miércoles, 28 de octubre de 2020

MESTIZA

 

Mestiza

Maria Campbell

Traducción de Magdalena Palmer

Tránsito

Madrid, 2020

251 páginas

 


La infancia contiene la deuda de la felicidad: si uno la alcanzó en su momento, si uno no puede recordarla como tal, en algún momento debería cobrarse ese saldo, solventar ese compromiso, superar el conflicto. En esta obra, Mestiza, Maria Campbell (Saskatchewan, Canadá, 1940) se rebela, sin pretenderlo, contra ese mito, así como contra el propio mito de la rebelión juvenil, porque en la juventud uno, se supone, posee el fuego. Habla de “las alegrías y las penas, de la angustiosa pobreza, de las frustraciones y los sueños”. Y lo hace con un lenguaje reducido al hueso. Se podría hablar de la musculatura del lenguaje, pero en este caso es tan apretada, que tiene la misma consistencia del esqueleto. La distancia que recorre, toda la memoria de su infancia y la adolescencia, incluso los primeros años de lo que debió haber sido una vida de adulto, lo hace de forma lineal y directa. Tanto que la potencia del texto proviene del núcleo de lo que debería poseer cualquier libro: que el autor tenga algo interesante, digno y noble que contar. Algo en la intuición de Campbell le asegura que así es en su caso. Y ese algo acierta.

Mestiza es un libro que desgarra e impacta, pero no aturde. Es tan magnético como inquietante y, sin embargo, se explica tan bien como cualquier narración neorrealista. Para aumentar el impacto, es puro realismo. Es un ejercicio de memoria sin terapia, un viaje a un planeta de patéticos y enfermos que es el mismo en el que nosotros pisamos, una inmersión entre los desfavorecidos, entre la gente humilde y los perdedores. Mestiza nos hace acompañar a los perdedores y a los olvidados en una de esas experiencias que deberíamos refrescar con frecuencia: conviene saber siempre dónde nos hallamos, qué territorio es la piel de este planeta, en el que la lucha por la dignidad cobra una relevancia de alto impacto cuando tratamos con la pobreza. Los personajes que pueblan el libro son tan sencillos como rotundos: se explicarían con pocos adjetivos, pero se catalogarían, sin remedio, como leyendas del submundo, si libramos a las palabras de cualquier connotación peyorativa. Se trata de seres vehementes que no saben fingir, como si el fingimiento fuera un privilegio burgués.

Campbell va dejando que su memoria se desarrolle sin bullicio, aunque es, al mismo tiempo, una memoria plural: sus recuerdos bien podrían ser similares a los de cualquiera de los seres que pueblan el libro. La historia no puede ser más demoledora, desde la pérdida de la madre a la boda adolescente, desde la separación de los hermanos pequeños a las experiencias con hombres, desde los hijos a los que les robaban el calor de la piel de la madre a la drogadicción. De hecho, a medida que pasamos las páginas nos resulta complicado asimilar que alguien haya podido vivir tanta realidad y resultar lo bastante ileso como para mostrar la lucidez que muestra Campbell, la lucidez de enseñar sin remordimientos, como si hubiera, por fin, hallado la paz que la vida le debe. El sustrato sobre el que suceden los acontecimientos que la atraviesan es la ira. Y su forma de combatirla ha sido trabajar hasta que las manos se le llenaran de ampollas. Campbell jamás se ha rendido, a pesar de todas las invitaciones a bajar las manos, a agachar la cabeza, que le ha deparado la suerte. Se ha manejado en un mundo maniqueo, en el que, para nuestra sorpresa, no cataloga a la gente como buena o mala, sino que intenta explicarse qué ha construido a cada uno de ellos.

El aprendizaje de Campbell se produce a contracorriente, sin dios, pero con fe. Es valiente en el sentido más funcional y humano, que consiste en maldecir la cobardía y enfrentarse a los hechos. Bajo estas premisas, que son las que edifican un alma, nos ofrece un texto en el que no sobra nada, que evoluciona a una velocidad de vértigo, que camina en la frontera de lo inhumano:

“De modo que Ellen y Bob optaron por ofrecernos ayuda, como ropa y comida, y dijeron que podíamos compartir todo lo que tenían. También que algunos vecinos estaban buscando ropa y hortalizas para nosotros. Se me hizo un nudo en el estómago y sentí vergüenza y odio. Nadie se había relacionado nunca con nosotros, jamás nos habían visitado ni invitado a sus casas. Se habían reído de nuestra ropa y de nuestro comportamiento, “como potros salvajes”, y ahora querían darnos cosas”.



martes, 27 de octubre de 2020

ARMÓNICOS DEL CINISMO

 

Armónicos del cinismo

Juan Luis Conde

Reino de Cordelia

Madrid, 2020

148 páginas

 


