miércoles, 30 de enero de 2019

REVELATIONS


Revelations
Jerry Moffatt
Traducción de Rosa Fernández Arroyo
Desnivel
Madrid, 2018
256 páginas


Hay un momento en que esta raza, derivada de algo semejante a un mono, se pregunta qué es lo que ha vivido. De hecho, en la mayoría de nosotros la pregunta es mucho más superficial, y por tanto una carga de profundidad en la línea de flotación: ¿de verdad hemos vivido? ¿Esto que nos ha ido sucediendo, mientras esperábamos a que llegara la vida, era la vida? Apenas nos queda energía para una última rebelión, la más inmediata, la que atañe a intentar poner el relato del pasado en su sitio antes de que terminen unos días y unas noches en los que no hemos llegado a conquistar nada, ni siquiera lo inútil. En el caso de Jerry Moffatt, su actuación sobre la piel del planeta se nos antoja envidiable. Jerry parece haber vivido como a muchos de nosotros nos hubiera gustado hacerlo. Su biografía está repleta de aventuras en las rocas, en el mundo vertical o en el desplome, donde parece haber pasado más horas que sobre el suelo horizontal.
Si nos atenemos a lo que va sugiriendo a lo largo de este libro autobiográfico, su éxito como escalador se debe a su tesón, sí, a su incapacidad para rendirse, como él va confesando, pero, sobre todo, a llegar a percibir que lo natural es la escalada. Es un territorio en el que se siente tan seguro como cualquiera de nosotros en el salón de nuestros hogares. No importa el dinero, no importa el hambre, no importan los ladrillos de canto que van cayendo más allá, en otro mundo tan diferente al que él ha elegido habitar. Importa, eso sí, y mucho, la amistad. Jerry Moffat se muestra cordial con todo el mundo, y fraternal con los más cercanos. Comienza su carrera como escalador siendo adolescente, y antes de cumplir veinte años ya estaba superando los grados más altos hasta entonces catalogados. Su historia es la historia de la escalada en roca contemporánea: desde el séptimo grado hasta el noveno. La envidia que siente el lector es la de saber que ya no protagonizará la época donde los escaladores eran un cruce entre bohemios, punkies y hippies, herederos de una contracultura que sabían llevar al límite, que entendían que no debía molestar a nadie. Ni siquiera cuando descubren el placer por las motos, pues ser motero en ese tiempo quería decir algo diferente a lo que supone en la actualidad. Incluso un vehículo tan dañino como ese, servía para contactar con la naturaleza.
Moffatt, y sus compañeros, no creían correr más riesgos escalando, aunque fuera en solo integral, que por el hecho de no tener dinero. Su memoria es un repaso un tanto artístico a las hazañas en la escalada, pero también un homenaje a la edad de la sencillez, a la inocencia. En el libro abundan las descripciones de vías, en las que el sentido que se impone es el del tacto. Moffatta, cuando escala, es todo tacto y todo equilibrio. En realidad, se podría resumir su actitud en el profundo conocimiento del arte de la propiocepción, ese sentido que descartamos por ser tan intuitivo que apenas paramos a reconocerlo, ese que nos transmite la involuntaria sensación de movimiento del cuerpo. Junto a la motivación, constituye el eje sobre el que basa el relato. Moffatt viene a decir que no hay sueño imposible, pero sabe que son necesarias unas cualidades innatas. De hecho, el relato centrado en su cuerpo se detiene apenas en dos o tres ocasiones, como a cuenta de la muerte de su hermano pequeño, que nació con un defecto congénito en el corazón, o la de Wolfang Güllich. Muertes que le enseñaron a practicar con más intensidad el ejercicio de saberse en el mundo, de hacernos nuestra propia suerte.
A la hora de la verdad, aunque no lo mencione, se trata de despedirse sabiéndose un digno ser vivo, una persona digna, un buen amigo. Moffatt se refugió durante años en una tribu, pues como tal vive él los años ochenta y noventa, antes de la masificación de la escalada. Incluso cuando se decide a competir lo hace con un cierto romanticismo: voy, gano una vez y me vuelvo. Es otro ejercicio de lucha. Y si uno no lucha, lo sabe hasta el diablo, es un cadáver con unas cuantas células todavía en funcionamiento. Hacia el final, brevemente, nos cuenta cómo se ha reinventado cuando los años le impidieron seguir ejecutando ejercicios de escalada de dificultad. Para Moffatt, este libro es una repetición de su vida, una prueba de reescalada. El lector se asombrará al cotejar el espíritu de esos años con la historia de la última década, por ejemplo. Asusta mirar al abismo del pasado, ver la velocidad con la que todo se transforma. Moffatt nos regala un poco de esos buenos tiempos, los comparte con el lector. Pero no cabe asustarse. El vértigo no es pensar tanto que aquella fue una edad de oro, como suponer que la que estamos viviendo lo será para nosotros cuando se nos vaya agotando la energía y no nos veamos con fuerzas para reinventarnos. Pero eso, todo sea dicho, no importa. El futuro no existe, o al menos no está sucediendo. Lo que podremos guardar para siempre, eso sí, son las leyendas, nuestro archivo de bienestar perpetuo. Revelations contribuye a esa parte grata y permanente de la vida.

lunes, 28 de enero de 2019

UNA HUIDA IMPOSIBLE


Una huida imposible
Toni Montesinos
La línea del horizonte
Madrid, 2019
150 páginas

