Alpinismo bisexual
Simón
Elías Barasoain
Pepitas
de calabaza
Logroño,
2013
161
páginas
Entre
cumbre y cumbre, el mundo
Si
el Dios del Antiguo Testamento se dejara caer por las calles de una ciudad del
norte de Europa, tardaría muy pocos minutos en dar con sus huesos en la cárcel.
El mismísimo Tribunal de la Haya decretaría prisión incondicional para el mayor
de nuestros mitos, imponiéndole una fianza que dejaría secas las arcas de todos
los cielos que ha creado la mitología. Algo semejante ocurriría con muchos de
los mitos que nos alimentan, incluido el Panteón Olímpico, con el mujeriego
Zeus a la cabeza. Pero si los etéreos habitantes del monte más famoso de Grecia
no superarían las pruebas de limpieza moral y delitos penales a que podría
someterle el fiscal más perezoso, no es debido a su actuación en lo alto de la
cumbre, sino a su paso por la tierra de los hombres, a sus dedicaciones
mundanas. Entre col y col, lechuga. Entre cumbre y cumbre, el planeta que
llamamos Tierra, el mundo.
Simón Elías (Los
Cameros, Rioja, 1975), guía de montaña, profesor en la Escuela de Montaña de
Benasque, Piolet de Oro en 1995, y colaborador en varios medios afines a la
montaña, recopila en este volumen, Alpinismo bisexual y otros escritos de
altura, las mejores de las crónicas que ha escrito cuando se encontraba
en el mundo, en los espacios que ocupan su vida entre cumbre y cumbre:
“Lo
más interesante del alpinismo no es la actividad, el simple acto de subir
montañas, sino todo lo que gira alrededor de una idea tan descabellada: los
viajes, las noches de espera en ciudades que intimidan, la ley de países sin
política, montar a caballo, despellejar animales, las pulgas, el nomadismo, las
diarreas…”.
Ahí
es donde debe mostrarse como un poeta de
la acción, y acude a la poesía con un sentido del humor empeñado en darle
la vuelta, como a un calcetín, a lo cotidiano, para ver qué resulta de su
enfrentamiento con un idealizado mundo alpino que, tal vez, se encuentre en
peligro de extinción. En realidad, lo que Simón Elías hace es prestar atención
a los detalles con los que resulta imposible no encontrarse: en los baños del
avión, en los pasillos de los aeropuertos, en los autobuses públicos nocturnos,
en las calles de Londres, en las rutas de Tíbet, en los bares de Logroño, en
las fiestas populares del mundo rural. Y a continuación pone en marcha su mirada, repleta de parodia, para hacer de los
encuentros una fiesta y salir disparado hacia adelante, hacia su proyecto
de sentir que está existiendo.
El
absurdo, y la calidad del absurdo, en este caso entre la ternura y una
sofisticada dosis de intimidación, se encuentran en la mirada del observador. Lo que importa es estar dispuesto a
sonreír. Y para ello, nada mejor que la sorpresa. Y los hechos se califican
como sorpresa por su capacidad de hacernos sentir que estamos aprendiendo:
cualquier acto, cualquier cosa, cualquier persona que nos sale al paso, es una
novedad: “Viajar es educar la mirada para que encuentre lo diferente, lo
insólito”. Y el recurso que tenemos a mano es una combinación de heroísmo y
humor. Porque leyendo Alpinismo bisexual es
imposible no esbozar sonrisas. Pero también no sentir que se echan de menos los
mejores tiempos:
“Durante
años hemos ido a la montaña para buscar espacios de libertad. La escalada, el
puro ejercicio físico de ascender, era algo anecdótico; lo importante era
compartir un vivac con los amigos, comer una pasta que sabía a té del desayuno
y compartir un cigarrillo bajo las estrellas, lejos de toda legislación. En la
montaña, en la naturaleza salvaje nos alejábamos de las constricciones sociales
y crecíamos como personas, como amigos, como comunidad; luego intentábamos
implementar esos valores en la vida urbana para hacer de ese mundo violento un
lugar un poco más apacible. Finalmente hemos hecho lo contrario. Hemos traído a
la naturaleza la competición, la selección biogenética y los cronómetros.
También el respeto a las leyes y la implantación del intercambio comercial como
centro de una actividad en la que la felicidad se medía por la cantidad de tierra
acumulada en las orejas. Hemos creado un conjunto de reglas inviolables que
rigen la vida campestre y que asfixian todo elemento lúdico. Vinimos a buscar
espacios de libertad y construimos monstruos normativos. Íbamos a hacer un
viaje de escalada y acabamos haciendo turismo de montaña”.
Sin
duda Simón Elías es una de esas personas que desean pasar por la vida sin alterar lo que le sale al paso. Y sobre todo,
sin alterar la paz y la limpieza de la naturaleza, de los picos, convencido de
que el mundo es mejor que nosotros. A pesar de lo divertido que resulta leer
sus crónicas, uno termina convencido de que Simón Elías es alguien para quien
la vida, por suerte, es una cosa muy seria. De ahí que sea capaz de encontrar
una definición de la enfermedad de quien se embarca en un viaje sin compañía,
tan sutil como esta:
“Tras
una cena frugal regresé hacia el hostal con la primera punzada de melancolía.
Es un sentimiento conocido: la enfermedad de los viajeros solitarios, mezcla de
clase magistral y de tristeza”.
Cualquiera
que haya pasado varios meses en solitario, recorriendo mundo, puede reconocerse
en esas palabras. Y cualquiera que desee leer unas cuantas páginas dignas de
estar en nuestras estanterías, debería hacerse, ya, con estos escritos de
altura.
Fuente: La línea del horizonte
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