Hay que ser un héroe para renovar las palabras que han ocupado un lugar común y que se extienden por los discursos como una mancha de aceite. En realidad, es imposible hablar de libertad, de libertad real, no de la farsa, sin autonomía de pensamiento: “Para conseguir esa revolución cartográfica, que disuelve el centro y da paso a la subsiguiente emancipación, a esa deseable autonomía de pensamiento, el proceso intelectual que debería preocuparnos, pues, no versa tanto sobre qué pensar (el objeto) como para quién, con quién y desde dónde pensar (los circunstanciales)”. Así se expresa Juan Luis Conde (Ciudad Rodrigo, 1959) en este ensayo, que es una de las lecturas que más agitan el pensamiento que pululan por las librerías en estos tiempos. Agitar el pensamiento es un acto de rebelión, en este caso contundente y con claras intenciones de incitar a esa lucha contra la injusticia que nos ha llevado a aceptar las posturas (y las ideas) de la sumisión. Digámoslo a las claras: Armónicos del cinismo es una brillante recopilación de artículos contra la mentira.

Es cierto que la mentira, se puede concluir de la lectura de estos ensayos, está ligada al neoliberalismo como la enredadera al árbol, pero Juan Luis Conde no se limita a la denuncia de la manipulación, por ejemplo: viaja más allá y retrocede hasta otras sociedades, hasta la antigua Roma, hasta la antigua China, para comparar las estrategias discursivas y los mensajes sin pudor, y demostrar cómo se actualizan. Con frecuencia recurre al análisis de algún oxímoron que hemos aceptado, aunque sólo sea por exceso de presencia entre los discursos. Juan Luis Conde es un admirador y un delator de la paradoja. Sobre esta figura se centra su análisis, que nos va guiando con una densidad sorprendente -no hay una expresión ligera ni un concepto sin explicar-, pues la contradicción será el combustible que ponga en marcha los engranajes del pensamiento. A través de este hilo se nos descubre que inmersos en la alocución neoliberal no nos hemos dado cuenta de que una palabra como libertad ha sustituido a la más vulgar de dinero. De hecho, dinero ha desaparecido de cualquier texto. Hay bastante vehemencia en los párrafos de Juan Luis Conde, pero es una vehemencia sensata, contenida y, en cualquier caso, justificada, pues se amotina contra los dominantes, contra quienes permiten que el planeta sea fundamentalmente injusto y nos convencen de que esta rutina es la mejor de las ideas.

Si hay un pensador al que Juan Luis Conde le debe buena parte del espíritu del libro, éste será Víctor Klemperer, el filólogo alemán que escribió LTI, la lengua del Tercer Reich. Como Klemperer, Conde está convencido de que el lenguaje construye mucho más que el pensamiento y practica la filología de combate; cada concepto que se expresa nos afecta emocionalmente, nos educa, nos hace vivir como a Espartaco o a Gandhi, o fallecer como los habitantes de un hormiguero en días de lluvia, que imitan esa sociedad totalitaria, la de Un mundo feliz, en la que los siervos son felices de serlo, como el protagonista de Los restos del día se sentía un privilegiado en su jaula de oro. “Seremos dominados, pero estamos contentos”, es una pésima máxima para residir bajo ella; va siendo hora de dejar de tenerla en consideración.

domingo, 25 de octubre de 2020

ALMÁCIGA

 

Almáciga

María Sánchez

Geoplaneta

Barcelona, 2020

200 páginas

 


La tentación a ser reaccionario nos sacude, en los peores ratos, desde la esencia de su contenido: el acoso a que nos vemos sometidos nos empuja a pensar que el mundo era mucho mejor antes que como es ahora. Encontrar un equilibrio entre lo mejor de lo que podemos reconocer en el mundo actual, y lo mejor que podemos rescatar de nuestra memoria, nos permite mantenernos activos, sugerirnos que merece la pena estar en estos tiempos, por muy correosos que sean, pero que existen muchas opciones de mejora. Al fin y al cabo, si no las encontramos en nuestro pasado, ¿dónde podríamos ir a buscarlas? Ahí está buena parte de la consistencia del proyecto literario de María Sánchez (Córdoba, 1989). No es difícil comprender que en términos ecológicos, por ejemplo, a uno le queda la rebelión de ser conservador, como alternativa a ser indigno. Pero no hay alma ecologista que se renuncie a la bomba de insulina y a la justicia social. Los términos son ecofeministas y, a la par, son rurales. María Sánchez nos habla del mundo como un lugar que se desangra y de una sangre incoagulable, y nos habla de la sangre y del calor de la sangre. En el Antiguo Testamento, la sangre es el alma.

