jueves, 16 de noviembre de 2017

LAS AVENTURAS DE WESLEY JACKSON

Las aventuras de Wesley Jackson
William Saroyan
Traducción de J. Martín Lloret
Acantilado
Barcelona, 2006
390 páginas
21 euros

Tras la estela de Joseph Heller



En 1955 saltó a los estantes de las librerías una obra maestra que se titulaba Catch 22 (traducido al castellano como Trampa 22), de Joseph Heller. Se trata, posiblemente, del mejor alegato contra el espíritu castrense que se ha escrito nunca, y para tal fin debería de tener como decorado o trasfondo la Segunda Guerra Mundial. Ruego a quien tenga a bien repasar estas líneas que no deje de leer esa novela. Uno puede deducir, siguiendo una lógica que tiene que ver con el dios tiempo, que Las aventuras de Wesley Jackson tienen como doble raíz la obra antes descrita. Uno puede imaginarse que el impacto que aquella causó entre los lectores fue lo que decidió al ejército americano a buscar un autor de prestigio al tiempo que marginal, hijo de inmigrantes, como casi todo buen americano, al que encargarle una novela en la que se reivindicara el buen ambiente que se vivía entre las tropas americanas durante la guerra, ya se sabe, ese sueño de tópicos que se representaba en algunas de las peores películas de la historia, protagonizadas incluso por Elvis Presley: la camaradería sin artificios, el flirteo sin arañar la belleza, la utopía común y evidente de un mundo rosa por el que merece la pena batallar, pero no matar, pues el enemigo no moría porque no era humano.
Y así William Saroyan, un autor que está rescatando Acantilado con su proverbial acierto, fue designado con no buen tino por quien interviniera en la selección. Saroyan no se anduvo con chiquitas, y se colocó a la estela de Heller en su profundo odio a la violencia y rechazo de todo lo que tenga que ver con la guerra, y eso incluye al ejército, por mucho que en los tiempos que corran se nos pretenda aturdir asegurándonos que se trata de un cuerpo de intervención a favor de la paz y la seguridad. Una de las conclusiones que uno puede extraer, tras leer estas grandes novelas, es que si un país pretende ayudar a los demás, en lugar de soldados armados con fusiles o con escritores dispuestos a inundar las mesas de productores cinematográficos de guiones belicistas, no haría mal en enviar bomberos, enfermeros, médicos… incluso agricultores y albañiles.
La mayor parte de la novela transcurre en los Estados Unidos, durante el período de formación del protagonista, un muchacho de diecinueve años que nos relata los episodios en primera persona, utilizando un lenguaje limitado, pero muy bien elaborado por parte de Saroyan y de su traductor, que no pretende transmitir valores. Así, las deducciones o toma de partido que elija el lector surgirán como resultado de la filtración de los episodios, vistos a través de los ojos del protagonista. Dichos episodios, divididos en capítulos cortos, se centran en las personas que va conociendo. No parece haber ninguna intención de retratos sociales ni de descripciones de sitios. A ninguna de estas personas, la mayoría gente que respira el aire de sus días y de sus noches en la esfera de lo cotidiano, se la llega a odiar. Ni siquiera al cabo traicionero o al sargento bruto y mediocre. Todas flotan con esfuerzo en el ámbito castrense, tratando de no tropezar con los mandos, cuya presencia en la novela es casi nula. Como no podía ser de otra manera, Wesley Jackson va eligiendo una serie de amigos con los que convivir en una relación intensa, de veinticuatro horas, con los que se emborracha o descubre el amor a pesar de su fealdad. Al mismo tiempo, trata de arreglar, desde la distancia, su desarraigo familiar, conciliándose con su padre y con su madre gracias a unas cartas en las que descubre su gran virtud, que es la misma que tiene la buena literatura: ayudar a reconciliarnos con el mundo. Así pues, una vez que cierren la novela de Jospeh Heller, por favor, abran ésta.


Fuente: Tribuna/Culturas

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