Cuando parecían haberse gastado los recursos para escribir un libro de viajes, un género marcado por una buena ambición, la de intentar que el lector desee acompañar al autor, Toni Montesinos (Barcelona, 1972) nos regala el punto de vista del lector en un ejercicio que es una aporía. En realidad, quien viaja no parece ser un hombre que luego reflejará una secuencia de la memoria. Aquí el que viaja es, directamente, el lector. Serán los deseos de haber compartido un tiempo con los escritores lo que transformen este libro en el viaje que desearíamos hacer mientras leemos libros de viaje. Aunque algunos de los referentes no sean escritores viajeros, pero sí son escritores que reflejan el lugar, que es California y, en casi mayor medida, San Francisco. La hermosa ciudad de la costa del Pacífico ofrece garantías de todo pelaje: desde la intriga y los suicidios en el Golden Gate, hasta la bohemia y la librería de Ferlingetti. La proximidad de la naturaleza, tanto la del mar como la de los bosques de las Montañas Rocosas, es otra garantía de deseo. Este libro está escrito con puro deseo, pero con un deseo honrado, sincero, honesto, sin aristas. Con un deseo que no ocasionará frustración, que no será ambiguo ni incómodo.
Lo que Toni Montesinos investiga es una mitología. El viaje, en gran medida, es temporal. La mitología contemporánea sobre la que navega, se ha ido haciendo pedazos en muy poco tiempo. Los videojuegos y las aplicaciones han matado a esas leyendas que con tanto esfuerzo y tanta admiración habíamos ido construyendo. Así Toni Montesinos pertenece a la raza de los poco que siguen creyendo en Stevenson, Jack London, Jack Kerouac, Raymond Carver, John Fante, Mark Twain e, incluso, Blaise Pascal. De hecho es una lectura equívoca del pensador francés la que da pie a un diálogo en el que los conversadores se sustituyen en la cadena. La idea de que el hombre no puede ser feliz por su incapacidad para permanecer en una habitación se lee confusamente por parte de algún escritor nómada. Tendrá que ser la sátira de Twain la que venga a poner un poco de orden, cuando las conversaciones derivan hacia la nada.
La cadena de escritores que se suceden surge de forma natural. Ningún eslabón se rompe. Montesinos escribe con frases largas que nos van derivando hacia alguna sorpresa. Se podría decir que narra con conciencia de lector, y también de escritor, pues el viaje surge para convertirse en un libro. Al menos el viaje literario. Esa experiencia es la que comparte sin salirse con metaliteratura, sin alardes, con la intuición de que uno no puede separarse de sus fantasmas pero sí puede elegirlos. Así su yo narrador es también ficción, es un yo seguro, un yo que no sufre daños y, por tanto, un yo al que le está permitido no perseverar en los prejuicios. De ahí que sepa que tras la lectura, como tras el viaje, uno sale transformado. Tal vez siga siendo el mismo, pero por un tiempo será algo mejor, por un tiempo será un ser afectado por unos mitos cuya función es enseñarnos el bienestar de la naturaleza y la parte bondadosa de la condición humana.

EVA EN LOS MUNDOS


sábado, 26 de enero de 2019

PERIODISMO

Recupero mi intervención en una mesa redonda sobre periodismo, con motivo de la inminente aparición de EVA EN LOS MUNDOS.



“Alguien se debería preguntar por qué a los escritores salmantinos no les interesa hablar sobre Salamanca”.

La frase no es mía. Se trata de un comentario que escuché en boca de un escritor de aquí, a quien mucho debo, que había publicado una extraordinaria novela de romanos.
Y yo acababa de publicar una obra ambientada en los Alpes. Después vino un libro sobre el color ocre de Zambia, y por último una novela sobre el efecto del paisaje vacío del desierto en unos seres para los que tener conciencia es una condena.

Otra persona (un maestro para mí) me escupió por teléfono una censura que se me antoja producto de una resignación indefinida:
“¿No podías ambientar tus obras en las calles de una ciudad, como hacemos todos?”

Creo que no. No puedo. Porque tendría que hablar sobre la ciudad que conozco. Y no encuentro motivos para escribir sobre lo que conozco. Prefiero mantenerme en ese registro mitológico que es la ignorancia.
* Se escribe desde la perplejidad.
·        Se escribe sobre lo inexplicado, sobre lo desconocido.
·        Se escribe porque se posee la capacidad de no entender nada.

Confesaré qué es lo que sé sobre Salamanca: sé que es la ciudad donde de niño yo iba al colegio y por tanto una ciudad digna de odio.

Pero podría escribir sobre la ciudad si alguien me lo pidiera y me pagara por ello. Me figuro que podría elaborar un registro de vicios que fatigaría un libro de doscientas páginas. Es fácil que la relación comenzara con toda clase embriaguez (excepto la de virtud o la de poesía); por allí desfilaría el suicido, la locura, la crueldad, la hipocresía, la usura, la petulancia, la frivolidad, la charlatanería, la cursilería, la chulería, las normas de tráfico, la apatía, la mera escenografía a que se reduce eso que se llama realidad, la insensibilidad, el virtuosismo vanidoso, la gestación y la gestión de lo mediocre... en fin, una serie de cosas que a mi juicio no son exactamente la vida.