Y así es como va desarrollando estos textos, cuyo centro de interés es la recuperación de términos de vida en el campo, con intención de significar que la vida más natural es que implica volverse territorio. Que la vida natural pasa por reconocernos como naturaleza. Que lo propio del hombre es la observación, y que esta observación tenga lugar con un alcance sin fronteras, pero conociendo las raíces: de lo universal a lo propio, de lo particular a lo eterno. Esta Almáciga es un compendio personal de lo que está y lo que ha desaparecido, de lo que uno desearía que siguiera estando y de lo que uno echa de menos, aunque no lo haya conocido. Nos muestra el idioma como una siembra fértil, como unos lazos de hermanamiento. Se trata, en buena medida, de evitar que la tierra se vuelva inútil y callada. Se trata, en definitiva, de dar testimonio de la generosidad de la tierra.

Antes hemos mencionado la rebelión y ésta parece ser un fuego que pertenece a los jóvenes. María Sánchez no renuncia ni esquiva ese aliento juvenil, uno diría que incluso inocente, como se comprueba en su manera de expresarse, en esa frecuencia con la que delata la defensa basada en anhelos y veleidades, en buenas intenciones de ser buenos, en lo natural como sinónimo de lo auténtico. Y lo auténtico es mi pasado, mis ascendientes, el campo. Lo natural es la poesía, mi poesía, la poesía en la que habito o me gustaría habitar. De ahí esta secuencia de palabras favoritas, que son una confesión estética y una defensa moral de una forma de vida.

sábado, 24 de octubre de 2020

SIN MÁS AMIGOS QUE LAS MONTAÑAS

 

Sin más amigos que las montañas

Behrouz Boochani

Traducción de Juan-Fco. Silvente

Rayo Verde

Barcelona, 2020

378 páginas

 


La historia que Behrouz Boochani desarrolla en este libro, ensordecedor, posee tanta fuerza como la de su creación. Boochani fue encarcelado en un centro aparentemente ilegal, en cualquier caso inhumano, regido por alguna administración de algún país desarrollado, pero ubicado en uno de esos lugares que no existen ni en los mapas ni en las rutas. Cualquier atisbo de cárcel, cualquier imaginación de cárcel, se queda en los huesos ante las imágenes que va desplegando Boochani, que por momentos contemplan una energía tan viva y desoladora como la de algunos relatos de campos de concentración. No hay diálogos ni nombres propios en una historia en que el concepto de resiliencia no alcanzaría ni siquiera al barro el eufemismo. Mientras tanto, mientras su cuerpo se sacudía -o tal vez lo que se sacudía era su mirada, que es la herramienta desde la que nos habla-, Boochani iba enviando mensajes a través del teléfono móvil. Uno supondría que la redacción de estos mensajes debería ser apresurada, telegráfica, pero no, la obra se escribe con una serenidad y un respeto al lenguaje, que la transforman en alta literatura: en ese sentido, Sin más amigos que las montañas pertenece a la vieja estirpe literaria, la de aquella que bebe directamente de las fuentes de la vida.

Vivir merece la pena, o no. Boochani no se decanta ni pretende estar en el debate. Donde cualquier otro se hubiera dejado tentar por un existencialismo duro, él prefiere entregarse a un lirismo tan magnético como sucio. No podemos enamorarnos de los personajes, no podemos enamorarnos de la memoria, pero sí de esa capacidad de permitir que le atraviesen siglos de poesía y que es el abono con el que hace crecer la acción. No basta con ser consciente de que uno tiene algo serio que decir, algo contundente que denunciar. Hay que estar a la altura del respeto y de la inteligencia, hay que ser un ente sensible mientras uno se enfrasca en la observación, pero también mientras uno escribe. Al fin y al cabo, al otro lado del texto habrá un lector que quieres que conozca lo que se siente, pero que sin pretender que lo sufra. La devastación y la enunciación de la devastación pertenecen a un terreno personal, y ahí conviene que dejen su residencia. La literatura permite entregar muchas de sus facetas, siempre y cuando el lector sea, a su vez, un lector entregado. Boochani consigue embaucarnos para que lo seamos: acude al núcleo de nuestra empatía y de nuestra compasión. Y no solo nos advierte de las consecuencias en los demás de lo que hemos creado, pues también nos pone en guardia sobre los riesgos de la oscuridad, de las regiones en las que la deshumanización caló, de las prisiones que liquidarían los cuerpos y la moral de las buenas personas. Entre la miseria, Boochani encuentra momentos lucidísimos en los que reclamar la idea de que la bonhomía y la libertad son dos caras de una misma moneda, y que en ambas caras se ha grabado el mismo rostro, el nuestro, el de nuestro prójimo.

miércoles, 21 de octubre de 2020

MÉXICO INSURGENTE

 

México insurgente

John Reed
Traducción de: Íñigo Jáuregui


En 1910, Francisco Villa lideró la rebelión del norte de México contra los terratenientes ricos. Luchó para redistribuir la tierra entre los pobres que la trabajaban. Originalmente publicado como una serie de artículos periodísticos para la Metropolitan Magazine y el New York World, México insurgente es la crónica de la Revolución que John Reed vivió, junto a los rebeldes de la zona norte del país y cercano a Pancho Villa. El ilustrador Alberto Gamón nos acompaña con su genial trabajo gráfico al México de comienzos del siglo XX.













martes, 20 de octubre de 2020

DIOSES CONTRA MICROBIOS

 

Dioses contra microbios

Alejandro Gándara

Ariel

Barcelona, 2020

221 páginas

 


“O vivimos para construir nuestro carácter o vivimos para defender nuestros intereses”.

