Camino a Trinidad
José
Andrés Rojo
Pre-Textos
Valencia,
2016
202
páginas
Nietzche
era un filósofo excéntrico, pero un extraordinario poeta. Si nos atenemos a lo
que dictaba Montaigne, la filosofía es un subgénero de la poesía. Será,
entonces, la poesía la que tome partido hasta mancharse, la que acabe con los
esquemas mentales, sobre todo los que imperan en la sociedad. Será a través de
la poesía como reconozcamos la revolución o al menos las pequeñas rebeliones.
Pero en el caso de Nietzche, el escritor de referencia al que acude una y otra
vez José Ángel Rojo (La Paz, 1958) en este libro en que no se distingue la
realidad de la ficción, es la vehemencia lo que emparenta su obra y su vida con
la del narrador y los personajes de Camino
a Trinidad. Escrita treinta años después del arranque, cuando unos jóvenes
imberbes viajaron por un afluente del Amazonas, armados con una pistola,
aguantando el rigor de la selva porque en la selva se refugiarán para cambiar
el mundo. De entrada, apenas disponen de otra cosa que no sea unos ideales y
ocho disparos. Pero eso debería ser suficiente para arrancar a hervir en un
mundo bronco y violento. En su juventud, lo que vieron venirse abajo fue la
mitología de la selva y la de la filosofía de Nietzche: ambas son demasiado
hiperbólicas para vivir en ellas.
Pero
a pesar de esa frustración, no se apaga la utopía que persiguen: ser parte de
la lucha de los desheredados de la Tierra. El viaje en el que conocen a etnias
espantosas o la falta de belleza del bosque de ribera, el Wanderlust, dará lugar a una separación. Tiempo después, el
narrador regresará a Bolivia para encontrarse con los tres amigos que le
acompañaron. Con un tono de crónica, frente a la memoria insuficiente del
episodio anterior, el narrador da fe de tres formas de destrucción: el exilio,
la prisión, la muerte. Frente a las intuiciones del pasado, el narrador se da
de bruces con las certezas del presente. Para llenar los huecos que su
alejamiento ha producido, estudia la historia de Bolivia con intención de
rescatar su idiosincrasia. Y también regresa a la historia de su familia, algo
que duele recordar. En dos generaciones padecieron la violencia, la huida y la
vida miserable en diferentes estados.
¿Qué
puede unificar la utopía del individuo, la utopía de la nación, la utopía de la
familia y la utopía de la filosofía? Tal vez la utopía de las armas. De ahí ese
punto difuso de veneración al Che Guevara, presente a lo largo de estas
doscientas páginas. La visión del narrador de la etapa del Che Guevara en
Bolivia, y de la destrucción de su revuelta, es romántica. Ese romanticismo es
la auténtica razón por la que el narrador regresa a Bolivia y a todos estos
niveles de lectura de su verdad, incluidos los itinerarios de él y sus amigos
por América del Sur, con la desdicha de no tener dinero y embarcándose como
polizones en cualquier navío. El romanticismo no se destaca por la definición
de las certezas, sino por la mirada difuminada a un mundo de sueños azules. Y
ahora, pasada ya la mitad de su vida, el narrador precisa de las certezas para
mantener en pie su romanticismo. En ese sentido, Camino a Trinidad es una
acrobacia que se lee con el agrado que permite un estilo preciso y lleno de
acierto en sus matices.
Fuente: Culturamas
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