Guerracivilandia en ruinas
George Saunders
Traducción
de Javier Calvo
Editorial
Mondadori
Barcelona,
2005
182
páginas
16
euros
El futuro mundo infeliz
Nueve años después de su publicación en Estados
Unidos, aterriza en España el primer libro de Goerge Saunders, uno de esos
escritores de la estirpe de los incómodos, de quien ya conocíamos su Pastoralia. El libro es un conjunto
formado por seis relatos y una novela corta que, aparentemente, Saunders
concibió como un conjunto formal. El libro ofrece una impresión de unidad poco
frecuente en este tipo de publicaciones. Y la unidad no se debe al estilo de
Saunders, seco, corto, directo, que atrapa al lector por el aliento
arrastrándolo al interior de las páginas; tampoco se debe a un criterio
uniforme de ambientación, ni a historias que entrelazándolas podrían dar lugar
a una novela de vidas cruzadas. La unidad del libro se debe a la lectura de lo
terrible que será el futuro inmediato. El tema común es una advertencia sin
marcha atrás: para enderezar el rumbo de esta vida, habría que volver a nacer,
pero en un mundo distinto. La única esperanza, como nos muestra en el cierre de
la novela breve –un cierre que bien podría estar abarcando al resto del libro-,
sería rebelarse contra ese futuro, que es tan inmediato que para que la
rebelión fructifique habría que armarse y echarse al monte.
Saunders busca algo tan complicado como reunir
dentro de la misma atmósfera tanto a la sátira como al esperpento, y eso sin
presentar ningún atisbo de humor. Si el lector no se ofrece al juego, puede
resultarle un tanto sensacionalista, un tanto exagerado, y entonces la
literatura de Saunders perdería toda verosimilitud. Creo que este no es un buen
consejo. Yo diría que lo mejor es dejarse arrastrar, entrar en este mundo de
seres deformes, grotescos, rutinarios, acongojados, y sometidos a una
marginación atípica, pues en su mundo casi todos son marginados. Ese es el
punto alegórico de Saunders: que la marginación sea la norma: “No soy un mal
tipo. Solo me gustaría dejar de tener esperanzas”, dice uno de ellos, una frase
tan propia de un deprimido como de cualquiera de nosotros. Y esta marginación
sucede en un lugar donde si existe la naturaleza es para que sea controlada por
exterminadores de mapaches. Todo es artificial. Tan artificial como los parques
temáticos en decadencia, como los negocios que ocupan grandes extensiones y en
cuyo seno se vive al igual que si se tratara de un campo de concentración.
Tampoco hay convivencia, de ahí que no existan diálogos, que estos hayan sido
sustituidos por los comentarios de gente cruel que no mide el alcance de sus
palabras. Y al final, o al principio, o en el medio, siempre muere alguien,
unos homicidios a los que Saunders y los narradores de Saunders (todos los
cuentos están escritos en primera persona) no le dedican más de una línea. Tal
vez porque en realidad lo que nos está dando más miedo sean las acciones
comunes: “Cuando intenta dar miedo le sale mal. No tiene ni idea de gemir. Da
más miedo cuando hace cosas normales de niño, como sacarse mocos y limpiárselos
en la zapatilla deportiva”. Y lleva los asuntos hasta extremos insospechados
como que el miedo provenga de la pornografía y no de la muerte: “Pero
inténtenlo... maten a un niño encantador por un descuido y luego intenten
disfrutar del sexo. Si pueden, son ustedes unos dementes”.
Únicamente cabe preguntarse si Saunders es capaz de
disfrutar mientras escribe, si él mismo llega a elaborar este extrañamiento,
demoledor, sin que se le escape por las axilas un sudor helado. Un consejo para
el lector que deba decidir si comprar o no este libro: lea la primera frase de
cada relato y conocerá el tono de esta literatura. Saunders no se anda por las
ramas.
Fuente: Tribuna/Culturas
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