El dilema, añade Alejandro Gándara, es sencillo. Pero no deja de ser una decisión que, tristemente, no siempre está en nuestra mano elegir. Vivir para defender nuestros intereses tiene mucho de construcción social. Al igual que la conciencia, por ejemplo. Lo cual no implica que no podamos vivir para construir nuestro carácter, es decir, para intentar ser mejores de día en día, sin una meta fija. La vida es conflicto y pensar que éste tiene solución sirve para crear tensiones. Eliminar estas tensiones y aprender a vivir en el conflicto, que nos servirá, pues, como impulso ético, es la enseñanza que nos trae este libro, estos dioses contra microbios, que nos devuelven a la forma de entender el oficio de vivir que sentían los griegos. El libro puede parecer oportunista, embarcado en la ola de ensayos sobre pandemias y confinamientos al que nos vemos abocados. Nada más lejos. Se trata de un ensayo que podría haber sucedido sin el malestar que ha empañado el 2020. Porque la referencia a la sabiduría de los clásicos no deberíamos de haberla perdido nunca, pues ha implicado deshumanización, pérdida de identidad, vagar en la noche sin una linterna.

Gándara se centra en dos tipos de lucubraciones: las que tienen lugar dentro y entorno a su cuerpo a cuenta del confinamiento y las que hacen referencia a cómo afrontaban el trance, los trances, los griegos. Los centros de interés van variando, pero no pueden ser más universales, más eternos: el estrés, el héroe, los ritos, la belleza, el alma, el sueño, los números, los sentimientos, el miedo, la poesía. Saca a la vista los monstruos contemporáneos, los individuales y los sociales, y va, poco a poco, reflejando las pérdidas que nos ayudarían a solventar este tedio y este dolor, enfrentando, constantemente, el pensamiento a partir de dilemas: los cotidiano contra lo mítico, las palabras como mensaje y como contenido, el conocimiento frente a la divulgación mediática, el control del medio contra el reposo de la verdad, la comunidad o tribu frente a la sociedad o degeneración de la polis. La vida, nos viene a decir, es contradictoria: nada es del todo bueno y nada es malo por completo. Ante el acoso de los espacios subjetivos, se expone la necesaria investigación sobre los espacios objetivos, siempre y cuando seamos conscientes de que será la investigación y no las conclusiones donde se halle lo que precisamos: aquello que nos hará sentir más enteros, menos desgraciados.

Las interpretaciones constantes de mitos, desde Eros y Tánatos a los protagonistas de la Odisea, está llena de una inteligencia transversal: Gándara posee el don de mirar desde ángulos diferentes, de “captar lo que se escapa a la aritmética del control”. Sobre la verdad nos indicará que, por cruda que sea, es hospitalaria. Sobre el equilibrio sentimental nos afirmará que solo el amor es capaz de infundir a la vez la inspiración para la acción y la libertad para llevarla a cabo: “Nunca te sientes más audaz ni más dueño de tus elecciones”, afirma. De la poesía nos recordará que para los griegos antiguos era la sabiduría que engendró la ciencia y la filosofía, el arte que inspiró la ciudad, hizo posible la tragedia y construyó la memoria. “Hasta donde llego, cuáles son mis límites, la medida de mis fuerzas, de mi inteligencia, de mi capacidad de amar” son preguntas que si uno responde honradamente lo transforman en un héroe. El héroe es el que desafía a la vida, nos dice, algo que deberíamos recordar fuera de este tiempo.

En lo que atañe al momento que estamos viviendo, cuando Gándara atiende a los mensajes que recibimos no cesa en un empeño crítico, como si respetara, con frecuencia, al cuerpo, que es donde sentiremos la sanación, y denuncia al mal que nos sacude por el pésimo gusto contemporáneo: “Cuanto más fuerte sea el contagio de las palabras, más intenso es el deseo de libertad física y, proporcionalmente, más difícil de cumplir o de satisfacer”. A estos males no le queda más remedio que consagrar unos cuantos párrafos, entre salto y salto por los beneficios de recordarnos que deberíamos leer a los clásicos griegos, volver a los clásicos griegos, estudiarlos y, sobre todo, pensar mucho y sentir mucho con ellos.

lunes, 19 de octubre de 2020

VALE UN POTOSÍ

 

