Un día como un tigre
Alex
MacIntyre y el nacimiento del alpinismo ligero y rápido.
John
Porter
Traducción
de Rosa Fernández-Arroyo
Desnivel
Madrid,
2017
315
páginas
Lo
enigmático del título queda resuelto a las pocas páginas de comenzar el libro.
Sobre la lápida de Alex MacIntyre, fallecido a los veintiocho años en el
Annapurna, se ha cincelado el refrán Más
vale vivir un día como un tigre que mil años como una oveja. Alex es un
tigre. Como lo es su compañero de cuerda, John Porter, autor de esta biografía
y, digámoslo ya, autobiografía escondida, para la que ha necesitado la
distancia de años, de décadas. Ellos son los tigres, una acusación que el
propio Porter confiesa que contiene una trampa: ¿Quiénes son las ovejas?
El
libro se concentra en la época en que el alpinismo en el Himalaya dejó a un
lado las grandes expediciones, para concentrarse en la velocidad. No para batir
récords, sino por cuestiones de seguridad: cuanto menos tiempo esté uno en las
grandes alturas, menos riesgos corre. Fatalmente, la muerte de Alex vino como
consecuencia de una piedra que le golpeó el casco, no por faltar el respeto a
la montaña. Sí, se convirtió, en palabras del respetado Doug Scott, en un chico
ambicioso, hasta el punto de transformarse en su propia némesis. Tras años de
formación y demostración de unas cualidades atléticas innatas, no concedía
terreno a los más débiles. Los motivos, según Porter, eran la seguridad. El
aspecto era la superación hacia la fama: si se adaptaba al ritmo de quienes no
podían seguirle, no pisaría la cumbre.
De
esta manera, se expone un momento crítico en la historia del alpinismo, sobre
todo en el Himalaya. Montañeros potentes demostraban lo que se podía hacer en
un nuevo estilo, ligero, eficaz, frente a lo que se venía encima, la maldición
de las expediciones comerciales y la saturación de la montaña. Sin importar
quién fuera el culpable o a quien le acompañara la razón, los malos rollos
vinieron a instalarse en las expediciones y entre expediciones. Porter lamenta
la muerte del espíritu de la montaña, a la par que se impone el alpinismo puro,
el más ligero, en el que Alex demostró que, de haber vivido más tiempo, se
habría convertido en el capitán del barco pirata. De ahí que a lo largo del
libro se intercale la historia del alpinismo, desde la primera cumbre en el
Mont Blanc hasta los récords increíbles de Uelli Steck.
Hubo
una época crítica, la mejor, la que se echa de menos, en la que se convivía con
pureza en la montaña, pero no se buscaba protagonismo, fama. Se aceptaba que
uno fuera un tigre, pero no que se presumiera de ello. En ese tiempo, era
preciso dar los pasos poco a poco: de la escalada local a los Alpes, de los
Alpes a las incursiones en el Himalaya, y de ahí hacia la cima. Incluso el
viaje en sí era parte de la aventura. Los alpinistas recurrían a trucos para
superar las barreras fronterizas, llegando a falsificar pasaportes, y las
aproximaciones, conviviendo con la gente del lugar, eran tan vivas como la
propia escalada. Pero la cosa no quedaba ahí. El modo de vida fuera de la
montaña también era marca de la casa. Alex, un tipo con una melena descomunal,
rizada, que de estirarse le llegaría a las rodillas, era conocido como Dirty
Alex. Le traía sin cuidado los modales básicos de convivencia, y eso parecía
formar parte del tigre o del juego a ser tigre.
Porque
este libro, imprescindible para los incondicionales de la montaña, esconde
hacia el final un debate sobre el que estaría bien llegar a un acuerdo mundial.
Es el debate sobre los pocos tigres y las muchas ovejas. Sobre los sueños y la
realización de los sueños. Sobre lo turbia que todavía es la relación entre
ambos mundos. Sobre qué es el mundo real, y la maldición que pesa sobre esa
palabra: realidad. Como si la realidad fuera exclusiva de las ovejas. Porque
Alex, o una parte de Alex, parecía vivir en el mundo del Principito, donde la
ilusión se instala. Como si la ilusión solo fuera buena compañía para quienes
pueden entregarse a ella, cuando la ilusión ya es un bien en sí, también para
las ovejas. De ahí, por ejemplo, el éxito del cine, que nos permite vivir otra
realidad en carne propia. Y ya va siendo hora de que se llegue a un consenso.
Los demás no sé cómo lo han resuelto. En cuanto a mí, desde hace tiempo tengo
muy claro que no puedo vivir la ilusión, el sueño, en primera persona, por
razones de salud. Así pues, me queda realizarlo a través de los demás. Por eso
leo libros como éste.
Fuente: Culturamas
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