Mosaico de una vida
Claire
Nicolas White
Traducción
de Mónica Rubio Fernández
Sabina
Madrid,
2017
250
páginas
Que
el mundo es unas cuantas tiernas imprecisiones, es un verso del poeta Jorge
Luis Borges que definiría este Mosaico de
una vida, con todo el cariño que el libro se merece. Sabiendo que es
imposible la autobiografía completa, la precisión como concepto, Claire Nicolas
White (Países Bajos, 1925) se propone dictar con una memoria agradecida,
aquellos recuerdos que se dibujan mejor entre las tiernas imprecisiones. De ahí
nace este libro, amable, escrito en un momento en que entiende que la poesía de
la vida puede existir y ha existido: la infancia en el jardín, la amistad ideal
de los niños, el descubrimiento pudoroso del amor y otros conceptos de ese
estilo, marcan los buenos fantasmas en que se han convertido los recuerdos, o
al menos los recuerdos que Nicolas White quiere compartir. Porque en algún
momento se intuye lo que debió ser un malestar prolongado, como el síndrome de
Ulises, que sufrió durante sus primeros años como inmigrante en Estados Unidos,
huyendo de la Segunda Guerra Mundial.
Hija
de un padre vidriero, al que observa con cierta distancia, y una madre
escultora, su vida infantil está marcada por el deseo de huir, como huyeron los
niños de la película Stand by me.
Porque al tiempo que convive con la alegría y la enfermedad que no te destroza,
se iguala a sus amigas mediante los sueños. Y el de la aventura es el juego
natural de la infancia. Sobre todo cuando se vive dentro de una sociedad de
falso puritanismo. La huida sucede en tiempos de guerra, pero inmediatamente
encuentra su lugar en los otros inmigrantes, en el primer amor y las lealtades
y vínculos con nuevas amistades. Será esa tierna imprecisión, la de la amistad,
la que marque la vida de Nicolas White, y la sugiera que el planeta Tierra no
es un mal sitio donde estar. De ahí que cosechando recuerdos recolecte un
mosaico y no unas ruinas. Y eso a pesar de ser consciente de haber vivido en
tierra de nadie su momento de transformación, por ejemplo, pero agradecida, por
entender que a lo que más se pareció esa tierra de nadie es a la rama de la que
se agarra la crisálida. Vuelve a nacer y se encuentra a la mujer adulta,
sobrina de Aldous Huxley y, por tanto, viviendo en un ambiente en el que podría
considerarse una persona especial. Pero mantiene la sabiduría al considerar que
el arte y el intelecto es humano. De ahí que el mundo fuera del mundo en el que
participa le parezca loco y feliz.
Su
matrimonio y su granja en Long Island, la reconciliación con sus padres
ancianos al regresar a Europa, son tiernas imprecisiones que la ayudan a
ordenar su memoria, su concepto de vida, amable, abierto, casi agua. Atender a
su madre en la vejez, la ayuda a reconocerse, a ser consciente de lo que está a
punto de ser y no mirarlo como desdicha. La distancia desde la que observa a su
padre, que es la que, identifica, siempre guardó, también es un apoyo para
sentirse bien. Porque en buena medida, este libro es una terapia que a Nicolas White
le sirve para poner las cosas en su sitio, y a nosotros para entender cuál es
la mirada que deberíamos guardar para no sentir amargura. El mosaico rinde
cuentas con su marido, pero también, y muy especialmente, con una hija
bailarina, una pasión que es un oficio, un trabajo bello que es fruto del
sufrimiento. Es frecuente toparse con gente que admiró a sus padres. Es muy
complicado conocer a quien admire a sus hijos como seres autónomos. Presumir de
ellos, sí, eso está a la orden del día. Pero la sabiduría de saber que vinieron
al mundo a través de ti, y no para ti, como hace la madura autora de estas
hermosas memorias, es signo de sabiduría. Como ella afirma, todos deberíamos
permitirnos que algunos de los nombres que se cruzaron por nuestra vida queden
en la historia, pero otros deberíamos permitirles desaparecer en la borrosa
textura del pasado.
Fuente: Culturamas
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