Vale un potosí

Miquel Dewever-Plana
Blume
Barcelona, 2020
336 páginas




En 1545, los conquistadores españoles encontraron aquí el motivo de su viaje al nuevo mundo: la plata. A 4782 m, el Cerro Rico llevaba en su interior el yacimiento de plata más grande del mundo. A sus pies, una aldea, Potosí que, de la noche a la mañana, se desarrolló y se convirtió durante casi tres siglos en una de las ciudades más grandes y prósperas del planeta. El dinero del Cerro Rico, extraído a costa de millones de muertes entre los nativos reducidos a un tipo de esclavitud (con el sistema de la mita), irrigó por mucho tiempo las economías europeas, lo que favoreció la Revolución Industrial y su desarrollo económico. Todavía hoy en día, miles de mineros, agricultores indígenas en su mayoría que no tienen más remedio que abandonar una tierra que ya no los alimenta y hacen frente a los peligros y las enfermedades para trabajar en las minas, con la esperanza de ofrecer una vida mejor a sus hijos.

Para protegerse de los peligros a los que se enfrentan en cada momento en las entrañas de la montaña de plata (también de zinc y estaño) que, además, está al borde del colapso, los mineros honran al Tío, la deidad tutelar de arcilla con un sexo desproporcionado, al que consideran el ser supremo del inframundo, tan venerado como temido. Al honrarlo con hojas de coca, cigarrillos, alcohol y oraciones, el Tío podrá quizá revelar a los mineros dónde conseguir las buenas vetas a cambio de sus ofrendas... y a veces, incluso, de sus almas.












miércoles, 14 de octubre de 2020

jueves, 8 de octubre de 2020

LOS TERRANAUTAS

 

Los Terranautas

T.C. Boyle

Traducción de Ce Santiago

Impedimenta

Madrid, 2020

562 páginas

 


Ecosfera sería un nombre mágico, si la magia existiera. Se trata del lugar donde se encierran ocho de los protagonistas de esta novela de T.C. Boyle (Peekskill, Nueva York, 1948), Los Terranautas, una suerte de Edén creado por la mano del hombre. Más en concreto, por la mano de un multimillonario, un hombre que posee sus dosis de excentricidad y una supuesta intención altruista, la de comprobar que sería posible la vida en otro planeta, en Marte, por ejemplo, si la creamos nosotros, si la cuidamos nosotros, si de nosotros depende la supervivencia. Dentro de la ecosfera, separada del planeta por una cúpula de cristal de casi diez centímetros de grosor, se han recreado varios ecosistemas. Cada uno de los integrantes de este grupo tiene una función en su mantenimiento, así como en el mantenimiento de la granja que debe proporcionarles sustento. Se han introducido una serie de animales, con lo que además de Edén, estamos frente a un arca de Noé. Las referencias bíblicas son más sustrato que guiños en esta narración contada a tres voces, dos de las protagonistas viviendo en el interior y otra desde el exterior, pero con un ansia desatada de participar en la experiencia.

Y será estas ansias, estas ambiciones, las que impondrán los registros de actuación. Los personajes, no sólo la mujer que aguarda su turno y lucha por él con los medios que tiene a su alcance, poseen todos una ambición sin medida. En la obra se reflejarán muchas más miserias de la condición humana, pero será la ambición la que se imponga pues, al fin y al cabo, el tema de la novela será la destrucción de la amistad. Dos de las voces, las femeninas, pertenecen a las mejores amigas, ahora separadas por la campana y por el éxito. Pues éxito será el participar en la misión dentro de la ecosfera. Sin embargo, la presencia de lo contrario a la enseñanza del Génesis, el darwinismo, ataca a la especie: la lucha por ser alfa, por el supuesto poder que da el reconocimiento social y la emoción del fracaso, aparecen en forma de lucha por la supervivencia. ¿De qué sirve vivir sin la fama? Como coartada, estará el compromiso con la misión, dos años para demostrar que se puede habitar un entorno creado por el hombre, y que esté entorno puede ser portátil pues, a fin de cuentas, cualquier proyecto es posible si se cuenta con las finanzas necesarias.

La tercera voz será la de un varón, el hombre más dispuesto al triunfo y, por tanto, quien más tiene que perder. T.C. Boyle dispone los cambios de voces de forma que se suceda la obra sin perder la cronología. Y, por otra parte, contando lo sucedido tiempo más tarde, dirigiéndose al lector como quien actúa de testigo frente a un tribunal y narra la versión de los hechos. La subjetividad como premisa consigue que los caracteres sean creíbles. Tanto como para perdonar la demora que se toma el autor para dar paso a la acción, al conflicto, retratando personajes en las primeras páginas. Aunque al margen de los retratos, se nos habla sobre la única opción para fundirnos con la naturaleza que nos va quedando, un Edén artificial. Y los artificios carecen de la versión cíclica de la naturaleza, esa que consolida la existencia, en la que todo queda explicado. Así será que cuando surge un episodio inesperado, cuando se produce el encuentro entre Adán y Eva, la prueba de fuego que será el experimento se convierte en una olla a presión. Porque Boyle nos lo muestra con ironía, como un intento torpe de promover algo absurdo, un desparpajo, una exhibición de dinero que terminará por ser, para los espectadores, un concurso de moda, un programa en el que varias personas se encierran en una casa o en una isla desierta. La utopía está fuera de sitio, resulta, también, una coartada. La parábola del Génesis se reduce a un Gran Hermano. El lugar de la ciencia lo ocupa el cotilleo.

