Las aventuras de Wesley Jackson
William
Saroyan
Traducción de J. Martín Lloret
Acantilado
Barcelona, 2006
390 páginas
21 euros
Tras la estela de Joseph Heller
En 1955 saltó a los estantes de
las librerías una obra maestra que se titulaba Catch 22 (traducido al castellano como Trampa 22), de Joseph Heller. Se trata, posiblemente, del mejor
alegato contra el espíritu castrense que se ha escrito nunca, y para tal fin
debería de tener como decorado o trasfondo la Segunda Guerra Mundial. Ruego a
quien tenga a bien repasar estas líneas que no deje de leer esa novela. Uno
puede deducir, siguiendo una lógica que tiene que ver con el dios tiempo, que Las aventuras de Wesley Jackson tienen
como doble raíz la obra antes descrita. Uno puede imaginarse que el impacto que
aquella causó entre los lectores fue lo que decidió al ejército americano a
buscar un autor de prestigio al tiempo que marginal, hijo de inmigrantes, como
casi todo buen americano, al que encargarle una novela en la que se
reivindicara el buen ambiente que se vivía entre las tropas americanas durante
la guerra, ya se sabe, ese sueño de tópicos que se representaba en algunas de
las peores películas de la historia, protagonizadas incluso por Elvis Presley:
la camaradería sin artificios, el flirteo sin arañar la belleza, la utopía
común y evidente de un mundo rosa por el que merece la pena batallar, pero no
matar, pues el enemigo no moría porque no era humano.
Y así William Saroyan, un autor
que está rescatando Acantilado con su proverbial acierto, fue designado con no
buen tino por quien interviniera en la selección. Saroyan no se anduvo con
chiquitas, y se colocó a la estela de Heller en su profundo odio a la violencia
y rechazo de todo lo que tenga que ver con la guerra, y eso incluye al
ejército, por mucho que en los tiempos que corran se nos pretenda aturdir
asegurándonos que se trata de un cuerpo de intervención a favor de la paz y la
seguridad. Una de las conclusiones que uno puede extraer, tras leer estas
grandes novelas, es que si un país pretende ayudar a los demás, en lugar de
soldados armados con fusiles o con escritores dispuestos a inundar las mesas de
productores cinematográficos de guiones belicistas, no haría mal en enviar
bomberos, enfermeros, médicos… incluso agricultores y albañiles.
La mayor parte de la novela
transcurre en los Estados Unidos, durante el período de formación del
protagonista, un muchacho de diecinueve años que nos relata los episodios en
primera persona, utilizando un lenguaje limitado, pero muy bien elaborado por
parte de Saroyan y de su traductor, que no pretende transmitir valores. Así,
las deducciones o toma de partido que elija el lector surgirán como resultado
de la filtración de los episodios, vistos a través de los ojos del
protagonista. Dichos episodios, divididos en capítulos cortos, se centran en
las personas que va conociendo. No parece haber ninguna intención de retratos
sociales ni de descripciones de sitios. A ninguna de estas personas, la mayoría
gente que respira el aire de sus días y de sus noches en la esfera de lo
cotidiano, se la llega a odiar. Ni siquiera al cabo traicionero o al sargento
bruto y mediocre. Todas flotan con esfuerzo en el ámbito castrense, tratando de
no tropezar con los mandos, cuya presencia en la novela es casi nula. Como no
podía ser de otra manera, Wesley Jackson va eligiendo una serie de amigos con
los que convivir en una relación intensa, de veinticuatro horas, con los que se
emborracha o descubre el amor a pesar de su fealdad. Al mismo tiempo, trata de
arreglar, desde la distancia, su desarraigo familiar, conciliándose con su
padre y con su madre gracias a unas cartas en las que descubre su gran virtud,
que es la misma que tiene la buena literatura: ayudar a reconciliarnos con el
mundo. Así pues, una vez que cierren la novela de Jospeh Heller, por favor,
abran ésta.
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