Viaje por Galípoli
La batalla
sobre el tiempo
Javier
González-Cotta
Pre-textos
Valencia,
2016
627
páginas
Deberíamos
comenzar hablando de La Ilíada,
cuyos versos amparan la mirada del autor hacia la matanza de Galípoli, una de las batallas más
estremecedoras de la Primera Guerra
Mundial. Sobre algo parecido al honor encuentra belleza. Galípoli es una
península turca, un militar enclave estratégico del Egeo donde damos por
supuesto que tuvo lugar la Guerra de
Troya. Y si Homero cantó aquella guerra, en un tiempo en que la épica
bélica podía identificarse como poesía, Javier
González-Cota (Sevilla, 1970) emula al bardo griego. González-Cota se acoge
al número mágico de los cien años que han transcurrido desde entonces para justificar
su empeño. Mientras visita la península, como un turista que ve, narra la
batalla.
Para
leer este Viaje por Galípoli tenemos
que transformar las entrañas en aire, para evitar que las emociones se
enturbien con nuestros prejuicios. Basta conocer la excelente película del
australiano Peter Weir, Galípoli, para saber de la crueldad
extrema que supuso esa inútil matanza. Aquí se da fe de ella sin alevosía, pero
sin denuncia. Entre los retazos del viaje del autor, que se limita a describir
lo que ve, se extiende la documentación, hecha relato, de la batalla. Mientras
mira a los turistas tostándose al sol, en las playas que quedan junto a las
trincheras, rememora la táctica militar y las vidas de algunos de los
personajes con lirismo, preocupándose de la música de las palabras, como los
poetas manieristas.
González-Cota
pertenece más a la estirpe de Borges, la de los prosistas, que a la de Tolstoi,
la de los novelistas. No pretendemos que esta manifestación implique nada
peyorativo. Más bien al contrario: González-Cota deja bien claro, desde la
primera línea, en qué consiste su proyecto literario. Pero dicho proyecto
precisa de habitantes. Y aquí caben los hombres de todo pelaje. Desde Chavez Nogales y sus crónicas de Constantinopla, describiendo el costumbrismo
de época, hasta el soldado raso que fallecerá apenas cumplidos los dieciocho
años, en una muerte de sórdida belleza.
Pero
previamente, conocemos el lugar a vista de pájaro, con sus pliegues que
condicionaron la conquista de los cerros. Y también debemos ser conscientes de
lo que supone ese enclave, un puente sobre el que han ocurrido cientos de
guerras fronterizas, desde las de los imperios otomanos a las del imperio
austro-húngaro. Un lugar donde se acumula la ponzoña de los siglos. Conocer la
geografía humana y física de Galípoli, nos conduce a valorar la logística del
paisaje y de la comunión de razas en la batalla. Valgan las referencias a la
película Senderos de gloria y al libro Un puente sobre el Drina,
para hacernos a la idea de los parámetros que sigue la literatura de este
proyecto: el malestar del individuo ante la injusticia, y la deformación del
enclave estratégico por el que pasaron mil culturas en guerra. Paseamos así por
los cementerios, los museos bélicos, los emplazamientos de las baterías o los
fondeaderos de navíos de guerra en lo que se adjetiva como turismo funeral. La
batalla se nos desgrana en orden cronológico, siguiendo la documentación
recabada para la imagen general, y la imaginación humana para los detalles que
ornamentan tanto el fuego guerrero como a los pobres combatientes.
Durante
esa época, Turquía exterminaba a los
armenios. Durante esos años, un inglés de apellido Churchill dirigía el ministerio de la guerra británico. Entre
Churchill y el soldado que fumaba su pitillo muerto de miedo, existe una
comunicación extremadamente lenta, que hace que el asedio se prolongue hasta el
punto de que las trincheras se convirtieran casi en ciudades donde se dejaban
caer los primeros corresponsales de guerra. Galípoli fue la primera batalla
narrada en una prensa que consideraba el imperio otomano como un anacronismo.
“El
más estético de los abandonos”, describe González-Cota el paisaje después de la
batalla en esa península alejada del meollo económico, pobre, pero ubicada en
un punto estratégico que le otorga una historia. Una leyenda. Ese género, el de
leyenda, es el que nos permite leer la batalla con la melancolía de los
cementerios cultivados, como un estercolero en el que nacen amapolas.
Fuente: La línea del horizonte
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