Hay una impresión de secta en el mundo cerrado en el que habitan los protagonistas, en el real, con los límites de la ecosfera pero también con las fronteras que marca lo que afecta a sus alrededores, y también en el espíritu de los protagonistas, a los que se les ha definido bien a las claras qué es pecado. La parodia está servida al darnos cuenta de que pretendiendo conectar al hombre con la naturaleza, se desconecta de la mejor versión de su propia naturaleza. Boyle es crítico con las raíces del capitalismo, que pudre hasta la filantropía. La metonimia que contiene esta novela, tan grata de leer, es la de la preguntarnos si el hombre es digno de salvarse. La presencia de la dignidad en el eje del texto hace crecer a la obra.

 

 Fuente: Revista de letras

miércoles, 7 de octubre de 2020

LA MUJER TEMBLOROSA

 

La mujer temblorosa

Siri Hustvedt

Traducción de Cecilia Ceriani

Seix Barral

Barcelona, 2020

238 páginas

 


De todos los miedos, el miedo a la locura es el más complicado de manejar. El miedo se reduce, básicamente, a la parte que desconocemos de nosotros mismos: a cómo será la vida después de un accidente, por ejemplo, o tras una muerte, porque no sabemos cómo reaccionaremos, cuál será el grado de tristeza o depresión, si seremos capaces de afrontar el resto de los días, si el dolor nos superará en potencia, si viviremos para siempre derrotados. Pero el miedo a la locura no se impone desde el exterior, proviene de nuestro propio cerebro; y no implica que seamos conscientes de la transformación, pues no dejaríamos de considerarnos nosotros mismos. La tenacidad por mantenernos cuerdos crea demasiada tensión, es tóxica para nosotros mismos y deberíamos permitirnos ciertas dosis de locura. ¿Qué le sucederá a nuestro cuerpo cuando nuestra mente no nos corresponda, no actúe con rigor, escape a nuestro control? Sobre esto trata esta obra de Siri Hustvedt (Minnesota, 1955), un ensayo a partir de su propio cuerpo y del miedo a las consecuencias de los accidentes nerviosos, una obra fascinante, emotiva, erudita, profunda, lúcida, sincera, valiente.

“Todos hacemos extrapolaciones de nuestra existencia para poder entender el mundo. En el arte esto se considera una ventaja, pero en la ciencia se considera una contaminación”.

La cita preside la estrategia narrativa que Hustvedt mantiene a lo largo de todo el libro. El arte, la narración, que es su territorio, presenta lo particular para intentar hablar de algo universal. La ciencia habla de lo universal pretendiendo afectar al individuo. El libro contiene enseñanzas de varias ciencias: neurología, psicoanálisis, psiquiatría y filosofía. Aunque sólo una de ellas se considerará puramente científica, las otras ramas del saber cobran, en el pulso de la autora, la certeza de un debate científico, estableciendo puentes directos, casi evidentes, entre la ciencia y el humanismo, entre la biología y la humanidad.

Será algo que, a falta de otra palabra y en busca de definiciones, llamaremos histeria lo que da pie a que Hustvedt investigue sobre sus nervios: hablando en público comienza a temblar de una forma descontrolada, su cuerpo no responde, su cuerpo se vuelve loco y comienza a sentir miedo. El exorcismo vendrá a través de lo que ella ama: la literatura. Pero Hustvedt no nos aturde con su situación o su agonía particular; Hustvedt indaga en la historia e indaga en los ensayos que se han escrito sobre el tema, y nos presenta los resultados en un texto que parece escrito con continuidad, sin fisuras, sin digresiones, sin capítulos. Hay mucha erudición y hay mucha introspección. El trastorno de conversión, la histeria, o la afección que ella cree tener, nos lleva a un viaje por la historia de la medicina y por la situación actual acerca de su diagnóstico y tratamiento. Aunque todo surja con fluidez, vamos comprobando cómo a Hustvedt no se le escapa casi ninguna de las ramas del árbol de la inteligencia, considerando que si una de ellas se troncha, perderemos el todo: las emociones, los valores afectivos, la memoria, la imaginación, las ilusiones, los sueños, el dolor, la sinestesia, la empatía… La sensibilidad, sin la cual el cerebro no sirve para nada, si es que inteligencia y sensibilidad se pueden desgajar, y que es la principal herramienta con la que Hustvedt construye este libro. En definitiva, un ensayo sobre lo que somos, un ensayo que nos ayuda a convencernos de que sí es posible vencer al miedo, permanecer cuerdos mientras tratamos cordialmente a la locura.