Imagino a un periodista de esta ciudad escribiendo sobre toda esta mierda, escribiendo porque le pagan. Y me pregunto cómo podrá conseguir transformar eso, que en principio da para poco más que para una redacción de compromiso, en literatura.
Éste es el objetivo que propongo: Hacer literatura con cualquier cosa;
el periodista escribe, y por tanto es escritor; pero ojo: no todo el que escribe hace literatura.

Miro hacia ese periodista que me parece un réprobo vivo.
Miro hacia esa persona sentenciada a practicar la más inveterada costumbre de este país: contemplarse el ombligo.
A nuestro reo le obligan a ser brazo ejecutor de cosas tan horribles, tan a la orden del día,
-         como trascender el folclore a categoría estética,
-         como designar cualquier manifestación pintoresca como cultura,
-         como dar énfasis intelectual a las frases más vulgares y huecas de cualquier personaje público.
-         Como convertir en una verdad universal la reseña de un acontecimiento recibida a través del servidor de una agencia.
Y ahora le pido al periodista que transforme la información en literatura, contando con que dispone de un muy corto espacio de tiempo para expresarse.
Y le aconsejo que eluda las frases hechas, esas frases que son síntoma de la subcultura que se está generando entre los medios de información, esas frases que reflejan la carencia de ideas propias, esas aberraciones que son atentados contra el estilo.
Desearía que eludiera las frases hechas a las que se recurre por causas como las prisas o la pereza, pero que, aparentemente (o al menos desde mi posición de mero espectador), están justificadas en las pretensiones de un criterio objetivo necesario para transmitir la información.
Desearía que evitara las frases hechas porque juraría que ese criterio objetivo no existe.
Y en cualquier caso, nada más lejos de la literatura que la objetividad.
Porque el primer requisito, el requisito imprescindible para un testimonio literario, es ¡que el narrador esté furioso!.
Para que haya literatura la persona que nos habla debe de estar furioso por cualquier razón: puede estar furioso de dulzura o de amor, furioso de culpa o de odio, furioso de lujuria o de recato... da igual.
Si detrás de las palabras no existe la furia, los contenidos desfallecen.

Recomiendo, pues, no preocuparse tanto por la imparcialidad como por la lealtad con uno mismo. El escritor, y por tanto también el periodista, debe ser honrado con su forma de entender el mundo, pues ésta será la otra información que al lector le afecte.
Puedo evocar algunos párrafos periodísticos que me interesaron, y descubro que en ellos aprecié algo que para mí tiene mucho que ver con la cultura, y que es un cierto cultivo de sentimientos. En esas crónicas o artículos encontré la forma de mirar de un ser humano; y su manera de oler, de oír, de percibir el paso del tiempo... Y eso son valores eternos.
Lo otro, la noticia, puede perder su interés en un plazo de media hora.

Si no me equivoco, los valores eternos se aprenden durante la infancia, esa etapa de la existencia en que se cultivan los estados de ánimo y crecen las emociones. De alguna manera, es a la infancia a lo que termina por referirse aquel que escribe con su sensibilidad puesta al día.

Permitidme un recuerdo de mi niñez:
Mi memoria me devuelve la imagen de mi madre cocinando natillas. Y me devuelve ese instante en que ella se descuida lo suficiente como para que yo pueda sumergir un dedo en las natillas calientes. Mi madre me descubrió en el segundo en que yo me llevaba el dedo a la boca, y en lugar de regañarme se limitó a comentar que las natillas calientes dañan el estómago.
Me sentí culpable.
Desde entonces para mí la culpa tiene el sabor dulce de las natillas calientes, un sabor que todavía hoy puedo sentir, tras cada error que cometo, repercutiendo contra el cielo de mi paladar.

Con esto quiero decir que hasta del pecado se puede hablar siguiendo unos criterios artísticos, o sobre todo del pecado, dado que el arte es una forma de conocimiento.
Tal vez esta afirmación sea una primera idea para definir eso que se conoce como el estilo.
Y el estilo no debe ser ajeno ni siquiera a un periodista que escriba sobre Salamanca. De algún verbo o de algún adjetivo rezumará, de forma inconsciente e involuntaria, un concepto emocional asimilado durante la infancia.

Dicho de otro modo: para que no pareciera el documento de un resentido si yo escribiera sobre Salamanca debería preguntarme qué vínculos pueden existir
* entre un boquete en la Gran vía y el sabor a culpa de las dulces natillas calientes;
* entre una conferencia de prensa de un político local y el sabor a natillas de la dulce culpa caliente;
* entre los resultados deportivos de los equipos de barrio y el culpable sabor caliente de las natillas dulces;
* entre cualquier noticia de una ciudad que me dio un importante motivo para odiarla y la culpa dulce y caliente con sabor a natillas.

Me atrevería a decir que de resultas de la solución de estas ecuaciones, saldrá eso que tan importante es para un periodista, eso que desde niños hemos conocido como la sinceridad.

