domingo, 4 de febrero de 2018

TIEMPOS OSCUROS

Tiempos oscuros

John Connolly

Traducción de Vicente Campos
Tusquets
Barcelona, 2018
480 páginas

La saga del detective Charlie Parker, que ya cuenta con quince volúmenes, es como la nueva temporada de una serie, que ya contara con quince. John Connolly (Dublín, 1968) es un narrador de los que no dejan cabos sueltos, de los que cercan su territorio y de los que consigue, en lo que es un ejercicio magistral, que una descripción suponga un avance en la acción del libro. Desde su presentación en Todo lo que muere, hasta la presente Tiempos oscuros, poco a poco ha ido introduciendo cambios imprescindibles en la vida del protagonista y del narrador. El primero es el de haber abandonado, parece que de manera definitiva, los momentos en que le daba la voz al propio Charlie Parker, alternando con el narrador omnisciente. La sensación que da es que Parker carezca del impulso juvenil y ahora, tras el paso por el pabellón del otro mundo en una novela anterior, prefiere no invertir más energías de las necesarias. Sus compañeros de batalla, Louis y Angel, a los que tenemos un cariño que se nos antojó imposible cuando los presentó, ya no aguardan a que pase la mitad del libro para hacer acto de presencia. Desde la primera página son sus compañeros, sus muletas.
Otro de los cambios notables es que lo gore ha cedido su paso al realismo. Las muertes siguen siendo atroces y ruines, y siguen siendo baratas, pero ya no se trata con personajes que se ensañen en destrozar cuerpos de formas inhumanas, despiadadas, psicopáticas. De hecho, los personajes ya no obedecen tanto a descripciones que provocan terror solo con su presencia. Ahora Connolly recurre a lo que ya conocemos todos, en cierta medida, para centrarse en lo que le interesa: las formas del mal. En esta novela, la referencia a la comunidad de Walcot, aquella secta que terminó con una matanza total, es evidente y hasta los personajes la expresan. No resulta complicado imaginar el arquetipo de comunidad, de secta oscura, apartada, regida por sus propias leyes, autónoma, endogámica, separada del mundo por un fenómeno natural, en este caso el denso bosque, y en lo que se ha transformado después de décadas de esa perversión. Hay un dios y un líder. Y el imperativo de que la pervivencia de la secta está por encima de cualquier otra cosa, incluso de una guerra atómica. La comunidad responde a un arquetipo y a una desviación hacia el mal.
Próximo a la comunidad está una pequeña población, en un rincón del noreste de Estados Unidos, el lugar al que nos lleva de viaje Connolly en cada entrega. La población es un lugar tranquilo y de esconder maldad, será un caso aislado y oculto, un topo de la secta. Mientras tanto, las relaciones entre Parker y las fuerzas del orden no precisan de ser explicadas ni de recurrir al cinismo. Los secundarios de la policía estatal o del FBI que conocen a Parker apenas necesitan cruzar una mirada con él. Saben que es un superviviente y saben que, rigiéndose por sus instintos, no se salta la ley. De hecho, en esta novela hay un momento en que anuncia que puede obrar al margen de lo legal y se le permite hacerlo, porque eso supone la única forma de dar fin al mal.
Con su personal estilo, diferente al habitual en la novela negra, con más subordinadas y menos impacto buscando la frase crítica, seguimos sin saber si Connolly, el autor, no el narrador, cree en el mal. Alguien que lo mira desde esa distancia parece que desconfía de su existencia. Pero el narrador no cesa de mencionarlo sin explicar nada que no sea lo que todos deducimos: el mal existe en lo que existan los actos de maldad. Por norma general, en la vida suceden como resultado de la cobardía de la gente. En Tiempos oscuros se alterna ese espíritu del mal, informe, que los malvados proyectan sobre una figura de un dios, el Rey Muerto, con la cobardía a gran escala. Porque muchos de los personajes antagonistas se orientan por cobardía: prefieren lo conocido, la secta, que les ofrece paredes y techo a modo de cobijo, en un mundo que va hacia el colapso, a enfrentarse a lo que queda fuera de su hogar. Aunque eso suponga el sacrificio de sus hijos.

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