Tribu
Sobre vuelta a casa y
pertenencia
Sebastian
Junger
Traducción
de María Eugenia Frutos
Capitán
Swing
Madrid,
2017
125
páginas
Cuando
Sigmund Freud sentó a sus primeros pacientes en el diván vienés, su intención
no fue la de sacar a la luz, como dicen los tópicos, los traumas sexuales ni
caníbales. No era curarse devorando al padre, en sentido psicosomático, ni en
liquidar el síndrome edípico. No. Freud atendió a la demanda de un nuevo tipo
de enfermedades, que son las enfermedades burguesas, las enfermedades propias
de la clase media alta que habita en las ciudades. Pero, ¿qué es una ciudad?
¿En qué consiste el invento de Caín? Bertrand Russell fue quien mejor definió
en qué momento una aglomeración humana deja de ser natural para pasar a ser un
tanto infame: si uno no es capaz de aprenderse los nombres de cada individuo
con el que comparte espacio, que él calculaba alrededor de dos mil, ya se
produce el fenómeno ciudad, con sus neurosis burguesas. Ya habrá más gente
necesitada de consumir pastillas para dormir o se incrementará el índice de
suicidio.
Ninguna
de estas dos ideas se enuncia en este breve ensayo de Sebastian Junger (Belmont,
Massachusets, 1962). Conocido por sus crónicas de guerra y por el libro La
tormenta perfecta, Junger atiende ahora a ese momento en que nos diferenciamos
de los animales, y durante un breve lapso somos personas, hasta caer en el
exceso de humanidad que es, paradójicamente, la soledad rodeado de otros
cuerpos humanos. Hay un momento en que los afectos y lo que él llama el sentido
de tribu sana, como debe sanar el animal más afectado por la inteligencia, y
otro en el que los afectos se consideran primitivos y la sociedad enferma. Ese
paréntesis es lo que él llama tribu. En buena medida, este ensayo viene a
reforzar el reclamo de vuelta a la naturaleza y al comercio de proximidad, al
sentido de ser naturaleza. Sí, pero no se queda ahí. Junger interroga sobre la
superioridad de la civilización occidental, que es la que se ha impuesto. Y
maldice la pérdida de vínculos socioafectivos con los otros humanos y con el
entorno. Para ello se vale, en buena medida, de la historia de la colonización
de Estados Unidos. Narra los fenómenos de colonos que una vez conocieron la
vida de los indios americanos, apuestan por integrarse en ella, aunque sea
imitando su atuendo y sus métodos de caza. Porque en esa forma de vida hay algo
magnético que, a falta de otro término, llamaremos amor.
En
la tribu se coopera, en la sociedad formada por grandes urbes y estados, se
compite. En occidente se producen las grandes desigualdades económicas dentro
de un mismo espacio, compartiendo callejones. Entre las tribus no existe el
fraude ni la cobardía. El concepto de derecho humano es innato en la tribu, en
las sociedades avanzadas se ha de recurrir a las leyes. Los ejemplos a los que
recurre, sus experiencias de primera mano, hablan de los momentos en que el
grupo se ve obligado a reducirse nuevamente a la tribu, con todos sus valores.
El sitio de la ciudad de Sarajevo o el desastre del huracán Katrina impulsaron
eso que llamaríamos hombría, pero que resulta ser más frecuente entre las
mujeres y los niños, entre quienes no están en el frente de batalla. Durante
esas temporadas, señala Junger, no existía la necesidad de un diván vienés. Lo
que no apunta Junger es que las enfermedades burguesas son un lujo que no se
podían permitir. Lo que prioriza es la supervivencia. Pero es en la supervivencia
donde la gente no se arranca los ojos por un pedazo de pan. En esos trozos de
vida, el grupo humano se tribaliza, se configura una comunidad de víctimas
donde el cooperativismo surge de forma natural.
Tribu
es la vuelta a la naturaleza, sí. Pero para reconocer qué es tribu y qué es la
barbarie inventada por el hombre, con exponentes como la demencial Manhattan,
el termómetro se llama el bien común. Mientras que un trastorno de estrés
postraumático es el emblema de quienes pretenden reingresar a la sociedad
después de una experiencia salvaje, en la tribu la compañía, la amistad son
bálsamo para el sufriente. Ante la adversidad uno depende de su gente, y su
gente le responde. Las neurosis se sanan de forma natural. Nada de diván vienés
cuando uno puede poner el foco en lo que nos une.
Fuente: Culturamas
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