Pureza
Jonathan
Frazen
Traducción
de Enrique de Hériz
Salamandra
Barcelona,
2015
679 páginas
Para no
estar
con quien pretende ser feliz
La
imposibilidad absoluta de ser feliz en canal, todos y cada uno de los segundos
de una vida, es el horizonte al que miran las novelas de Jonathan Frazen
(Western Springs, Illinois, 1959). Aunque es en esta obra, Pureza, donde se constituye en el eje de la narración. Ser puro
para ser feliz es lo que parece indicar el título y las pretensiones vitales de
los personajes. Pero Pureza es el nombre de la protagonista, un nombre oculto
bajo el seudónimo de Pip. Un detalle que sólo cabe interpretar en forma de metáfora:
la pureza que dará pie a la felicidad es algo que nos viene envasado bajo otra
marca. O que se haya dentro de nosotros, pero acostumbramos a llamarlo de otra
manera. Tras setecientas páginas de lectura, no cabe extraer ninguna
conclusión. Frazen, como los grandes novelistas, está lejos de aleccionar.
Aunque sí apunta a una resolución válida para su protagonista. Y esta vendrá,
como no podría ser de otra manera, de las relaciones humanas. Sobre todo las de
amor, pero no únicamente de ellas.
Las relaciones
que Frazen describen se corresponden a las de una época, la actual, y un
espacio muy determinado. Configuran una trama sobre el retrato de una sociedad,
la americana. Y la importancia que en esta sociedad americana se adjudica, sin
reversión, a la familia. Pero Frazen no idealiza. Frazen, al contrario, expone
que si la familia vertebra la sociedad, cada vértebra puede ser, a su vez, un
hueso independiente. La familia de la que parte, en este caso, es la de una
madre sola y una hija, Pip, ya licenciada y altermundista, que desea conocer
quién fue su padre. Pip viaja a Bolivia para encontrarse con un alter ego de
Julian Assange que le ayudará, en teoría, a comprender el mundo a través del
conocimiento. Siendo el conocimiento la acumulación de datos. Datos que llegan
hasta la caída del muro de Berlín. Y una constante presencia del sexo y la
cuestión del origen para conseguir dinero. Al margen de un asesinato cuya
importancia en el desarrollo de la novela es menor, pero no la neurosis
obsesiva, patológica, del adolescente implicado. Porque la obra se centra en
las reacciones de los personajes, en el conocimiento que Frazen tiene de la
psicología humana y en su imaginación para crear a partir de ella.
Al igual que
en Las correcciones o en Libertad, Frazen dedica la primera parte
del libro a mostrar las piezas que compondrán el peaje obligado para llegar a
los rizos de una trama que atrape al lector. Aunque en este caso la solvencia
de Frazen no es del mismo calado que en las obras anteriores. El deseo por conocer
la suerte de los personajes no toca tan hondo. Un defecto que se puede
calificar como tal al tratarse de Frazen, y que perdonaríamos en cualquier otro
autor. El listón de un trabajo sobre la idea de las familias desgraciadas, lo
puso muy alto Tolstoi, y el propio Frazen. La influencia del autor ruso es
innegable, como demuestran las imposibilidades de las distintas formas de
relación. “La gente feliz no miente”, piensa uno de los personajes. Y todos
mentimos. O esa convicción de no poder liberarse de los conflictos. Tampoco de
los autoengaños: “Un exhibicionista radical es alguien que ha falsificado su
identidad”, dice otro personaje. “Si estás con alguien que no puede ser feliz,
te conviene pensar qué vas a hacer”, advierte un personaje. O ese flujo
interior que lleva a pensar a Pip que lo que más odia en su madre es el daño
que ella le puede hacer. Y así es como este gran personaje, el mejor y más
complejo, sobre el que se sostienen los cabos con que termina por atar las
subtramas, termina a la vez emporcado y puro. Porque Frazen sigue siendo hábil
en la elaboración de una novela que tal vez peque de exceso de páginas y de
obsesión por el detalle, pero que permite ser leída con prontitud gracias a un
estilo que en apariencia es poco elaborado. Y esa sencillez carente de misterio
es un logro al alcance de muy pocos.
Fuente: Revista de letras
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