Incendios
David Means
Traducción de Toni Hill
Mondadori
Barcelona, 2006
159 páginas
13 euros
Quemando las cenizas
En una equívoca decisión
editorial, se ha optado por traducir Assorted
Fire Events, algo así como Diversos
sucesos de fuego, como Incendios.
El título sería acertado de no ser porque no hace tanto que se publicó en
nuestro país otro libro de relatos de igual título, escrito por Richard Ford,
un escritor al que David Means debe más que al ubicuo Raymond Carver, quien, a
juicio de los redactores de los textos de contraportada y solapa, es el
antecesor de Means. Con mantenernos en el nivel de la textura del texto
bastaría para comenzar a darnos cuenta de que aquello que diferencia a Means
(un autor al que debemos seguir la pista, por lo que se puede descubrir en
alguno de estos relatos) de Carver le aproxima a Ford: una prosa fluida y rica,
de frases más largas que se construyen con yuxtaposición, sin renunciar a
subordinar cuando se torna más envolvente, que es cuando penetra dentro de la
cabeza de sus personajes, y sin renunciar tampoco a las frases cortas para
hacer galopar la narración en momentos precisos. Esto lo podemos comprobar
desde los dos primeros relatos, Incidente
en la vía férrea y Coito, dos
experimentos juveniles que no van mucho más allá de tratar de romper para sí
mismo los límites del cuento. A juicio del que suscribe, el libro ganaría en
intensidad si se hubieran cercenado estas páginas. Aún así, ya empezamos a
descubrir que al igual que sus antecesores –los mencionados Carver y Ford-,
caracteriza perfectamente a sus personajes por su indumentaria, sin recurrir al
físico ni a azotes extraídos de un diccionario de psicología, para facilitar la
identificación de los mismos, una generalización que nos remite a las tribus
urbanas. Un uso clásico de estereotipos en la tradición de la narrativa
norteamericana.
Hasta ahí, Means es el Carver que
introduce a sus personajes en situaciones comprometidas. A partir de ahí, dado
que sus personajes piensan, recuerdan, asocian sentimientos a sucesos y
previsiones de futuro, y no se anda con miramientos a la hora de contárnoslo,
pasa a ser Ford, o acaso un lector de literatura europea, de, ¿por qué no?,
Dostoievsky. Dado que tampoco siente prisa por hacernos llegar al final, que se
entretiene en una densidad que no es solo de sucesos, librando a su escritura
del fuerte sabor seco de Carver, parece conocer el flujo de conciencia de
alguien como Virginia Woolf. Además, compone textos poco redondos,
fragmentados, con sucesiones temporales alternas, manipulando al dios tiempo de
manera poco convencional para las distancias cortas, lo cual nos hace pensar en
un escritor más dotado para la novela que para el relato, donde por alguna
razón sigue triunfando la forma redonda; es decir, Means, probablemente sin
pretenderlo, nos hace pensar más en el Frank Bascombe de El día de la independencia que en la trama de ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?
En todos los relatos existen
factores comunes, los que irán elaborando el mundo propio de Means. El primero
de ellos, el más molesto, como reconoce él mismo en Lo que espero, es la muerte de alguien, la necesidad de que alguien
fallezca para tratar de enganchar al lector. El segundo, mejor tapado y
saliendo a flote cuando procede, es que sus personajes no tienen la vida sexual
resuelta. El tercero, el más interesante, es la exploración de los momentos de
dolor, un tipo de atención que nos habla de lo que puede haber de trascendental
en el hombre que siente. Ahí están los cuentos más recomendables del volumen
para demostrarlo: el estupendo Lamento en
el oso dormido, que trata sobre el padecimiento del recuerdo vivido como
una culpa, o La reacción, donde nos
lleva a confundir a un médico con el coro de sus enfermos. Desde esos dos
relatos en adelante, todos merecen la pena.
Fuente: Culturas/Tribuna
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