lunes, 5 de octubre de 2020

CASI DE NOCHE

 

Casi de noche

Javier Vásconez

Pre-textos

Valencia, 2020

292 páginas

 


Los cambios que se produjeron en la literatura a lo largo del siglo XX implicaron una modernización de los hábitos de los escritores. Aunque seguimos alimentándonos de las grandes novelas anteriores, de los mejores ensayos de Montaigne o la filosofía de los griegos, de los sonetos barrocos o el teatro de Shakespeare, la irrupción de Pessoa, Kafka o Borges, además del teatro del absurdo y el social, de los juegos verbales o la densidad de la prosa bajo fundamento, nos llevaron a territorios en los que se genera una literatura que cambia no sólo su futuro, sino hasta cómo interpretar el pasado. En el caso de este libro de cuentos de Javier Vásconez (Quito, 1946) el espíritu de Borges se hace presente por la sencilla razón de que buena parte de su creación se debe a la lectura. Borges creó literatura a partir de la literatura y Vásconez encuentra en esa veta un desarrollo que lleva, eso sí, con una naturalidad que no deja de sorprender y de agradar.

Centrándose en personajes siempre marginales, porque en la marginación es donde uno encuentra el centro de interés sobre el que relatar, Vásconez nos lleva a un mundo brumoso, en el que la incertidumbre es la dueña del tiempo. Los personajes flotan en su existencia, a merced de unas olas que van llegando lentamente, pero que no dejan de erosionar. De hecho, las estrategias narrativas se imponen tanto como para dejarnos con la impresión de que nos gustaría saber más de los personajes. Pero no se trata de una novela, aunque podríamos pensar que el estilo de Vásconez, fácil y sereno, que da unidad a los textos, nos invita a leer los relatos como si se tratara de hechos que suceden en un entorno común, narraciones que hacen frontera entre ellas aunque salte de país en país; porque el autor posee un mundo propio en el que la niebla y la fiebre crean una noche que no termina de ser oscura, pero se adentra en el aliento. Hay una suerte de invitación al sueño, a pensar que uno está soñando o que están soñando los personajes a los que conocemos en moteles, sótanos, puertos, burdeles o librerías. Son seres introvertidos que tienen dificultades para ir reconociendo el mal. Pero el mal existe y con unos formatos que ya habían explorado autores a los que va rindiendo homenaje. Uno de los protagonistas será Faulkner, que nos servirá para tratar sobre la ironía, y es fácil reconocer a Nabokov y la soledad de Nabokov. Pero la Praga intuida y polisémica nos acerca a Kafka, el mar que no sana el desamor a Modiano. También circula por el texto algún poeta maldito en un lugar maldito, como un café sin mar, o se nos representa la acción, que jamás se acelera, con un romanticismo algo gótico y algo costumbrista; se habla de la locura y se la diferencia de la nostalgia, aunque resulte inseparable del amor, y hasta se adentra en guiños al Apocalipsis. Todo esto en un libro que nos devuelve la serenidad que la lectura debería generarnos.

viernes, 2 de octubre de 2020

SENDEROS

 

Senderos
Torbjørn Ekelund

Traducción de Bente Teigen y Mónica Sanz

Volcano

Madrid, 2020

200 páginas

 


El mundo no es una construcción mental. Aunque, eso sí, necesitamos hacerlo nuestro, verlo, olerlo, oírlo, para que exista, porque nada existe si no es para nosotros. La afirmación no carece de solipsismo, si bien se fundamenta en algo tan incontrovertible como la realidad, es decir, lo que tiene una presencia física y es susceptible de ser reconocido por los sentidos. Pero es esa presencia física lo que hace del mundo una obra que pervive más allá de la muerte, incluso más allá de no haber nacido. Lo que nos conmoverá va a ser la manera en que nos vinculemos a él, pues deshacernos de cualquier relación con el entorno no está entre lo posible. Torbjørn Ekelund (Noruega, 1971) ha decidido que la mejor forma de estar en el mundo, la más natural, la más humana, es caminar. Y elige los senderos, las líneas sobre la Tierra en las que caminando uno no puede darse de bruces con motores ni con hormigón ni con humo de fábricas. Ekelund elige la naturaleza y el movimiento, un movimiento a escala humana, un acto tan común como pasear, vagar, deambular o marchar.

