Cada día es del ladrón
Teju
Cole
Traducción
de Marcelo Cohen
Acantilado
Barcelona,
2016
142
páginas
“La
gente ha aprendido a no preguntar”. Esa es, posiblemente, la frase clave de
este libro en el que Teju Cole (Michigan, 1975) viaja a Nigeria con cierta
ingenuidad, como si uno pudiera extraer de una visita la construcción de su
identidad. Como si uno se pudiera ver reflejado en algún detalle escondido, que
estuviera aguardándole a él. Confiando en que el azar, ese único dios razonable
a juicio de Camus, desenrede la madeja. Y lo que se encuentra, en sus vínculos
con las personas, es esta versión del río de Heráclito: antes la gente se
relacionaba de otra manera. Ahora ni se atreven a pedir la hora. Sobre todo,
por el riesgo de mostrar el reloj.
Teju
Cole siente un poco de destrucción en su relación con el Tercer Mundo. Pues
Nigeria tiene mucho en común con cualquier lugar en vías de desarrollo
–espantoso eufemismo-, especialmente con los africanos. Y lo que siente es que
allí todo es absurdo, que cualquier engranaje funciona sobre cimientos
absurdos. En primer lugar porque es absurdo que exista esa pobreza. En segundo
por el miedo al ladrón. La hipótesis sobre la que estudia su viaje es que la
pobreza conduce a sujetar esquinas, que el mal ocio transforma a Caín y Abel en
timadores, que cualquiera que disponga de un cierto poder aunque sea sobre un
minuto de tu tiempo te sacará los cuartos, pues la marginación es consecuencia
de la corrupción. O es la serpiente devorando su propia cola. Cualquier tipo de
estafa está a la vuelta de la esquina: entre los policías, en los ciber-cafés o
en quien tiene que poner un sello en el pasaporte.
Así
es como Cole va volviéndose más y más triste, porque la tristeza es un sentimiento
gemelo del miedo. Podríamos hablar de un estado fallido como causante, si bien
desde Montequieu para acá cabe dudar de que exista un estado no fallido.
Podríamos centrarnos en esa forma de vida que es la supervivencia, igualando la
violencia de la misma con la ley de la selva. Aunque Cole presta más atención
al país como museo de los desolados y escruta las líneas de privilegio. A las
pocas páginas ya no se preocupa por conocer el país de origen de sus padres. Ya
se centra en no ser víctima de la violencia. De ahí que el tema de esta obra
sea el preguntarse, una y otra vez, qué ha podido ocurrir para que no quede
rastro de nobleza, de honradez. Teju Cole sabe de antemano que para poder
llegar allí debe recurrir a donde no alcanza la realidad, debe echar mano de la
ficción. Porque nuestro narrador no es Teju Cole, sino un médico que tras
quince años en Nueva York regresa a Lagos. Pero ese médico es la voz de nuestro
querido Teju Cole.
Fuente: Culturamas
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