Vida de zarigüeyas
Dolly
Freed
Traducción
de Rubén Martín Giráldez
Alpha
Decay
Barcelona,
2012
219
páginas
El
Robinson urbano
En
un epílogo mimoso y conciliador, Dolly Freed (Florida, 1960) se excusa un poco
por los pasajes más vehementes de su libro, pero sigue sosteniendo que es
posible implantarse, en mitad de la civilización moderna, dentro del barril de
Diógenes. No sólo defiende esta posibilidad, sino que incluso la promociona. A
su juicio, es una insensatez no guiarse por ella, dado que el tiempo que ha
transcurrido desde que escribiera el libro, en 1978, hasta hoy, ha incrementado
la necesidad de reconocer que podemos llegar a necesitar sobrevivir en un mundo
que ha colapsado. Dicho de otra forma, si el futuro que se avecina se asemeja a
Mad Max, y eso es algo que no cabe
descartar, aprender a vivir con el mínimo necesario, pescando en los ríos de
los alrededores, plantando un huerto urbano, criando gallinas y conejos dentro
de casa, puede ser nuestra salvación. Y, además, se trata de un recurso que muestra
una vía de libertad. Porque ese es el planteamiento de este libro, defender una
hipótesis de libertad que pasa por controlar la propia vida.
Con
Diógenes como modelo, el filósofo que no sentía apego por los objetos ni por la
memoria, y con un padre tan expeditivo como ingenioso, del que a medida que uno
va leyendo sospecha que padece problemas con el alcohol, a modo de mentor,
Dolly Freed elabora una guía de supervivencia. Pero, al mismo tiempo, este
libro es también un recetario de cocina y una guía de salud, un libro de
autoayuda y una crítica social, la narración de una iniciación y un libro de
humor. De hecho, es un libro de humor tan socarrón como los de Bill Bryson o
Gerald Durrell. Vida de zarigüeyas es
un libro sin género, pero atípico entre los libros sin género, o un tratado que
mezcla diversos géneros que no siempre son literarios. Entre otras cosas,
porque se defiende al instinto por encima del aprendizaje; porque se aboga por
la necesidad de decrecimiento económico sin teorías económicas de por medio;
porque topa con la vida de la gente que construye su presente fuera de la
sociedad mientras mantiene cierto cinismo acerca de lo espiritual. Y hasta hay
algo de la picaresca entre las páginas, dado que si hay una cualidad de la
inteligencia que se defiende, esta será la astucia. A la que cabe unir un
carácter que desconoce el sentido del ridículo y un temperamento que carece de
escrúpulos a la hora de afrontar lo práctico, siempre y cuando no se dañe a los
demás, como por ejemplo a la hora de elegir el menú. En resumen, es un tratado que
versa sobre “hacer de la necesidad virtud”.
Careciendo
de ideología o, aparentemente, de delirios ideológicos (si bien cabe
cuestionarse las certezas de su elección, pues puso el alma en ello), Freed se
refleja como la buena adolescente que es, denotando un tono subversivo. Porque
la rebeldía es parte de la vida de las zarigüeyas. “Durante algún tiempo nos ha
resultado difícil tomar decisiones, así que no hemos tomado ninguna… Y,
sinceramente, no tener que tomar
decisiones es uno de los mayores lujos de la vida (sólo comparable a no tener
que trabajar)”. Aislada de la civilización por un muro de revuelta juvenil, y
de las utopías por un egoísmo poco dañino, Freed considera que la felicidad es
una sensación y que, por tanto, donde hay que trabajar es en el interior del
individuo: “Uno de los elementos básico de nuestro bienestar consiste en ser
capaces de escuchar las noticias sobre las finanzas sin figurarnos que el fin
del mundo está al caer”. “Ni te imaginas la diferencia entre la presión
arterial de uno que paga impuestos y la de otro que no lo hace mientras leen el
periódico”, afirma en las primeras páginas del libro, tal vez las más
brillantes, antes de pasar a combinar las anécdotas con las explicaciones, a veces
de gusto dudoso, sobre cómo preparar una tortuga o una paloma para cocinarla.
En
resumen, alguien que sostiene que es más fácil prescindir de cosas que se
pueden pagar con dinero que ganar el dinero necesario para comprarlas, sigue
mereciendo un pequeño altar en el rincón de nuestras casas.
Fuente: Quimera
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