Su atracción surge durante la infancia, con paseos familiares a lo que él considerará el sendero guía, el paisaje que reconforta. Pero será un episodio epiléptico, que le impedirá volver a conducir, lo que le oriente hacia una actividad en la que el pensamiento se elabora mejor, en la que los problemas se dimensionan con astucia y se resuelven lenitivamente, en la que la mente y los sentimientos colaboren para lleva a cabo una suerte de meditación, una meditación que surge, nuevamente, de forma natural, sin artificios y hasta sin deseo. Ekelund vuelve a los orígenes del hombre, una y otra vez, mientras nos relata sus sensaciones en los senderos, en una selección que abarca, sobre todo, sus pasos por Noruega. De vez en cuando se detendrá para comentar algo acerca de los senderos claves del mundo, desde la Senda de los Apalaches hasta el Camino de Santiago, o para dar paso a otras voces, a caminantes a los que él ha admirado. El mundo de Ekelund parece estancado en un siglo anterior, de hecho, en la época del romanticismo. La atención que presta a la pisada, que es una mirada hacia el interior, se asocia con la atención que presta a la huella, que es una mirada haca el exterior. Y serán las huellas los símbolos de felicidad que irá escogiendo.

Durante la lectura de éste Senderos nos vemos sumergidos en un espíritu nómada bastante depurado: al fin y al cabo, los nómadas que siguen practicando esta cultura no cesan de regresar a lugares que ellos pueden calificar de hogar. Y Ekelund no pierde la noción de quién es y a qué mundo pertenece, no deja de ser, en ningún momento, uno más de nosotros. Alguien, eso sí, para quien sentir se iguala a pensar, hasta el punto de confundirse. Tal vez porque se trate de la misma tarea, de la misma emoción. Es posible que al traspasar a palabras sus sensaciones uno tenga la impresión de que cae en nuevas versiones de expresiones conocidas. Pero la intención de Ekelund no es tanto la de ser original como la de ser sincero. Y la de compartir sus muletas para sostenernos en una sociedad que no cesa de acosarnos. No se trata de descubrir el arte de caminar, sino de redescubrirlo:

“El sendero es la metáfora perfecta. Alberga todos los sentimientos y añoranzas del mundo. Duda y fe, nacimiento y muerte, reflexiones, esperanza, el camino a la salvación, el camino a la perdición, el camino hacia lo desconocido, el viaje de principio a fin”.


Fuente: La línea del horizonte 

 

jueves, 1 de octubre de 2020

NI FUH NI FAH

 

Ni Fuh ni Fah

Julio Camba

Pepitas

Logroño, 2020

170 páginas

 


El humor surge de un tema tradicional: las costumbres. En realidad, el humor lo practican grandes observadores, porque lo que nos hace reír consiste en la percepción y asociación de lo que está a la vista. Y nada está más expuesto que las costumbres. Por otra parte, el humor es una herramienta de combate. ¿Se combate contra las costumbres con el humor? Es posible, pues todo depende del grado de ironía, de la cantidad de sarcasmo que oculte el locutor, si es que oculta alguna. No es el caso de Julio Camba (Villa Nova de Arousa, 1884 – Madrid, 1962) que no denuncia ni practica el humor con malas intenciones, que parece combatir, pero se encuentra cómodo dentro del mundo que narra, entre otras razones porque le permite practicar la observación de la que disfruta. Esa suerte de felicidad la transmite en estos artículos, que recorren una parte del mundo en el que lo moderno y lo antimoderno se van dando de bruces y se van dando de la mano.

Al leer hoy a Camba nos damos cuenta de cómo participa en una época en la que van naciendo los tópicos que hoy respiramos. Si habla de los ingleses lo hace como colonizador de aquello que hoy nos hace reír, como colonizador del conocimiento de los hábitos ingleses. Pero sabe guardar el equilibrio y no acaparar malos sentimientos: los enuncia, mientras enuncia también los hábitos contrarios de los españoles, como si se tratara de un marciano, como alguien capaz de salir al exterior del ambiente en el que vivimos y mirarnos como se mira el teatro. Los chinos, los americanos y las distintas regiones de España no se escapan a su mirada, a algo que ahora echamos mucho de menos, que es el conocimiento por contacto directo. Ahora conocemos lo grande, el espíritu de las cosas, de los actos, y pretendemos saber que eso, las conclusiones que uno halla en artículos que pueblan internet, es el alma humana. Camba nos devuelve la sensación contraria, la de que cada uno de nosotros sólo puede conocer lo pequeño, los detalles del lugar que habita, y tratar de ampliar ese lugar, aunque con limitaciones. La dimensión de los escritos de Camba es la de una escala humana, real. Por esa razón merece la pena volver a leerlos.

“Se trata de un observador agudísimo y un pensador original”, dice Pablo Martínez Zarracina en el prólogo. “Nunca solemniza. Algunos de sus artículos pueden parecer demasiado anecdóticos o ligeros, pero encierran siempre una subversión tranquila. Consiste en demostrar que la aplicación sobre la realidad de un razonamiento lógico imperturbable también da como resultado el puro disparate”. Eso sí, un disparate en el que destaca la sinceridad y en el que jamás se falta al respeto. Por mucho que Camba piense que poco es lo que debemos tomar en serio.