Solos en Londres
Sam
Selvon
Traducción
de Enrique Maldonado Roldán
Automática
Madrid,
2016
175
páginas
La
idea del viaje como el bienestar, el paraíso, las vacaciones o la aventura, se
da de bruces contra los vagabundos, los mendigos, los que huyen y los
inmigrantes. De entre todas estas últimas versiones obligadas del viaje, uno
puede encontrar cierto romanticismo del perdedor cuando se le narra la vida de
un vagabundo, un mendigo o un tipo que no quiere saber nada de sus fantasmas.
Pero no hay nada rosa, ni azul, en el desahucio que supone la inmigración. Con
una mano delante y otra detrás, sorteando cualquier valla que apuñala y la
malquerencia de los habitantes que podrían acogerles, los inmigrantes
económicos, los inmigrantes de la guerra, esos que llamamos refugiados y a
quienes, paradójicamente, se les niega refugio, son los deshechos del
darwinismo social a escala planetaria. Muertos de hambre y frío, prostituidos
para salir adelante, con alguna de las millones de formas que existen de
prostituir nuestros cuerpos, que no son necesariamente sexuales, lo que
respiran no es vida. Con el aliento se enganchan a lo que pueden por la mera
carestía animal de seguir respirando. El fenómeno de la inmigración nació en
una época industrial, cuando a los habitantes de los países del Tercer Mundo
les llegó la noticia de que hasta los parientes pobres de sus colonos vivían
mejor que ellos.
Samuel
Selvon (San Fernando, 1923 – Puerto España, 1994) refleja la realidad de la
minoría inmigrante caribeña en un Londres de los años cincuenta, en esta
hipnótica historia coral que es Solos en
Londres. Hay que decir que lo primero que llama, y mucho, la atención es la
sintaxis caótica, irregular, áspera, el lenguaje que utiliza tanto su narrador
como sus personajes. Algo que nos obliga a permanecer siempre atentos, en esta
valiosa traducción de Maldonado Roldán, porque si perdemos comba quedamos fuera
de la novela. Sí, esa realidad que es este lenguaje provoca en el lector la
impresión de que jamás los inmigrantes llegan a integrarse. Da la impresión de
que todo el rato estuvieran acabando de bajar del barco para expresar su
primera frase en un inglés sin gramática. Pero es el que comparten los círculos
en los que se mueven. El mismo inglés de todas las personas de color, pues será
la piel lo que les transforme en una comunidad, con independencia de su país de
origen.
La
estructura es muy sencilla. Cada diez o doce páginas se nos va presentando un
personaje nuevo. Y a medida que avanzamos, cada personaje se va incorporando a
la acción. Es un encadenamiento y una acumulación. Pero resuelto de tal manera
que no nos perdemos entre la multitud que poco a poco va creando. El uso de
pseudónimos en lugar de nombres nos ayuda a seguir la lectura y nos mantiene en
la marginación. Uno espera encontrarse algo así como una mezcla entre el Jack
London de La gente del abismo y
ciertos relatos de V. S. Naipaul. Sin embargo, no hay intención periodística o
de literatura de alto grado en Selvon. Hay cierto humor al conocer al nigeriano
mujeriego que no se levanta de la cama si no tiene para comprar el pan, al
mulato que se niega a ser identificado como negro, a las mujeres que se
obstinan en mantener sus costumbres y repiten esa muletilla de “de donde yo
vengo”, al tipo arrogante e inofensivo que en lugar de trabajar juega a la
lotería o en juerguista que organiza fiestas para peces algo más gordos. Poco
humor queda para las prostitutas a quienes Selvon trata con un eufemismo moral
que ellas agradecen. Pero ese humor, esa inocencia, ese machismo, la mendicidad
y el saberse, o no, buscar la vida, está siempre, como el lenguaje, en función
de algo. Y ese algo es el aprendizaje de la resignación, que funciona como la
ley de Ohm: cuanta más resistencia uno pone, menos energía le atraviesa en
canal. Y la resignación es, no lo olvidemos, uno de los peores males de la
humanidad.
Fuente: Culturamas
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