Gracias.

viernes, 25 de enero de 2019

EL CAMINO DEL TABACO


El camino del tabaco
Erskine Caldwell
Traducción de Horacio Vázquez Rial
Navona
Barcelona, 2019
234 páginas

La sombra de los escritores del sur es demasiado extensa: prima la de Faulkner, inevitablemente, pero siempre brota Flannery O’Connor. Uno con un control por la autoridad de los personajes que descentra, que nos lleva de sorpresa en sorpresa, de interior a interior, en un ejercicio de hipnosis que requiere varias lecturas. La otra, sin embargo, con una capacidad de observación, de puesta en escena de la condición humana que se debe beber en una distancia más corta, en relatos deslumbrantes en los que la amable acidez se combina con la ternura áspera. También están presentes, de alguna manera, en este libro los escritores sociales, como John Steinbeck, aunque bien es posible que Erskine Caldwell (Georgia, 1903 – Arizona, 1987) no halla leído ni una sola línea de todos ellos para concebir una obra como El camino del tabaco. La novela goza de independencia más que suficiente y es el tipo de literatura que crea a sus antecesores, como los escritores a los que nos hemos referido.
Cladwell nos lleva al sur de su infancia y juventud, en el que observó que la miseria no se limitaba al racismo, a pesar de lo cual, el episodio más terrible de la obra tiene que ver con la condición animal que se otorga a un negro. Nos sumerge en una familia sin brújula y con las raíces a modo de farsa. Va encadenando sucesos tras sucesos, con un espíritu grotesco que sortea gracias a una habilidad narrativa para salir fuera de la escena, para mostrarnos el cuadro como si se pudiera ser objetivo. Pero es imposible no tomar partido, no sentirse afectado por la estupidez humana. Y más aún cuando vamos desenvolviendo el misterio, cuando vamos reconociendo que esa estupidez no es exclusiva de la clase social baja, pero que algún vínculo existe entre la pobreza y la triste realidad. Los detalles de humor, las caricaturas, son algo demasiado serio. Y no deja página que no se vea afectada por ellos y ellas.
Sus personajes hablan con intenciones de dialogar, pero sin diálogo. Cada uno tiene ya su mente formada, unas ideas que no se mellarán ni por los sucesos ni por otras razones. John Ford realizó una extraordinaria adaptación de esta novela. A diferencia de la película, que fija las claves con firmeza, el tono burlón nos deja más desasosegados o, para ser más sinceros, deja en aras del lector el grado de comicidad que le atribuya al relato. Se trata de una obra dura, como lo son las películas neorrealistas italianas. Pero también de una de esas obras que intrigan. Uno no puede desengancharse de ella, porque no podemos dejarnos de preguntar cuál es su grado de humanidad en cada frase, en casa paso que dan, en cada comentario que brota de sus bocas como salen los charcos en el campo en días de lluvia.

domingo, 20 de enero de 2019

LUGARES FUERA DE SITIO


Lugares fuera de sitio
Sergio del Molino
Espasa
Madrid, 2018
309 páginas



Es el propio Sergio del Molino (Madrid, 1979) quien a lo largo del libro va desgranando las claves de una serie de viajes a las esquinas dobladas del mapa de España: comenta que ha elegido como destino minúsculos errores de la historia “en los que no hay sitio para la hipocresía, donde todas las contradicciones y dilemas quedan al descubierto y obligan a pensar en la condición humana” y, sobre todo, en su expresión social. Porque Lugares fuera de sitio atiende a las fórmulas en que el hombre, y el viajero que es el propio Sergio del Molino, se relaciona con paradojas geográficas e históricas, pero de una historia que no es grata y resulta, con demasiada frecuencia, cruel. El autor, por su parte, no es un tipo con ansias de hacerse fotografías en hermosos lugares para colgarlas en redes sociales: “conviene estar distraído y no seguir demasiado las rutas monumentales o históricas”, confiesa. Su bagaje es de una erudición que tiene algo de nostalgia, porque se ve muy afectada por la historia. Pero no hablamos de la historia oficial, ni de unas disquisiciones ácidas, críticas, sino de alguien que aprovecha las dudas que esta le cuestiona para intentar entender por qué un país es como es, y se pregunta si no podría ser de otra manera. Hasta el punto que sabe que sus textos no pueden asemejarse a nada que hayamos conocido, o al menos a ningún otro que se haya cocinado antes con los mismos ingredientes, la curiosidad y el sentido compartido de culpa, que se haya escrito anteriormente: “Por eso yo no puedo escribir frases parecidas de ninguna esquina doblada del mapa, porque las he pisado y paseado. En cierta forma, las he hecho mías, y ya no puedo reducirlas a un absoluto”.
Los absolutos, sobra decirlo, son las sentencias que condenan a una mente a la rigidez nacionalista. Y la rigidez, lo dicta hasta el Tao Te Ching, tiene mucha relación con la muerte. Bajo estas premisas, que se alejan de prejuicios y nos hablan de un espíritu abierto, Sergio del Molino visita Ceuta y Melilla, Gibraltar, Andorra, el Condado de Treviño, el Valle de Villaverde, Río de Onor y Rihonor, Olivenza, Llívia y el Roncón de Ademuz. Se trata de enclaves que por su ubicación bien podría entenderse que pertenecen a otro país o a otra comunidad autónoma. Pero la geografía física no es la clave. Las claves las busca en la historia, que nos relata con una sencillez que abruma y una facilidad que asombra. Y lo que importa son las consecuencias sobre la gente, los que habitan allí o habitan en la periferia de ese allí. A la hora de la verdad, el libro versa sobre la frontera. Y lo refleja en los diversos sentidos que la frontera posee en un mundo globalizado, sí, pero definido por fronteras que son líneas, mientras que seguimos idealizando, como refleja cuando menciona a Stefan Zweig, las fronteras que eran territorios, o que, sencillamente, no existían. En buena medida, esas fronteras se han convertido en dramas y, con demasiada frecuencia, en tragedias. De ahí esa cierta nostalgia que fluye, al referirse constantemente a un pasado que no consigue explicar la razón de los muros políticos, y los conflictos que sobrenadan a las esquinas dobladas del mapa, excepto a Andorra.
Durante la lectura uno se pregunta si estas anomalías se deberían tomar en serio. Surgen del tiempo de los cristianos viejos, una edad que acabó hace mucho, muchísimo, tanto como para que resulte casi una parodia intentar resucitar esa época. El contexto es europeo en lo político, mestizo en lo humano, uniforme en lo mercantil. Los mitos y leyendas, tanto los imaginarios, como Hércules, como los reales, como Javier de Burgos, el hombre que se encargó de liquidar la edad feudal y trazó sobre el mapa las actuales provincias, se bajan de un pedestal y un rito perenne de intocables: “Como todo lector de ficciones sabe, las leyendas influyen mucho más en los hechos históricos, que sólo importan a los historiadores (y sólo a algunos)”. Sergio del Molino no atiende a lo obvio, sino que ama lo inclasificable, lo neurótico, lo anacrónico y hasta lo molesto. Lugares que para un espíritu inquieto representan lo que un ocho mil para un alpinista. Pero, al contrario que las obras referidas a las grandes cumbres, Sergio del Molino desviste su libro de toda épica y toda lírica. Es un autor serio, lo suficiente como para ir creando dudas, y junto a la duda acuden sus hermanas gemelas, la sonrisa y la sorpresa de la razón.

