Auswitz
Sybile
Steinbacher
Traducción
de María Esperanza Romero
Melusina
Santa
Cruz de Tenerife, 2016
214
páginas
Ella yace agonizante, junto a
la pared. Son los reclusos del comando especial los que la encuentran; su tarea
consiste en separar los cadáveres y sacarlos de las cámaras de gas. Se trata de
una chica de dieciséis años cubierta de muertos. La llevan a una habitación
contigua y la tapan con un abrigo. Nunca había sucedido que alguien hubiera
sobrevivido a una operación de gaseado. Durante su recorrido de control un
sargento mayor de las SS repara en el grupo. Uno de los reclusos pide que la
chica pueda atravesar la puerta y sumarse a otras mujeres del comando de
construcción de vías, en cuanto haya recuperado fuerzas. Pero el guardia niega con
la cabeza. La pequeña podría irse de la lengua. Hace señas a un compañero para
que venga. Éste tampoco vacila. Tiro en la nuca.
Auswitz
representa la punta de lanza del mayor genocidio perpetrado en Europa y un
punto de cristalización de una política de colonización a sangre y fuego.
Mentar su nombre supone transformar el aire inmediato en plomo. A medida que
salimos de él volveremos a crear los ríos azules, la brisa, las fresas con
nata.
Sybile
Steinbacher (Múnich, 1966) vuelve al plomo porque considera imprescindible
mantener la memoria. Pero no actúa como el látigo de los dioses ni como el
buitre que arranca el ojo al muerto para tragárselo y luego portar el alma que
había en esa mirada hacia las alturas. Steinbacher se limita a dar registro, a
dar fe, a dar carta de naturaleza a ese episodio para que podamos considerarlo
historia. Parte de la historia. Y estudiarlo como tal. De ahí que comience con
el análisis geográfico de la región elegida por el ejército alemán para
construir el encallado buque de exterminio. Quienes participaron en su
creación, pretendía que su trabajo se considerase una fase más de la
civilización moderna. Un lugar donde imperara el orden y la producción. Una
labor limpia, casi hasta decente. Steinbacher se plantea el libro como una
tesis y no deja que los sentimientos se apoderen de ella, más allá de los
párrafos que sirven de epígrafe.
Ni
siquiera cambia de estilo cuando afronta la descripción de la “solución final”
para el problema judío. El funcionamiento de Auswitz era quirúrgico,
administrativo, creado sobre unos planos cuadriculados, con la geometría por
principio activo. El funcionamiento del exterminio se describe con asepsia,
incluso cuando trata acerca de la experimentación con seres humanos. Porque
quienes estaban protagonizando el horror habían deshumanizado al sujeto al que
practicaban la vivisección.
Pero
esa neutralidad no puede conservarse más que en la redacción. Las consecuencias
psicológicas para los supervivientes, y los resultados de los juicios y
sentencias con que cierra el libro, no precisan de una metáfora para cobrar
peso. La impresión que uno tiene es que si existe algo opuesto a la justicia,
es el orden. Como si nunca hubiera existido nada más ordenado que Auswitz. A
donde nos propone viajar Sybile Steinbacher.
Fuente: Culturamas
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