El mundo conocido
Edward P. Jones
Traducción
de Antonio Fernández Lera
Tropismos
Salamanca,
2004
366
páginas
20
euros
Cabe preguntarse, una vez más, por qué desde las
primeras líneas de La Ilíada hasta el
punto final de esta admirable novela, la dignidad humana es uno de los hilos,
acaso el más conmovedor, con los que se cosen las costuras de la narrativa
universal. El mundo conocido es una
novela sobre la esclavitud, y por tanto sobre la libertad, sobre una dignidad
superior al prudente conformismo.
El relato coral que nos trae Eward P. Jones aporta
un tono de resignación y, paradójicamente, de sabiduría, ante la idea de que
pertenecer al género humano es inevitable, de que en distintos grados, como
reflejan las actitudes y temperamentos de los seres que pueblan la obra, la
gente necesita que alguien les diga qué está bien o mal, que lo único parecido
a moral a lo que pueden atenerse, de lo contrario, son las leyes que protegen
la propiedad por encima de la vida, y la existencia de un Dios que no pasa de
mostrarse como un mero observador. Al igual que el narrador de la novela, que
contempla su obra desde la distancia, colocando al lector en el lugar en que un
espectador enfrentaría a un descomunal mapa del ficticio condado de Manchester,
condenado a percibirlo por partes, con la vista indagando de modo caprichoso,
bailando de aquí para allá sobre sus dos dimensiones, descubriendo una vida y otra
y otra, y en consecuencia construyéndolo puede que sin volumen, pero, milagrosamente,
sí con la materia de la cuarta dimensión: el tiempo. Y el lector siempre
comprende que se encuentra ante una unidad, siempre lee, aceptando cierto pasmo
como premisa: Manchester, condado de Manchester, hombres abandonados sobre la
tierra del condado, negros, esclavos, negros llaman amo a otros negros, hombres
como mera propiedad que hablan como hablan los herederos de generaciones que
han sobrevivido en el campo, trabajando, como si esto fuera lo que imponen las
leyes naturales, como si lo terrible fuera que la vida sucediera, que el mundo
no se interrumpa, dado que los presentimientos poseen más fuerza que las
convicciones. Porque, con acierto, Jones elude lo truculento de la historia de
la esclavitud, y se concentra, durante la mayor parte de la novela, en los
cinco sentidos de sus personajes, en las pequeñas cosas que pueden no impactar
al lector, pero que éste reconoce como vitales en la existencias que lee, de
modo que ya no cabe hablar de personajes, sino, como en la mejor literatura, de
personas.
Muy alejado de la narrativa en la que la ciudad
nerviosa es dueña de la atmósfera, Edward P. Jones relata con una armonía que
fluye despacio, nunca aburriendo, tomándose un tiempo necesario, pues en el
condado de Manchester cada segundo pesa tanto como todo el espacio que media
entre la desesperanza y la desesperación.
Fuente: Lateral y Tribuna/Culturas
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