sábado, 19 de enero de 2019

VIAJE AL INTERIOR


Viaje al interior
Fran Zabaleta
Los libros del salvaje
Vigo, 2018
380 páginas

El mundo se ensancha, o lo hacemos más ancho, para que sea un lugar mejor. Eso es tanto como decir que si salimos de la zona de confort, es para hacernos mejores. Ser valiente no significa buscar los lugares donde tomar fotografías para presumir, donde verse a uno mismo frente al Taj Mahal o el cráter de Ngoro Ngoro. Aunque esa parte del viaje puede haber ayudado, lo que importa es regresar siendo otro y sabiendo que los demás también son otros, son tan importantes como uno mismo. La fase del amor que corresponde a la entrega a los desconocidos se puede manifestar de muchas maneras, no solo como cooperante de Médicos sin Fronteras, no solo en los campos de refugiados de Sudán. Salir al exterior con prejuicios y volver con dudas es la única condición que existe para certificar que hemos viajado. Los libros de Sergio del Molino, La España vacía y Lugares fuera de sitio, son un ejemplo magistral de ese espíritu. Porque nos enfrentamos a la faceta espiritual del autor y de los sitios por los que va atravesando.
Fran Zabaleta emprende un viaje en solitario, en furgoneta, por regiones de España donde lo más característico no es la gran fotografía, pero a los que no les falta belleza, aunque sea la belleza del olvido. Sus intenciones se asemejan a las de Sergio del Molino. Su estilo, sin embargo, le aleja del autor aragonés. Zabaleta es socarrón, directo, un compañero de barra de bar, y hasta algo miedoso. La forma de integrar la erudición, la historia, el pasado, las anécdotas, es la yuxtaposición. No se atiene a recursos literarios y facilita al lector la libertad para afrontar el libro, abriéndolo por cualquier capítulo y ajustándose, a voluntad, a la experiencia del viaje o a las historias de la historia con la que va componiendo el volumen.
El viaje comienza en Tenerife, lejos de su Vigo natal. Pero será cuando compre la furgoneta, él, un hombre solo de más de cincuenta años, para embarcarse en una forma de vida que desconoce por completo. Viajar en furgoneta es como trepar al monte: uno tiene que aprender para saber hacerlo bien. Eso sí, la furgoneta debe desplazarse por carretera, esa materia que es la deyección de las ciudades, el recuerdo de la civilización. Zabaleta busca líneas de asfalto secundarias o comarcales, por las que se va a aldeas o pueblos, o puentes o parques nacionales. De camino reflexiona de la misma forma que pensamos cualquiera de nosotros. Resulta sencillo identificarse con el Zabaleta viajero, porque podría ser uno más de nuestro entorno. El libro se extiende a merced no ya del viaje, sino de los libros que va leyendo. En ese sentido se aleja de la pureza y la intriga que genera el referente que toma desde el principio: Viajes con Charley, de John Steinbeck. El escritor americano era un genio en recursos narrativos, en la mirada hacia todo lo social, que es tanto como decir al hombre en el mundo, creando autonomía para sus personajes y una afección democrática, y se empeñaba en alcanzar el fondo de la humanidad sin atribuir rencores. Zabaleta no posee tanto talento, como no lo poseemos ninguno. Pero sí mucha voluntad. De esos buenos sentimientos surge este viaje.

viernes, 18 de enero de 2019

HASTA LA FRONTERA DE MI SUEÑO en EL BOOMERAN(G)

'Hasta la frontera de mi sueño'
Ricardo Martínez Llorca

    portada de 'Hasta la frontera de mi sueño'
  • Ficha técnica

    Título: Hasta la frontera de mi sueño | Autor: Ricardo Martínez Llorca | Editorial: El desvelo | Páginas: 176 |Fecha: sept 2018 | I.S.B.N.: 978-84-948707-4-3 | Precio: 18 euros
  • Foto de Ricardo Martínez Llorca
  • Biografía

