domingo, 4 de marzo de 2018

EL CARILLÓN DE LOS VIENTOS en CULTURAMAS

Por Teresa Rivas

El carillón de los vientos 

Ricardo Martínez Llorca

Alcalá 
160 páginas
Que uno no quiera quererse entra dentro de la estupidez o de la gran sabiduría. De eso trata el alma del protagonista, que no el alma de la novela, de este ‘El carillón de los vientos’ que con acierto se recupera ahora. Un tipo que no sabe si lo que ha hecho ha sido esconderse o huir, es más, que considera que ambos verbos son sinónimos, al que le rescata del olvido un encuentro fortuito: junto al río, metáfora de la vida, se encuentra con el otro protagonista, un entomólogo de buen corazón. Juntos viajan a una ciudad que podría ser cualquiera, que, de hecho, por las pistas que nos deja el autor, es una mezcla de diversas ciudades españolas, y que está bautizada con el significativo nombre de Suburbia. La parte más costumbrista de la historia, la que transcurre en la ciudad, refleja una vida de provincias, una vida triste, confortable pero triste, en la que el sexo es lo único que sirve para que la gente se ponga las pilas y acelere. De otra forma, la vida arrasaría con cada individuo.
Sabemos, o intuimos, que hay algo turbio en el pasado del protagonista. Nadie va al cementerio por la noche a colocar flores en la tumba de su madre, a la que no ha visto morir, a no ser que quiera superar los límites de lo clandestino, entendiendo por clandestino la ruptura de la conciencia social. Su deseo de esconderse de nuevo, y la fortuna, le llevan a vivir una aventura en las montañas, en un parque nacional que parece va a ser reventado bajo la presión de la industria energética. La aparición de otros personajes, junto a ellos, en un rincón aislado, nos remite directamente a ‘Victoria’, de Joseph Conrad. Sus compañeros allí serán tan siniestros como los de la novela del autor polaco. La estructura de esta parte, la que viven en las montañas, responde a las reglas de juego del western. Conrad, el western, la montaña… ¿se puede pedir más? El resultado es una aventura que viven sin querer haber sido protagonistas de ella, porque su vida, exactamente, les importa bastante poco. Eso sí, está expresada con la fuerza y la furia de la prosa de Ricardo Martínez Llorca, tal vez el autor español con una capacidad expresiva de mayor calado en la actualidad.
Bienvenida sea esta recuperación, oportuna, en un momento en que el autor está empezando, por fin, a gozar del reconocido prestigio que se merece desde aquel ‘Tan alto el silencio’, una novela escrita hace más de veinte años, de la que todavía no nos hemos repuesto.

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