Asesinato en América
Simone
Barillari (ed.)
Varios
traductores
Errata
Naturae
Madrid, 2011
349 páginas
Cinco viajes al infierno
Martha
Gelhorn
Traducción de
Ana Guelbenzu
Altaïr
Barcelona,
2011
335 páginas
Reportaje contra memoria
Para algunos
defensores del periodismo como género literario, este oficio está vinculado con
la necesidad de explicar el mundo, con lo verosímil, con lo real. El periodista
daría testimonio, pero su testimonio estará condicionado por un afán de
escrutar las razones de los sucesos. Dado que los sucesos reseñados por los
periodistas son, en su gran mayoría, de índole negativa, atentados económicos contra
la humanidad o delitos de sangre, cualquiera puede suponer que un periodista
está investigando, a lo largo de su vida técnica, sobre las razones del mal. En
este sentido, cabría decir que el libro de cabecera del periodismo tal vez
debería ser la novela de Stevenson, El
doctor Jeckyll y Míster Hyde, o al menos debería ser la llave de contacto
que ponga en marcha su proyecto profesional y en ocasiones literario.
Las piezas
que reúne Simone Barillari en Asesinato
en América podrían responder, con pulcritud, a dicho proyecto: ¿qué empuja
a dos adolescentes a celebrar una matanza en un instituto?, ¿cómo es posible
que la multitud se enardezca hasta el extremo de disfrutar con un
linchamiento?, ¿cuál de todos los capítulos de su vida lleva a un hombre hosco
a convertirse en un francotirador, en un asesino gratuito?
Y todos estos
reportajes están condicionados por los factores intrínsecos a la comunicación
periodística: utilizar un lenguaje asequible para todo el mundo y una
estructura sencilla, a ser posible lineal y cronológica, al tiempo que se
atrapa al lector. Y resolver algo tan complejo como escribir sencillo y con
solvencia en un lapso de horas, e incluso de minutos es un reto literario desde
el instante en que la literatura es comunicación. Es posible que sea esa
inmediatez, la conciencia de esa inmediatez, lo que lleva a valorar con mayor
ahínco estas ocho piezas de tan diversos planteamientos.
El
atrevimiento del periodista en la investigación del delito sustituye, de alguna
forma, al conflicto como fundamento de la ficción. Al menos en lo que atañe a
la estrategia para captar interés, que en el caso de la literatura periodística
deja de ser un deseo para convertirse en una obligación. De ahí que ocupar un
volumen con Los grandes delitos de la
historia norteamericana, como reza el subtítulo del libro, sea una trampa
sensacionalista, al tiempo que valora una labor que pretende acercarse a la
forma del mal más terrible, la que no respeta la vida humana.
Curiosamente,
la evolución de las piezas reunidas representa también la evolución de un
oficio que se ha transformado gracias a las innovaciones tecnológicas en la
comunicación. Así, por ejemplo, el primer reportaje, sobre un secuestro y
asesinato cometido en 1925, da la impresión de improvisado y escrito a lápiz, pero
con unos autores empeñados en obtener interpretaciones, en deducir, en analizar
datos sin que parezca que se esmeran demasiado en ello, es decir, con una
intuición narrativa notable. De hecho, cuando intervienen psicólogos y
psiquiatras que se empeñan en desvelar cuál es la lógica de la locura cobra
gran interés, si bien esta paradoja todavía no ha sido resuelta ni por el
psicoanálisis ni por la novela. Entre estos artículos y los del último
capítulo, referido a la matanza de Columbine, caben todas las fórmulas posibles
para registrar los sucesos que dan pie al dolor: desde el asesinato sencillo al
crimen múltiple y secuencial, desde el linchamiento y la locura colectiva al
miedo a un francotirador fantasma o el enfrentamiento fraternal con resultado
de muerte.
