Dios es rojo
Liao
Yiwu
Traducción
de María Tabuyo y Agustín López Tobajas
Sexto
piso
Madrid,
2016
252
páginas
Acompañado
por un amigo, el doctor Sun, Liao Yiwu (Sichuan, 1958) ha visitado la ciudad de
Dali, en el suroeste de China. La intriga que le despertó su viaje le empuja a
regresar tanto a la capital como a algunas aldeas de la región en el año 2009.
Su curiosidad se despierta sobre los rastros de los primeros cristianos de
origen chino, los primeros conversos o de segunda generación, gente que
representaba para él el germen de una probable sociedad pacífica. Sucede que
Dali fue utilizada como campo base desde el que internarse en otras poblaciones
donde predicarían su fe. Yiwu sostiene que en este viaje encontró una
satisfacción inédita, pues consiguió alejarse de la depresión que le embriagaba
desde su etapa en la cárcel, algo que ya relatara en su obra Por una canción, cien canciones.
Entendió que en la actitud de estos cristianos de nacionalidad china había esa
clase de heroísmo que se contagia, que uno ve a su alcance, que estimula sin
espolear. Estimula, por ejemplo, a reflejar la experiencia de los encuentros
durante el viaje en un libro como Dios es
rojo. Yiwu entiende que aquí Oriente se encuentra con Occidente,
produciéndose el efecto idéntico, pero en sentido contrario, al que nosotros
consideramos que provocan las meditativas religiones orientales en nuestros
países: el cristianismo estaba ahí para instalar la paz dentro de la jaula de
las costillas de muchas personas. Al menos él encuentra esa paz en la práctica
cristiana, en la identidad de los cristianos chinos.
Hay
que decir que Yowu habla de comunidades, familias e individuos que han sufrido.
En cada episodio que ha arrasado china a lo largo de las últimas décadas han
sido los grandes perdedores, bien sea este de carácter político –la llegada de
Mao al poder, la Revolución Cultural, la Reforma Agraria-, bien de índole
meteorológica, como las épocas de hambruna por sequía o inundación. Pese a
tanto sufrimiento, que incluye las torturas y los asesinatos, la marginación y
cualquier forma de violencia, los individuos que componen la comunidad
cristiana se agarran a la fe para no perder la razón. Al igual que Yiwu acude
humildemente a las montañas para conocerlos, ellos acuden al rezo para
conservar una humildad solidaria. Esto da al libro un tono inédito. Donde
cualquier otro escritor se hubiera agarrado a la fuerza de unos pasados en los
que se justificaría cualquier versión del odio, Yiwu, y los testimonios de los
entrevistados a través de la prosa de Yiwu, eluden el resentimiento, la
venganza, el deseo en su peor versión, la culpa ingrata, la maldición, el ardor
de estómago y la enajenación mental. No existe nada de esto en este libro. Solo
queda la serenidad, una forma de vivir poéticamente, conmovido por los intentos
de los cristianos de compartir su despertar espiritual en un régimen chino que
hereda lo peor de las dictaduras y lo peor del capitalismo.
Yiwu
deja que hablen las gentes que va conociendo, que no son, por norma general,
figuras destacadas. Hay una monja anciana arrojada a la indigencia, un tibetano
cuya presencia es un misterio, un anciano que repite la bondad de los primeros
cristianos hasta el dolor de la resaca, un moribundo comido por el cáncer que
respira el consuelo de la fe, una sugestión comunitaria por la que Dios calma
el miedo. O en los pueblos viven un médico que se ha convertido él solo en una
ONG capaz de llegar a fuerza de voluntad donde no va nadie, el hijo de un mártir
que representa las injustas denuncias de traición basadas en poseer un ejemplar
de la Biblia, un viejo torturado, un pastor que sobrevive mágicamente a los
asesinatos al azar durante la implantación de Maoísmo. Todo eso en Dali y las
montañas de los alrededores.
Pero
el libro cierra capítulos dedicando los últimos encuentros a cristianos que
viven en Beijing o Chengdú. Aquí la cultura religiosa está más comprometida a
la hora de integrarse con naturalidad. El artificio de la vida urbana,
descabellada en las grandes ciudades chinas, nos muestra un malestar próximo a
la resignación. Pero eso no evita que todos los entrevistados y, suponemos, el
propio Yiwu, sigan entendiendo que cuando mencionan fe quieren decir bondad:
“Debo rezar por los otros y, si estoy profundamente comprometido, el Señor me
ayudará sin que lo sepa”, comenta uno de los entrevistados en este libro de
breves autobiografías orales, en este proyecto noble, honesto y carente de
rencor. Lo cual quiere decir que va sobrado de valores éticos en una época
bastante amarga.
Fuente: Culturamas
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