Constantinopla
Julio
Camba
Renacimiento
Sevilla,
2015
377
páginas
Esta
obra, Constantinopla, debería ser la
que inaugurara nuestras lecturas de Julio Camba (Vilanova de Arousa, 1884 –
Madrid, 1962). Y no sólo por el orden cronológico, pues el grueso de las
crónicas están escritas cuando Camba contaba con 22 o 23 años. Entonces ya era
consciente de que su punto fuerte radicaba en prestar atención al detalle, a la
anécdota y ser rápido en su registro crítico, sin amargura, con un humor nada
cínico y que significara, también, una reflexión sobre el global de la
realidad. A principios del siglo XX, Camba se instala en una Turquía inmersa en
cambios políticos. La idea le encantó a Camba, dado que no podía por menos que
identificarse con ese espíritu libertario que representaba la Revolución de los
Jóvenes Turcos, un movimiento creativo y anarquista, romántico y libertario, al
que se abrazaba Camba no sin ingenuidad. Pero sucede que la ingenuidad es
siempre un valor literario. De hecho, en ese sentido estas breves crónicas son
superiores a sus futuros relatos viajeros, menos inocentes y con un punto de
azúcar que facilita el humor algo canalla.
Leyendo
Constantinopla no dejamos de tropezar
con los tópicos de otra época, lo cual es un viaje para el lector. Esa
Constantinopla que nos va presentando de a poco, es cosmopolita pero no
mestiza. Existe una buena convivencia entre culturas y religiones, incluso
fraternidad por encima de los credos, pero no tropezamos con gente híbrida.
Camba da con un lugar que se está europeizando, sin olvidar la magnificencia
asiática. Comparada con la España rancia, Constantinopla es una ciudad donde se
puede sentir la libertad pisando la calle. Aunque el parlamento turco es un
auténtico desastre a la hora de intentar organizar esa libertad, y lo intenta
mientras sobrevive un Sultán tiránico a quien ya nadie teme. Camba va
entregándonos piezas del mosaico sin engañar, porque nada de lo que presencia
engaña: todo el mundo le atiende sin rodeos y él escribe, por tanto, sin
diatribas: sobre las reivindicaciones de las mujeres, sobre los cambios en la
relación con Grecia, sobre el servicio de bomberos, sobre la Edad Media de la
que se sale con humor pero sabiendo que lo que se vive en ese trance no es
ninguna broma.
Camba
cree en la buena fe de las autoridades, y confía en su buen hacer,
imprescindible en una región que ha vivido la historia de los Balcanes. Esa que
supone la confrontación constante, la guerra sin descanso, aunque en esos años
esa guerra fuera mayormente comercial. Y como consecuencia de la situación, no
puede dejar atrás el hambre que tantos padecen, algo que debería ser
prioritario. Pero que pronto deja paso a lo que él necesita vivir como corresponsal,
que es la identificación con la juventud, con sus problemas para resolver la
mala herencia sociopolítica vinculada a la tradición. Camba advierte que las
revoluciones no deben hacerse para conquistar el pasado, para imponer la
narración propia. Y se preocupa por el futuro de los turcos, mostrándose como
un escritor de gran sensibilidad, como un idealista.
El
libro contiene una introducción a cargo de José Miguel González Soriano, quien
reseña en extenso la biobibliografía de Julio Camba. Y también con algunos
artículos que Camba fue escribiendo a lo largo de los años posteriores, porque
nunca olvidó Constantinopla, ni la recordó con amargura o melancolía. Y,
finalmente, con varias impresiones de un viaje a Perú, del relato de sus
traslados en barco que cobran especial valor al contrastarlo con la inocencia
de sus anteriores escritos. Aquí ya ha alcanzado la madurez irónica. Pero,
repetimos, la ingenuidad es un valor literario.
Fuente: Culturamas
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