jueves, 2 de noviembre de 2017

PASANDO EL RATO EN UN PAÍS CÁLIDO

Pasando el rato en un país cálido
Jose Dalisay
Traducción de Marta Alcaraz
Libros del Asteroide
Barcelona, 2012
218 páginas

Ese fui yo


“Soy de un país sin nieve y sin frambuesas”. Y ese país se llama Filipinas. Jose Dalisay (Romblón, 1954) no enuncia esta frase así, para dar comienzo a su novela, por casualidad. No comienza retratando esa patria que es a la vez su pasado y sus lugares, es decir, su memoria, con una dotación de cualidades, sino con ausencias. Y esa selección de ausencias se convierte, por arte de nuestros propios condicionamientos, de nuestros gustos elaborados a partir de los deseos sociales, en una carencia de romanticismo. Y al mismo tiempo en una metáfora: Filipinas es todo menos frío y navidad, menos dulce y redonda. Ese es el primer mensaje que envía el narrador desde el avión, mientras regresa a su país para asistir al funeral de su padre. Con una motivación tan sólida como la del protagonista de “El extranjero”, Meursault, o la familia Bundren en “Mientras agonizo”, el narrador toma impulso para saltar a un precipicio que no es existencialista ni un tour de force. Es un intento de cicatrizar las heridas abiertas durante la educación sentimental de Dalisay. Se trata de una novela de inspiración autobiográfica con afán de catarsis, con intención de poner las cosas en su sitio, de localizar y fraguar la verdad del autor. Es una obra gestada en el miedo a reconocerse a uno mismo, un tema que podría haber dado lugar a un relato muy oscuro en manos de alguien con menos ganas de vivir que las que posee Dalisay. Unas ganas de vivir que son sinónimo de la pretensión de aprender, pues Dalisay, como demuestra desde esa sentencia de entrada, vuela hacia su memoria preguntándose qué sabe de Filipinas. E incluso qué sabe de ese otro lugar donde ahora reside, donde se aprecia tanto la nieve y las frambuesas, que se llama Estados Unidos.
El recurso de que se vale es el uso del relato de su pasado como un ejercicio de compasión, de padecer tanto con quienes le quisieron como con el niño y el joven que fue. Un planteamiento que resulta especialmente patente en la primera de las cuatro partes de la novela, la que describe su infancia. En un ejercicio de prosa que, en la traducción de Marta Alcaraz, exhibe cotas equiparables a García Márquez, sabrosa, exótica, Dalisay describe un lugar tan lleno de cariño como Macondo. Pero a diferencia del pueblo colombiano, la magia aquí no se encuentra en los acontecimientos, sino en la mirada del niño. Es, por tanto, más verosímil que la del premio Nobel. Y de tan buen calado que resulta difícil mantener el ritmo. Pero Dalisay no lo pretende. En cuanto entra en la siguiente secuencia cambia el tono, pasa a ser menos lírico y a andarse sin rodeos, porque aquí tiene que reflejar que la edad universitaria es la etapa de la revolución, de una revolución que no está trenzada con flores y poesía, que anuncia violencia. Ahora es el momento de defender ideas, y no sensaciones. De ahí que las descripciones dejen lugar a los diálogos, que el sortilegio del paraje sea sustituido por el debate inconcluso.
La actividad clandestina terminará de cocerse en la tercera parte, que debuta con la implantación de la ley marcial que dará lugar a la dictadura de Ferdinand Marcos. Este es el momento de la detonación que le transformará, de los traumas que será necesario redimir. El protagonista se ve obligado a madurar, para lo cual debe explicar cómo es Filipinas, sus peculiaridades, su pobreza y sus miserias. Y la necesidad de combatir. Por eso el discurso pasa a ser más digresivo, porque hace su aparición el caos. Las locuras de juventud dan lugar al episodio más trágico, la cárcel, un lugar en el que el narrador sobrevive gracias a su concepto del nosotros, gracias a la identificación con el grupo, que es una forma de amistad prevista para salir a flote en la hora del naufragio. Los episodios aquí son seleccionados con mimo, al igual que los personajes, como ese soldado que les acompaña, a él y a su madre, a ver “El padrino” en el cine: en un momento que es un soplo de libertad en medio de la angustia, encuentra un ser humano entre el enemigo. Y después vendrá el final de esta buena novela, la escasez de certezas que supone reconstruirse.




Fuente: Quimera

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