Es la hora de las recomendaciones de cara a las próximas fiestas. Nosotros sugerimos alejarnos del bullicio a través de cuatro títulos, recién aparecidos, que se encuadran en ese género que ahora se conoce como Nature Writting, en lo que a nadie se le ocurra una buena traducción al castellano. Nosotros aconsejamos leerlos uno detrás de otro.
Ni la ola extrema, con un tubo de docenas de metros bajo una rompiente de toneladas de agua salada formando espuma, ni la más vertical de las paredes del Himalaya, hasta superar los ocho mil metros. No, la aventura ya no viene definida por el reto, por la conquista, por la dificultad… O tal vez sí, tal vez la dificultad sí sea lo que lo define. Porque una gran ola del oeste de Australia que peleas con tus compañeros de surf, o una cumbre alpina encordado con cinco compañeros, son difíciles para la anatomía, para los pulmones, para la musculatura, para las células del equilibrio que se expanden y contraen dentro de los oídos. Pero nada hay más difícil que el arte de estar solo. La experiencia urbana de la soledad ha generado unas versiones de neurosis que se tratan en el diván vienés. Sin embargo, la soledad en la naturaleza, es la forma de vida más difícil de alcanzar por el hombre moderno. A quienes escriben sobre ello les llaman herederos de Thoreau, de Emerson, de Muir y de un puñado de caminantes de los bosques sobre los que se cimentaron los argumentos para reivindicar su conservación. Sin embargo, muchos de ellos han superado, y de largo, a los maestros.
Es la hora de las recomendaciones de cara a las próximas fiestas. Nosotros sugerimos alejarnos del bullicio a través de cuatro títulos, recién aparecidos, que se encuadran en ese género que ahora se conoce como Nature Writting, en lo que a nadie se le ocurra una buena traducción al castellano. Nosotros aconsejamos leerlos uno detrás de otro.
EN ISLAS EXTREMAS
Amy Liptrot
Traducción de María Fernández Ruiz
Volcano libros
262 páginas
Si hablamos de islas como reparación emocional, uno piensa, rápidamente, en un lugar autosuficiente, donde le baste un bañador viejo para sobrevivir. Sin embargo, hace falta estar dispuesto a amueblar muy bien la propia cabeza, a poner en orden los propios sentimientos, que es tanto como decir a aceptar que no hay forma de organizarlos, para elegir unas islas en el Mar del Norte a modo de terapia. En primer lugar, por la incertidumbre: fueron las islas de la infancia y desde entonces han sufrido transformaciones. En segundo lugar, por la conciencia de que lo inamovible, aquello a lo que ella, Amy Liptrop, se podría agarrar, no es el tarro de mermelada de la abuela: son las tormentas, los acantilados, el cielo que amenaza, la ruina de un oscuro y largo invierno. La vida en las islas será rural, pero Liptrop elegirá el vuelo de la gaviota antes que la petaca de whisky, que es la tabla de náufrago de muchos de los habitantes de la región.
La propia autora, Amy Liptrot, regresa desde Londres a la granja en las islas Orcadas (Escocia) donde pasó su infancia. Sin embargo, y después de una década viviendo al límite en la ciudad —hasta perderlo todo, atrapada y vacía por sus adicciones—, no encuentra un espacio en la isla ni en sus recuerdos donde recuperar el control de su vida.
Será solo después de nadar por las mañanas en las frías aguas del mar, de rastrear la vida silvestre de las aves y buscar durante la noche la aurora boreal, cuando Amy descubra que vivir rodeada por el mar, la tierra, el viento y la luna puede renovar su esperanza y restaurar su vida. En islas extremas es un libro de memorias hermoso e inspirador.