Si la primera
de las piezas resultaba tosca y lineal, el sentido de las siguientes deja de
seguir la dirección de una única flecha, hasta culminar en la reconstrucción plural
de la actuación de los adolescentes perturbados y de las reacciones dentro del
instituto de Columbine. El reportaje responde, curiosamente, a la fábula de los
monjes y el elefante que da título a la magnífica película de Gus Van Sant
sobre este suceso: Elephant. En esta
fábula cada monje, con los ojos vendados, toca una parte del elefante y guiados
por el tacto describe cómo considera que es la bestia. El conjunto de las
partes no termina de ser lo mismo que el total del elefante, al igual que la
suma de las crónicas de estos delitos no son un tratado de moral. Pero ayuda a
plantearse muchas preguntas. Pues tal vez explicar la realidad consista,
paradójicamente, en eso: en hacerse preguntas. Porque pese a tantas líneas de
negro sobre blanco dialogando o disputando sobre la razón del mal, todavía no
hemos sido capaces de hallar una respuesta. A medida que uno va leyendo los
artículos, se va cuestionando qué parte del individuo es la que un día se rompe
trágicamente. O si debemos considerar al asesino una víctima a pesar de
nuestros hígados. O si el más terrible de los monstruos humanos se fermenta en
la multitud, en la locura colectiva.
Especialmente
recomendables, por estremecedores, resultan la reconstrucción del recorrido del
asesino que Meyer Berger describe en El
día de la locura de Howard Unruh, y el tumor social reflejado en Los Ángeles de la muerte, donde el
trabajo de cinco periodistas no basta para desmenuzar todo el sadismo que
habitó en el corazón de una secta sangrienta.
Si uno se
atiene al oficio del periodista por lo que se refleja en los servicios
informativos, evidentemente su profesión consiste en atomizar el mal. Pero, por
fortuna, el mundo, la realidad, se nos viene encima con otras fortunas que
merecen ser reseñadas. Como bien sabe una de las grandes reporteras de todos
los tiempos, Martha Gelhorn. De ahí que en su madurez y trabajando desde la
memoria, nos sorprenda con el relato de los cinco viajes más desastrosos que ha
protagonizado en su vida. Tras tantos años como periodista en los rincones más
maltratados del planeta, Gelhorn encuentra cinco lugares en los que resulta
increíble que alguien viva allí. ¿Cómo lo hacen y, sobre todo, por qué viven
allí? Escrito con una dosis exacta de sarcasmo, lo que resulta incomprensible
para ella, lo que configura el infierno, son las condiciones higiénicas, el
olor de las letrinas y los lavabos, los colchones con chinches y la basura en
las calles. “Tal vez me he vuelto lo bastante sabia para saber cuándo
retirarme”, confiesa tras tantas visitas a tantos lugares. Ya ha perdido el
interés por lo novedoso y quizás por la nueva gente, y percibe en exceso la epidermis
del planeta. Es posible que no sea la sabiduría, pero sí los demasiados
paisajes –“no me gusta ningún lugar de forma permanente”, dice- los que la
llevan a pensar en dedicar los últimos tiempos de su vida a un viaje más
interior. Por eso este libro está escrito con recuerdos, de ahí que resulte tan
alejado del clásico cuaderno de campo.
“El único
aspecto de nuestros viajes que tiene público garantizado es el desastre”,
confiesa Gelhorn, antes de regresar a una China en la que interviene tanto una extraña
compasión por los humildes como un rechazo estético. En el recuerdo se combina
la pena y la suficiencia, productos del choque cultural. Gelhorn colecciona
extrañas imágenes en la retina y reconoce sus prejuicios, sin complejos. El
hecho de haber regresado de un viaje por el Caribe en el que toda la magia
estaba en los nombres de los lugares, la llevará a lamentar el mundo que se fue
sin haber terminado de entenderlo. Cruza África de costa a costa, interesándose
por los vividores y exiliados de Occidente, empatizando con unos africanos que
la sacan de quicio y sintiéndose aislada. Califica Moscú como la ciudad de la
depresión, y describe con mucho desaliento su paso por la entonces capital
soviética. Y a lo largo de tantos kilómetros, demuestra que es incapaz de
comprender las reacciones humanas y que dicha perplejidad la desalienta.
Gelhorn se
pasó la vida viajando para aprender algo de la vida a través de las costumbres
locales. Y también huyendo de su paisaje natal y de cualquier lastre, pues para
ella construir una casa para fundar un hogar permanente es mucho peor que el
viaje más horrible. Entre otras razones, porque de los viajes horribles ha
regresado y eso la permite trazarlos en su memoria con ternura.
Fuente: Quimera
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