Cuentos
escogidos
Israel
Yehoshua Singer
Traducción
de Rhoda Henelde y Jacob Abecasís
Xordica
Zaragoza,
2025
301
páginas
Cada
uno de los relatos que compone este libro no está basado en una historia real,
está basado en muchas. Nos habla de una época de pobreza, de una gente pobre,
de una singularidad que empobrece. Nos habla de algo que nos afecta, porque la
mayor parte de nosotros sobrevivimos en situaciones semejantes, agarrándonos a
la vida con lo que podemos, con lo que nos queda a mano, y tratando de ser
alguien, ese alguien con quien nos sentimos cómodos. Tal vez la expresión que
mejor se ajuste al espíritu de los personajes que crea Israel Yehoshua Singer
(Bilgoray, Polonia, 1893 – Nueva York, 1944) sea la que en alguna ocasión
utilizó Jung: hacer alma.
Yehoshua
Singer refleja encuentros culturales (o contraencuentros culturales), a través
de la emigración; expresa la disonancia que suponen muchos encuentros entre la
religión y la vida cotidiana; nos habla de los riesgos del autoengaño y de los
esfuerzos por salir adelante; sabe que buscarse la vida supone lo contrario a
la bohemia; se enfrenta a los peligros latentes de quien se queda sin suelo y sin
destino; o nos expone frente a la situación de quien elige la infelicidad,
dejándonos con la duda de si no será la infelicidad la que le elija a uno. Los
cuentos, algunos lo bastante largos como para poder hablar de novelas cortas,
son unas narraciones de desarrollo natural, que nos deja con la impresión de que
nos está hablando un narrador puro, una de esas personas que tienen tanta
facilidad para el relato como Stevenson o Chejov. No hay fisuras, pero tampoco
hay falta de consistencia. Yehoshua Singer tiene temas de los que hablar, como
por ejemplo el exceso de presencia de los demás en alguien que se sabe campesino
puro, o la soledad rural, mientras nos expresa cómo es la vida de quienes no
son burgueses.
Estos
cuentos escogidos recogen dos libros que se publicaron originalmente por
separado: Primavera y Cuentos póstumos. Lo que comprobamos es que
en ningún momento pierde el autor sus inquietudes, como la de sentir que uno no
puede hacer casi nada contra las mayores fuerzas que rigen el planeta, que son
las voluntades de los demás y la voluntad de eso que, a falta de otra palabra
mejor, llamaremos destino. Para ello elabora unos relatos colmados de
desplazamientos, de gente que camina hacia algo, pero que no nos atreveríamos a
decir que lo hace huyendo. Cabe señalar, por otra parte, la atmósfera que
impone el modo de vida judío de esa época, y esos lugares, que si uno se molestara
en analizar, comprobaría que bien podría haber sucedido bajo los fundamentos de
cualquier otra cultura religiosa. Pero lo más importante, lo que se impone durante
y tras la lectura de este magnífico libro, es la impresión de esta conociendo
seres humanos, gente que brega por hacer alma. Se trata de una de las grandes
obras que leeremos este año, pura literatura.
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