Oso Vs. Tiburón
Cris
Bachelder
Traducción
de Enrique Maldonado Roldán
Automática
Madrid,
2017
241
páginas
Llega
un momento en que un país solo puede ser leído como parodia. Tanto se ha leído,
tan familiar es su paisaje, que cualquiera de las millones de versiones de
parodias surgirán del reflejo del país cuando lo miramos. La otra opción sería
conocer el corazón del corazón del país, y encontrarse con una cultura de la
desolación que presume de su decadencia. Chris Bachelder (Minneapolis, 1971)
opta por la caricatura. Y para ello se vale de dos de los emblemas más
tradicionales, más culturales, en el sentido popular de la cultura, de los
Estados Unidos: la carretera y Las Vegas.
La
trama es muy sencilla: una familia se dirige a Las Vegas para acudir al
espectáculo más ansiado en décadas: la segunda versión en vivo de una pelea de
un oso contra un tiburón. Una nación que tiene a tal espectáculo por emblema,
solo puede ser, como dice Bachelder, una nación de aperitivos y gasolina. Lo
que nació como un videojuego pasa no ya a película, sino a show en vivo, un
show tan colorista como sórdido. La gente que se alimenta de aperitivos y
gasolina se toma la pelea muy en serio. La lectura metafórica es evidente. Como
lo es la descomposición. Durante el trayecto, la familia emite cientos de
millones de datos que ocupan la materia gris, inconexos, estúpidos como
diálogos, aburridos como reflexiones. Da la sensación de que Bacheler haya
puesto los diálogos, y las frases dentro de los diálogos, a fermentar en
aperitivos y gasolina. De hecho, el mismo vehículo en el que viajan es un
oxímoron: un todoterreno deportivo.
Dentro
del vehículo, hasta la madre tricota en la play-station.
Uno
se ve obligado a reflexionar severamente para darse cuenta de qué tipo de
novela ha leído. La inmersión primera es la de asistir a un texto descompuesto
a favor de la publicidad que todo lo contamina. Es un delirio, una de esas
obras que dominan al autor. Pero existe un plan bien trazado para denunciar la
forma en que se defiende el derecho a divertirse, cuando la diversión proviene
del condicionamiento y el tiempo es frenético y breve. Así pues, solo cabe
enunciar, anunciar con metatextos extraídos de lugares comunes en el retrato de
los pirados con obsesiones. Hasta que llegan a Las Vegas, que es la metáfora
del carácter y las aspiraciones de Estados Unidos. Y lo que consiguen es hacer
el ridículo. Hasta el punto de bautizar como Darwin al anfiteatro donde tendrá
lugar la lucha.
Pero
Bachelder inventa mejor que nadie la definición de su novela, y la muestra
citando a alguien que cita, a su vez, a un sociólogo desconocido: “Un pseudocontexto es una estructura
inventada para dar a la información fragmentada e irrelevante una apariencia
útil. Pero el pseudocontexto no
proporciona acción, solución de problemas ni cambio. Es el único uso que le
queda a la información sin ninguna conexión con nuestras vidas. Y eso,
obviamente, es entretener”. No está mal el invento para una novela que,
garantizamos, ofrece algo mucho más serio que el entretenimiento: nos advierte
sobre en qué nos estamos convirtiendo.
Fuente: Culturamas
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