Así como el sur es la tierra del sol y las alegrías de la luz del sol, el norte es el territorio del bosque y la montaña. Y es ese norte, el de los veranos con el bienestar de la clorofila del valle, lo que provocará la melancolía del narrador y el telón de fondo ante el que se desenvuelve la trama de Hasta la frontera de mi sueño, última novela de Ricardo Martínez Llorca. El protagonista de esta novela de tránsito a la madurez, recuerda el vErano crucial que pasó en compañía del mayor de sus primos, Adán, un guía de montaña, y de Bravo, el mejor amigo de Adán. Mientras su padre se empeña en construir un estanque para criar truchas, o carpas, que será el inicio de un negocio de piscifactorías lo bastante boyante como para sacarle de su mediocre existencia como tapicero. Si la empatía es la capacidad de ponerse en el lugar de otro para comprenderlo, la compasión es la de sufrir cuando el otro sufre y reír con las alegrías del otro. Y Adán es compasión a todo volumen. Con todo el cariño que puede sentir por un crío indefenso, le regala un verano en la montaña y de paso cambia su visión del mundo. La novela se sostiene sobre la arrolladora y lírica personalidad de un narrador que impone una ley que empuja al lector dentro del texto: es imposible que quien lea el primer párrafo de la obra no le importe la suerte del protagonista. Porque el tema de fondo es el tema único de la dignidad, cómo construimos la dignidad.  
Artículo completo AQUÍ

jueves, 17 de enero de 2019

A CIELO ABIERTO


A cielo abierto
Pilar Salamanca
El Desvelo
Santander, 2018
200 páginas

El hombre enfrentado a la suerte del vacío es, posiblemente, el gran tema de la literatura desde finales del siglo XIX. El vacío es existencial, carencias de afecto o incluso, como en Kafka, algo con resonancias de provocarlo el mismo hombre. Es ese hombre solo quien protagoniza buena parte de las sensaciones que transmiten, sobre todo, las novelas, ese hombre, o mujer, que mira al espacio sin vida, como El caminante sobre el mar de nubes, de Caspar David Friedrich. Frente a él no hay nada, porque por mucho empeño que pongamos a la hora de hacer una elección de vida, o de negárnosla, al frente no hay nada, hay un mar de nubes cuyo suelo, el que pisaremos, nos es negado saber o, lo que es más terrible, hay oscuridad. Pero esto bien puede considerarse un lujo burgués cuando resulta que sí existe gente que ha visto ese vacío lleno, pero únicamente lleno de escombros. El resultado de un bombardeo, como en Guernika, como en Dresde, como en Hiroshima, terminará con toda suerte de existencialismo: los superviviente no podrán permitirse padecer una enfermedad de la mente, ni siquiera una leve depresión.
Así es como afronta el relato de su pasado la narradora de A cielo abierto, una superviviente de las matanzas en los territorios ocupados de Palestina. Su infancia la marcaron los destrozos del ejército colonizador británico, su vida adulta la parte agresiva de un sionismo armado hasta los dientes. Para huir de ese vacío lleno de escombros, no cabe sino la condena del exilio. Pilar Salamanca afronta esta novela denuncia sin rencor, pero con una admiración por la delicada cultura oriental, por el mundo extraño, que tiene algo de buen paternalismo: el de quien se pone del lado del débil limitándose a reflejar su hermosura. El valor documental de la novela viene acompañado del grito que no ha cesado desde hace ochenta años, y que apenas nadie escucha o, de hacerlo, inmediatamente se vuelve hacia su propio vacío existencial y, como el personaje del cuadro de Friedrich, se muestra de espaldas. Esa es otra forma de neurosis, una voluntaria, una sin arreglo, contra la que este libro es un clamor. Pero un clamor lírico, de un extraño lirismo, pues se centra en el horror, en la destrucción de una pequeña familia, de una tribu, de unas amistades. Es un libro que va narrando cómo se construye una derrota, aunque la expresión resulte una paradoja.
La narradora nos habla desde la maldición de la memoria, como si le resultara imposible no ya conocer el futuro, sino afrontar el presente. La obra toma como referentes los años de construcción del estado de Israel, en la década de los cuarenta, y los años de expansión de la nación sionista, en los sesenta. Y haba sobre el efecto a través de lo que la narradora da en calificar como Biografía de la amargura. Uno se va preguntando si es posible el perdón, pues no hay malvados con rostro, solo buenas personas con las vidas cercenadas por los escombros que van cayendo. Uno se pregunta si los protagonistas saben dónde se encuentran, si sus voces no se dirigen directamente al vacío que va quedando tapado de escombros. Uno se pregunta si es mejor ignorar o saber, si el gran conflicto no nos está ocultando las pequeñas tragedias. Uno llega a saber que la historia, la de verdad, la que pesa sobre las conciencias, no es un dictado al estilo de los libros de texto y las enciclopedias; pues la verdadera historia es la de esta protagonista, que sufre toda suerte de represiones: es colonizada, es mujer, es niña. Y de lo que nos habla, en forma puramente narrativa no es tanto de la rabia, pese a presenciar matanzas, como del miedo y de ese otro sentimiento que tanto se parece al miedo y que conocemos como tristeza.