Salvaje
Renaturalizar la tierra, el mar y la vida humana
George Monbiot
Capitán Swing
343 páginas
Hace poco recomendábamos Media Tierra (Errata Naturae), del sabio Edward O. Wilson. Hoy nos encontramos frente a un libro semejante. George Monbiot no denuncia. O no solo denuncia, porque denunciar es necesario. Monbiot propone. Y lo hace sobre propuestas. Monbiot se mueve entre el periodismo y la ciencia, y es así como va encontrando diferentes ejemplos de recuperación de la vida natural. Tal vez se les pueda achacar que están intentando vaciar el océano con una cuchara. Pero sin cuchara, jamás vaciaremos el océano. Aunque la filosofía de Monbiot es mucho más sencilla que un programa de reforma del mar. En el desierto, en el monte, en la vida campesina, en el equilibrio entre la vida del ganadero y la del lobo, en cualquier detalle, se reconocer como si tuviéramos algo que uno llamaría, con atrevimiento, una memoria genética. Monbiot siente esos recuerdos de recuperación de lo salvaje, en el término en que utilizaba la palabra Gary Snyder, como si vinieran desde generaciones anteriores a la Revolución Industrial.
Ser ecologista a principios del siglo XXI es estar siempre defendiendo, argumentando y reconociendo los obstáculos que enfrentamos en nuestros esfuerzos por proteger los lugares salvajes y luchar contra el cambio climático. Salvaje es la lírica y emocionante historia de los esfuerzos de George Monbiot para volver a comprometerse con la naturaleza y descubrir una nueva forma de vida. En sus páginas demuestra cómo, restaurando y resalvajizando nuestros dañados ecosistemas en la tierra y en el mar, podemos traer la maravilla de nuevo a nuestras vidas. Sin ambigüedad romántica, podemos curar simultáneamente nuestro «aburrimiento ecológico» y comenzar a reparar siglos de daño ambiental.
Monbiot nos propone un fascinante recorrido alrededor del mundo para explorar ecosistemas que han sido liberados de la intervención humana y a los que se ha permitido —en algunos casos por primera vez en milenios— reanudar sus procesos ecológicos naturales, mientras discurre en kayak entre delfines y aves marinas de la costa de Gales y vaga por los bosques de Europa del Este, donde el lince y las manadas de lobos están reclamando sus antiguos campos de caza. A través de sus ojos, vemos el éxito ambiental y comenzamos a imaginar un futuro en el que los seres humanos y la naturaleza ya no son independientes y antagónicos, sino que forman parte de un solo mundo.
LOS GANSOS DE LAS NIEVES
Mi viaje migratorio al gran norte
William Fiennes
Traducción de Carmen Torres y Laura Naranjo
Errata Naturae
339 páginas
De nuevo en solitario y de nuevo, para nuestra más sincera y cochina envidia, volando. O al menos volando a través de las aves, de la migración de unos gansos que fueron su idea de la infancia. ¿Existe alguien que en un momento de apuro no cierre los ojos y trate de reproducir esa imagen de la naturaleza que le salvó de caer en el mal? ¿En cuántas de esas ocasiones no aparece el viento? Al igual que en las islas Orcadas de Amy Liptrop, el viento es protagonista. Pero en esta ocasión no podemos dejar de remitirnos a aquel documental que nos cambió la forma de entender el cine de naturaleza: Nómadas del viento. La aventura de William Fiennes es lírica, como líricos fueron los primeros viajes, como lírico es el aire. Y la dirección, de sur a norte, del calor al frío. Porque para cicatrizar las heridas que a uno le ha generado haber vivido, no hay nada mejor que el viento y el frío. Al margen de ese recuerdo de infancia, el que nos salva cuando cerramos los ojos y nos imaginamos volver a estar ahí, en la naturaleza, sin tener los pies agarrados a la tierra. En definitiva, libre.
William Fiennes vivió desde niño en el castillo de Broughton, propiedad de su familia desde el siglo XIV, lo que conformó para el escritor una sensación de hogar y de arraigo fuera de lo común. Sin embargo, tras una larga enfermedad que a punto estuvo de arrebatarle la vida, Fiennes sintió por primera vez la necesidad de buscar otro lugar. Aquella casa, y el pasado que contenía, se asemejaba de repente más a una cárcel que a un refugio. Inspirado por el reencuentro con una lectura de la infancia sobre la migración de los gansos de las nieves, comenzó a preguntarse qué misteriosas señales les anuncian a las aves que es hora de irse, hora de volar.
