jueves, 15 de febrero de 2018

NO ES UN DEPORTE DE RIESGO


No es un deporte de riesgo
Nigel Barley
Traducción de Marco Aurelio Galmarini
Anagrama
Barcelona, 2012
258 páginas



No es un libro de Ciencia


Con muchos años de retraso, aterriza en España, por fin, este libro de Nigel Barley (Kingston upon Thames, Inglaterra, 1947), publicado en su país en 1988. Quienes hayan disfrutado con El antropólogo inocente y su secuela, Una plaga de orugas, no pueden perderse esta obra, igual de cautivadora que las anteriores, con las mismas dosis de ingenuidad y de humor en su punto perfecto de azúcar. Tras su paso por el ensayo antropológico en Bailando sobre la tumba, una reseña acerca de la evaluación cultural de la muerte desde distintas culturas, Barley retoma a su narrador humilde, a su testarudo individuo decidido a aportar algo a la etnografía y la antropología, a pesar de su torpeza. Y ahora, con más motivo que antes, debido a la experiencia acumulada, el antropólogo incauto, el crédulo hombre de ciencia, se muestra cautivado por las diferencias existentes entre lo que ha conocido y las personas de Indonesia, tan amables y carentes de maldad, tan dispuestas a transformarse en amigos leales incluso con los extranjeros de nariz enorme.
El libro relata el viaje de Barley hasta el corazón de la cultura Toraja, en la isla de Sulawesi. Básicamente son tres cuerpos los que conforman el texto. El primero sigue una ruta, la que va desde su casa hasta Torajaland, al más clásico estilo de relato de viajes, dando fe de las anécdotas que le salen al paso. El segundo toma la forma del viaje más vertical, el de profundización en un lugar extraño y las relaciones humanas que se van conformando a lo largo de ese tiempo. El tercero, y definitivo, es una relación que podríamos calificar de contra-antropología: un grupito de hombres Toraja visita Londres para construir un almacén de grano en la sala de exposiciones del museo etnográfico. A lo largo de estas últimas páginas, Barley ejecuta el más difícil todavía, se convierte en el observador que intenta interpretar las interpretaciones que los sujetos de estudio, los otros, los que se supone que son los extraños, hacen de lo que para él es lo cotidiano. Dicho de otro modo, la empatía de Barley trabaja en la comprensión de la mirada antropológica de los impredecibles Toraja; impredecibles porque ignora qué es lo que les va a llamar la atención. Barley se convierte en fuente de información y trata de explicar su propia cultura, y los Toraja encuentran inadecuadas sus explicaciones: “La antropología muestra un amplio desdén por lo individual para moverse en el plano de las generalizaciones, pero éstas, al servicio de una verdad más amplia, siempre nos mienten un poco”, termina por concluir. Y esa conclusión implica que la antropología no es una ciencia exacta o, para dar un paso más, que la antropología no es una ciencia. Porque no existe una verdad antropológica, sólo puntos de vista.
Y de esas diferencias en los puntos de vista nacen las relaciones en las que Barley se ríe de la dificultad de comunicación, del disparate en que puede llegar a convertirse la necesidad de comprender al otro, sobre todo para el viajero, que se vuelve tan dependiente en una cultura ajena. Existe, pues, cierta mofa del lenguaje como medio de comunicación, pero también un elogio de la compasión, de la aceptación de la otredad. Y esa es una forma de comunicación mucho más esencial, pues carece de las trampas de los idiomas.
A Barley se le impone la escritura de este libro, la necesidad de compartir, de apresar el placer, como a todo buen escritor de viajes. Y el placer está en el encuentro con los individuos y no en las generalizaciones. Barley es un maestro a la hora de organizar sus filias y sus fobias para producir humor al tiempo que simpatía hacia los demás. Algo que se ve potenciado al encontrarse entre gente que parece estar falta de odio. Y eso que se topan con un individuo más alto que ellos, con un extranjero que reconoce su afición a convertirse en un intruso, en un verso suelto. Pero en un verso cómico. Porque es difícil encontrar en la historia de la literatura a alguien con la capacidad de reírse de sí mismo que posee Nigel Barley, tan socarrón, tan ingenuo, tan libre.

Fuente: Quimera

No hay comentarios:

Publicar un comentario