ESCALAR LA MUERTE

Escalar la muerte

Particularísima narración esta de Ricardo Martínez Llorca, experto en viajes aventureros que dio anteriormente obras como El precio de ser pájaroe Hijos de Caín en los que el tránsito y su peripecia tenían tierra y aire también de ficción. En Después de la nieve, el autor va más allá con un protagonista, álter ego que, en entornos periodísticos, se ha dedicado a bucear en aquellos hombres aguerridos que se enfrentan al poder de la naturaleza y que tienen tras ellos una vida que coquetea con la muerte. Aquí surgen muchos, desconocidos para el profano en la materia, sin que ello importe en absoluto, pues la descripción de la heroicidad o el fracaso de turno sostienen un argumento que en realidad son varios: los perfiles de ciertos montañistas, incluido el de Carlos Marín, escalador casi legendario que lleva una vida vagabunda; varias personas callejeras que buscan buscarse su destino, su sustento y su camino y su porqué, como Muchacho, Burkina y la prostituta Laura; o el mismo narrador, que tiene una suerte de visión en el hospital al que va a visitar a su hermano y que solo puede despertar una sospecha, una evocación montañera: la de un hombre subiendo por la pared hasta tocar el cristal de la ventana donde ha dejado sus huellas.

Así precisamente da inicio el relato un Martínez Llorca que, hace escasas fechas, contestaba en este blog a la entrevista capotiana en la que dejaba traslucir algunos detalles biográficos de corte aventurero, cuando no peligroso, e incluso trágico en verdad emotivos. Es la emotividad, qué otra cosa, más la curiosidad, la empatía, lo que mueve al periodista a la hora de querer saber lo que ocurrió con el prometedor Marín, de interrogar a gentes inadaptadas o con futuro incierto, de hacer de sus días un enigma que preguntarse y una investigación que llevar a término. Eso –la atmósfera de incertidumbre, a veces de derrota o melancolía del narrador que busca y encuentra, que se pregunta y se responde– es lo mejor de un libro breve que se ensancha por lo mucho que sugiere, tanto en lo que respecta a alusiones literarias –en especial el Lord Jim de Conrad, pero también grandes autores viajeros como Chatwin– como al desconcierto, yo diría que casi hasta existencialista, que transmite el espontáneo investigador a medida que indaga, se mueve, descubre al fin que, en palabras del objeto de su estudio, “negar que somos naturaleza es negarnos la felicidad”.


INFORMACIÓN DEL AUTOR: Ricardo Martínez Llorca es autor de los libros Tan alto el silencio (Debate), El paisaje vacío (Debate, premio Jaén), El carillón de los vientos (Alcalá), Después de la nieve (Desnivel), Cinturón de cobre (Pre-Textos), Al otro lado de la luz (La Línea del Horizonte), Hijos de Caín (Xplora) y El precio de ser pájaro (Desnivel). Es crítico literario en las publicaciones QuimeraRevista de LetrasFronteraD y La Línea del Horizonte, y dirige la sección "Viajes y libros" en Culturamas.
Fuente: ALMA EN LAS PALABRAS

miércoles, 16 de enero de 2019

LA INOCENCIA

Para no esconderse de lo que atañe a tantos días y tantas noches de derrota que supone el paso por este mundo, John Burroughs (1837–1921) propone atravesar todas las barreras con la mirada. Para el clásico naturalista americano, decir mirada significa los cinco sentidos; pocas virtudes hay más potentes que el oído que reconoce a los pájaros por su canto, que el oído bien dispuesto a no permitir que los sonidos del bosque naufraguen. Se trata de una visión sobre el entorno natural que se acerca más a la del poeta que a la del científico: la verdad no es la misma si la dictan los datos que si la presencia alguien con cariño, con amor, con ternura por todo lo que venga del campo.

...estamos hablando, de gente que —palabras de Burroughs— nació bajo el signo de una buena estrella, con una incansable capacidad de asombro por las pequeñas cosas, alguien que comparte la suerte común y que descubre que con eso le basta. Alguien que, sin quererlo, es un maestro.

Artículo completo en LA LÍNEA DEL HORIZONTE

DESPUÉS DE LA NIEVE en LIBROS QUE VOY LEYENDO

Editorial: Desnivel
Número de páginas: 96
Encuadernación: Tapa blanda 

Año de edición: 2016




Sobre el autor: Ricardo Martínez Llorca



La nieve quema, es áspera, dura, a veces corta y nos hace sangrar. Sin embargo, es necesaria, sin nieve no hay calor, sin oscuridad no hay luz, sin sufrimiento ni dolor, no hay esperanza.

Con Después de la nieve, Ricardo Martínez Llorca muestra ante nuestros ojo el conflicto interno de Carlos, el protagonista de esta flamante novela. Un escalador de solo integral respetado por la comunidad montañera que ha decidido vivir como un indigente en la ciudad por ciertas razones dolorosas. Es en la calle donde conoce a Burkina, el inmigrante, y al muchacho. Poco a poco, el narrrador va descubriendo la vida del personaje: su infancia vinculada a un primogénito tirano; su juventud, vivida con el claro objetivo de lanzarse a la aventura al aire libre; sus primeros escarceos con la montaña; su matrimonio, etc. A través de diferentes pasajes de su vida, relaciones con los compañeros de la misma, el análisis de sus emociones y pensamientos, conseguiremos desgranar los elementos más ocultos de dicho personaje.

