaco, el chocolate, los aromas, las plantas medicinales. Si la botánica es
la ciencia de las plantas, es la ciencia de estos pequeños placeres. Pero
también un estudio de algo en lo que no existe ninguna versión del mal. Hay
tanto por descubrir como las ganas que uno tenga de aprender. Y querer aprender
es un barómetro para saber con quién merece la pena relacionarse. La gente que
está de vuelta, sin haber ido a ninguna parte, son las personas a las que es
mejor dejar a un lado del camino. Está bien conocer la vanidad. Pero no
tentarse demasiado con ella.
Y mientras Sacks va aprendiendo
sobre las especies vegetales, va conociendo a sus compañeros. Intimar con ellos
le lleva a quererles más. Y de alguna manera, sin caer en la trampa de
igualarles a las plantas, a querer a todo porque todo es, en alta proporción,
nitrógeno: las plantas, las personas, el aire. Cuando Sacks menciona el
nitrógeno, saca la máscara del científico. Porque lo que quiere decir es vida.
De ahí que encuentre lirismo en la actividad científica de sus compañeros, pero
también en la reproducción de los helechos.
Pero Sacks es mucho más que todo
esto. En su viaje a Oaxaca también da fe de la pobreza. Da fe de las necesidades
que sufren los marginados en las villas miseria y en las aldeas remotas. No
todo es belleza en el diario de Oaxaca, que leeremos porque queremos mucho a
Oliver Sacks. Pero todo es nitrógeno.
Fuente: Culturamas
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