De manera impulsiva, Fiennes decidió unirse al formidable viaje anual de los gansos. Así, se trasladó desde la campiña inglesa hasta Estados Unidos, donde comenzó su odisea: durante meses acompañó a una inmensa bandada de gansos nivales desde sus áreas de invernada en Texas hasta sus zonas de reproducción en el Círculo Polar Ártico. Su experiencia da lugar a un libro de viajes fascinante, donde el relato de su periplo se entremezcla con las historias de los grandes ornitólogos, sus descubrimientos y anécdotas más asombrosas, y con las de las propias aves, sus costumbres y sus hazañas. Pero, además, este libro es también el relato de un viaje a una América en muchos sentidos aún profunda y salvaje. Como algunos de los mejores narradores norteamericanos, Fiennes nos cuenta sus días y sus encuentros con una exquisita sencillez que nada tiene de sencillo, con la serenidad narrativa del que viaja sin prisa, pero a través de una mirada selectiva capaz de rescatar con precisión las percepciones y los detalles que nos permiten reconstruir todo un mundo. Así, su viaje se convierte en una extraordinaria meditación sobre la indescifrable sabiduría de la naturaleza y la inagotable curiosidad de los seres humanos.
LAS VIEJAS SENDAS
Robert MacFarlane
Traducción de Juan de Dios León Gómez
Pre-textos
456 páginas
MacFarlane es nuestra debilidad. Si alguien nos preguntara quién es el mejor escritor vivo, uno dudaría a quién otorgarle la primera plaza. Está muy reñida. Pero la segunda, esa que no incomoda, la que nos deja a todos tranquilos, se la adjudicaríamos a Robert MacFarlane. Su primer libro, Las montañas de la mente (Alba) es el equivalente a Moby Dick en literatura de valles y cumbres. Aunque en este caso el capitán Ahab sea él mismo, un joven científico loco empeñado en que debe existir un alma en la geografía de las montañas. Naturaleza salvaje fue la expresión de una dicha que no es asequible a todos: basta la corteza de un árbol, basta una crisálida en un arroyo, para reencontrarnos con lo salvaje. No es necesario grandes viajes ni parajes exóticos. Y ahora llega el momento de caminar. La geomorfología de los senderos y los insectos que son mucho más que unos bichos para entomólogos, por ejemplo, son acicate para considerar caminar como una experiencia artística. MacFarlane debe ser un tipo muy raro, porque confunde el caminar con la mirada. Y nosotros debemos ser muy torpes, porque confundimos la mirada con el alma. No es complicado deducir que en las cañadas, y cortafuegos, en las rutas tapadas por la maleza o en las veredas abiertas por los agricultores, vamos a reconciliarnos con nuestra alma. Una vez más, GRACIAS, Robert.
Las viejas sendas es la tercera parte de una “imprecisa trilogía sobre el paisaje y el corazón humanos”, en palabras de su autor, Robert Macfarlane. Los dos primeros títulos de la supuesta trilogía, Mountains of the Mind (2003) y The Wild Places (2007), le valieron el reconocimiento como uno de los escritores ingleses emergentes, pero Las viejas sendas es la obra que le ha granjeado la alabanza unánime de la crítica y el éxito masivo, siendo elegido como uno de los libros del año por autores tan diversos como John Banville, Philip Pullman, William Dalrymple, John Gray, David Nicholls, Penelope Lively o Andrew Motion.
Esencialmente dedicado al acto de caminar, el libro nos recuerda la especial relación que, a través de ese movimiento, establecemos con el paisaje, y con todos los que nos han precedido en dejar sus huellas sobre los campos, o las estelas de sus embarcaciones en los océanos. Nos invita a reflexionar no sólo sobre la forma en que nos desplazamos, sino sobre nuestro modo de mirar, de sentir y de relacionarnos con el medio, el arte y la naturaleza.
Macfarlane dedicó tres años a recorrer rutas ancestrales por todo el mundo, a lo largo de cañadas, veredas, vías de peregrinación, antiguas rutas marinas y sendas que datan de época prehistórica, por Inglaterra, Escocia, Palestina, el Himalaya y España. El poeta inglés Edward Thomas es la figura espiritual que le sirve de guía en dichas travesías, y el libro que tiene en sus manos el resultado de su poética y personalísima investigación, que insufla de vida un género literario en su totalidad.
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