lunes, 6 de noviembre de 2017

DÍAS ENTRE ESTACIONES

Días entre estaciones
Steve Erickson
Traducción de José Luis Amores
Pálido fuego
Málaga, 2016
294 páginas

Escrita en los años ochenta, la distopía que presentan los paisajes de Días entre estaciones, que tanto influyen en el desarrollo del relato, son una premonición real treinta años más tarde. Que el frío invierno de París consiga que se congele el río Sena o que la ciudad de Los Ángeles quede inundada de arena a causa de las tormentas secas que se suceden, fueron una gran invención. Por desgracia, el cambio climático y la intervención humana están cerca de conseguir que la pobreza que figura esta novela imaginativa, se vuelque en realidad. Muchos de los ríos que antes desaguaban en las orillas de California, ya mueren durante el camino a causa de la sobreexplotación del agua dulce. Y las temperaturas se van haciendo más y más extremas en los lugares donde se han podido contemplar las cuatro estaciones, de modo que ya solo quedan dos: el calor y la helada. En un mundo así, es natural que quienes lo habiten sufran el miedo a querer, a enamorarse, sobre todo si se puede elegir. Los que quieren, con facilidad caerán en crisis como dejar de sentirse, perder la noción de los sentidos hasta el punto de no reconocer que está siendo violada, o sencillamente la amnesia.
Una muchacha de diecisiete años, madre sola, que emprende un camino al encuentro de su amor o de lo que salga, y un joven que ha olvidado los últimos nueve años de su vida, y que luce un parche que cambia de un ojo a otro, son los dos protagonistas actuales de esta novela. Los ojos, los gatos, los trenes, los viajes al sur, quemar puentes detrás de sí, los telegramas, la obsesión por una tonada, los santuarios, los colores, etc., son elementos simbólicos, metáforas en ese mundo al que el autor nos lleva. En ese sentido, cada uno de los elementos es fácil de reconocer: la independencia de los gatos o la temperatura de los colores son indicios de querer comunicar con el lector. Más compleja resulta la trama temporal. A los personajes que viven la época contemporánea, se añade, en el centro de la novela, un joven director de cine mudo empeñado en sacar adelante una obra maestra, una innovación cinematográfica a la altura de las de Grifith, sobre la muerte de Marat. La reconstrucción de esa obra, el encuentro de la última caja con el final, y la relación filial del director con el protagonista enlazan ambas tramas. También las neurosis, el trastorno obsesivo o el síndrome de estrés postraumático. El amor y la declaración de amor será la única cura posible a la neurosis o a la estupidez. Y también está presente el incesto, que a modo de distopía también aparece en los dos tiempos narrativos, sin que quienes lo practican lo conozcan. Aquí no existe cura posible, solo negación de la realidad.
El hombre de quien la joven se enamoró, el padre de un hijo que aparece como un apósito, vuelve a aparecer en Venecia, ciudad simbólica del enamoramiento celestial, cuando ella sobrevive en un París en el que se raciona la electricidad, concediéndose solo media hora al día para poner en marcha los radiadores. Acompañado del joven con amnesia, emprenden un en tren viaje al sur, que les llevará a pasar por el norte de África, que comienza con una inesperada alianza y les llevará a un final en el que o bien terminarán de romperse, o bien tendrán que reconstruirse con lo que quede de ellos. Por el camino descubren que no queda ningún lugar habitable sobre el planeta. Algo que no deja de ser un fondo, un paisaje al otro lado de las ventanillas, pues a medida que transcurre la novela, el narrador oculta menos los sentimientos de los protagonistas: pasa de verificar hechos a la obra intimista, en la que los fantasmas y la sanación de los fantasmas, será el objetivo del viaje. La necesidad de recomponerse, de sentirse completo, es el tema sobre el que Erickson (Santa Mónica, 1950) construye esta novela.


Fuente: Culturamas

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