Con pinceladas suaves de emoción, la combinación magistral de licencias literaria y una pugna interior brillantemente interpretada, Martínez Llorca presenta los miedos ante la vida que todas y todos compartimos en algún momento de nuestra existencia. Hundir la nariz en las páginas de Después de la nieve es reconocer nuestras angustias, alegrías y temores, y descubrir otros muy distintos. Es observar una disección de nuestros más profundos pensamientos, trasladar las emociones de Carlos, a la pura realidad. 96 páginas las que componen esta novela, para muchos apasionados de la literatura, auténticos devora_libros pueden parecer escasas, sin embargo, al sumergirnos en ella su profundidad en contenido y emoción pueden trastocar y derrumbar los más firmes pilares de nuestra identidad y persona.

De una manera pausada, en algunos momentos casi poética, el autor nos impregna de todos y cada uno de los espacios en los que desarrolla la vida los diferentes personajes que hacen las delicias de auténticos adictos a la lectura. Sin lugar a dudas Después de la nieve nace con un propósito claro, componer y mostrar ante nuestra visión aquellas disidencias emocionales de las que muchas veces ni siquiera somos conscientes. Un propósito que Martínez Llorca consigue ejecutar a la perfección.

ROBINSON Y LA ISLA INFINITA


Robinson y la isla infinita
Rosa Falcón
Fondo de Cultura Económica
Madrid, 2018
250 páginas

Un mitema es una porción irreductible de un mito, uno de esos átomos sin los que el cuerpo pasaría a ser una masa amorfa, una gigantesca ameba, una mancha sin identidad. La necesidad del mito, y de los mitemas, es tan algo que tampoco ha variado nada con el orden impuesto por el paso del tiempo, el avance de la civilización y los descubrimientos científicos. Los mitos narran y en buena medida somos seres narrativos. De hecho, uno de los grandes avances científicos, el psicoanálisis, otro mito en sí, una experiencia que servirá para combatir la soledad del hombre moderno, que es uno de los temas que flotan en este ensayo, debe su éxito a este hecho: dado que no podemos reconciliarnos con nuestro pasado, al menos sí cabe hacerlo con su narración. Al final del libro, Rosa Falcón resumirá algunas de las actualizaciones del mito de Robinson en el cine y las series, donde proyectamos ahora nuestros mitos, que es tanto como decir lo que desconocemos, con sus temores y sus ilusiones. Pues la obra de Daniel Defoe trata ambas: Robinson Crusoe da con los huesos en el supuesto paraíso para tener que afrontar la inevitable supervivencia. La soledad, antes mencionada, es un arma de doble filo: por una parte, es un deseo frente a la neurosis de la vida moderna y la vida pública, pero por otra es una forma, en sí, de neurosis. Nadie que esté solo estará en buena compañía, nos recuerda Falcón que dijo, a su vez, Paul Valéry.
El drama es, probablemente, el tema que, sin especificarlo, flota durante este ensayo. El enfrentamiento entre los espejismos, la esperanza y la supervivencia, que se expresan en extremo en Robinson, y la relación con Viernes, tan necesaria como colonial o neocolonial, llevan este drama al extremo. Las tesis de Rosa Falcón orbitan alrededor de la actualidad, de la novela moderna que se inicia con el propio Daniel Defoe, pero más en concreto con la narrativa y la literatura contemporánea. Las robinsonadas son ya un género mestizo y se pueden leer en la filosofía creativa de pensadores y literatos. Kafka, nos sugiere, es el caso extremo, el escritor que coloca al hombre como impensable Robinson en una isla formada por él mismo. Pero antes de llegar a Kafka, donde aterriza casi todo análisis literario posterior al genio checo, se nos ha ofrecido, a través de los mitemas de Robinson -la soledad de la existencia humana, el deseo de libertad, el conflicto entre el individuo y la sociedad, la isla, el viaje, el mar o el naufragio-, una historia tal vez no del pensamiento, pero sí de las ideas imprescindibles. Si uno entiende la vida como viaje, no le faltarán ocasiones para pensarla como naufragio.
Falcón tiende al resumen, no a la extensión. Cada capítulo podría abarcar, a su vez, un libro entero. Pongamos por ejemplo los vínculos entre Utopía y la isla de Robinson. La idea común es la de la isla como un no lugar, es decir, la abstracción. De ahí todas las reseñas de obras del siglo XX que vendrán a continuación. De cada novela que estudia, desde García Márquez a Saramago, extrae una idea esencial, referida al mito de Robinson, a su principal mitema, que es el drama de la soledad y, tal vez, el triunfo sobre ella. Otro tanto hará con los poemas. En ambos ámbitos destaca América Latina, pues pocos lugares del planeta han destacado más por el impulso paradisíaco del deseo de una isla. Hasta hace cien años el Caribe tal vez fuera el lugar privilegiado a tal fin. Rosa Falcón olvida un poco, con intención, que el Pacífico tomado ese lugar, igualando a las islas de América, durante el último siglo. Pero el libro no pretende abarcarlo todo. A la hora de concluir, podemos decir que nos encontramos frente a un estudio de los mitos literarios, del gran mito literario a escala humana, pues Don Quijote o Ulises se enmarcan en ámbitos solares, el primero, o divinos, el segundo.