El sillón del abuelo
Nathaniel Hawthorne
Traducción de Javier Lucini
Mono Azul Editora
Sevilla, 2005
282 páginas
17,90 euros
La construcción de un país
Desconocido en nuestro país hasta
la llegada a las pantallas de la adaptación de su obra más popular, La letra escarlata, Nathaniel Hawthorne
es un autor clásico en su país, Estados Unidos, uno de aquellos que, como diría
Borges, los escritores que le sucedieron en el tiempo le convirtieron en un
antecedente. Contemporáneo del descomunal Melville, del adelantado Poe y del
rebelde sentimental que era Thoreau, así como de un poeta de la inmensa
categoría de Whitman, queda por demostrar, al leer su obra en nuestros días, la
universalidad de su obra, eso que convierte a la de los otros cuatro autores en
actual, eso que sirve para atribuirles el rango de maestros sin necesidad de
considerar su obra dentro de su contexto. En este sentido, el mejor consejo que
se puede dar es acercarse en primer lugar a sus cuentos y relatos, donde
podemos encontrar breves momentos de lucidez narrativa, algunos bastante graves
y enigmáticos.
Marcado por su biografía, en la
que destaca el interés por antepasados como el primer gobernador de
Massachussets o un juez perseguidor de cuáqueros que participó en la matanza de
las brujas de Salem, figuras investidas por la tradición familiar, de oscura
presencia en su imaginación, y por su elección de una vida aislada, huraña, se
dedicó a su tarea de escritor de manera casi obsesiva. “Durante los últimos
diez años yo no he vivido”, escribió en una carta a Longfellow, “solo he soñado
que lo hacía”. Vivió recluido en compañía de su madre y hermanas, condicionado
por una invalidez que a los nueve años le empujó a los brazos de la lectura,
con un paréntesis biográfico en su etapa de estudiante.
Resulta loable, pues, el interés
de la editorial Mono Azul por recuperar obras de autores como Hawthorne, en una
política de selección de títulos que pretende cubrir huecos buceando entre los
pilares de novedades. Y ahí encontraron este volumen, El sillón del abuelo, que es un compendio de narraciones cortas
cuyo nexo común es la importancia de las anécdotas escogidas en la construcción
de la personalidad de un país, o, para ser exactos, de una región de un país,
en este caso Nueva Inglaterra, el noreste de Estados Unidos. La ficción que
sirve de argamasa para construir el libro, es la que nos presenta a un abuelo
sentado en un sillón relatando historias a sus nietos. El abuelo inventa que
ese sillón sobre el que se acomoda es el mismo en el que sentaron sus posaderas
infinidad de personajes históricos: jueces, militares, gobernadores,
aventureros, maestros de escuela, traductores, escritores, etc. Y propone ir
siguiendo la biografía del sillón desde el año 1620 hasta 1803. De ahí que se
revisen episodios bélicos, plagas de viruela, persecuciones de indios, la
educación de la gente, la divulgación de la Biblia y hechos de esta índole. Para hacerse
entender mejor por sus nietos, el abuelo acude a nombres propios, a seres cuyo
comportamiento es ejemplar, o presenta como ejemplar pese a las adversidades,
contra viento y marea. No importa que su final fuera trágico, lo que pretende
que trascienda es su integridad personal, su altruismo y la enseñanza de su
ejemplo. Algo semejante a lo que acometían los textos de historia de España,
hace un puñado de años, cuando hablaban sobre Guzmán el Bueno o El Gran
Capitán. De ahí que el trabajo tan bien intencionado se hunda bajo el peso de
una ideología que promulga las bondades de un país en el que nació, finalmente,
un arquetipo perfecto que reúne todas las cualidades de los personajes que por
aquí transitan, y que se llama Mickey Mouse. Este homenaje a la literatura
oral, escrito con fluidez, peca a la hora de considerar legendarios episodios
sobre los que debería recaer un poco más de espíritu crítico.
Fuente: Tribuna/Culturas
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