martes, 6 de febrero de 2018

LAS ALTAS MONTAÑAS DE PORTUGAL

Las altas montañas de Portugal
Yann Martel
Traducción de Julia Osuna Aguilar
Malpaso
Barcelona, 2016
310 páginas



Al margen de presagios nefastos para la economía, como las caídas en picado de la bolsa de Nueva York, a pesar de las calamidades que suponen suicidios por bebida de glifosato cuando el agricultor comprueba la estafa a que le somete la multinacional con tantas patentes de semillas transgénicas, queda un rincón del mundo por explorar y ese, a pesar de Conrad, no es el corazón de las tinieblas. No es la selva, sino un paraje amable donde llaman altas montañas a cerros y dientes de roca que apenas asoman seis metros sobre el nivel del mar. La catástrofe económica no ha afectado, a lo largo de cien años, a los habitantes y a las aldeas de esa región, un recodo de Portugal, desde la llegada del primer automóvil, conducido por un tipo requemado, al exilio de un senador canadiense que posee un chimpancé por mascota. No hay crisis económica que desbarate a quien se alumbra con un quinqué de aceite y practica la economía del trueque. Esa es la región del mundo que, sin saberlo, estamos echando de menos. Da igual que la hayamos conocido o que ni siquiera una postal nos revele su aspecto. Allí, seguro, uno descansa.
Uno de los grandes beneficios del descanso es el impulso de la imaginación. Esa es la sensación que trasmite esta novela de Yann Martel (Salamanca, 1953). Aunque en otra medida, se sigue conservando la magia de La vida de Pi. Aquí, a lo largo del tiempo, puede suceder cualquier acto que se asemeje al realismo mágico, sí. Pero además, las páginas de esta Las altas montañas de Portugal, contienen no solo magia, también humor, un sentido del humor muy amable, que nos lleva a cuestionar si no deberíamos de volver a leer la novela, porque ese humor debe contener una alegoría que se nos escapa. No puede ser casualidad el juego de azar que detalla en actitudes como el contagio de caminar hacia atrás. El protagonista de la primera de las tres historias que configuran la novela adopta ese hábito como un avance hacia la huida. Y allí donde termina, con un coche hecho fosfatina tras mil avatares, los aldeanos adoptan esa costumbre tal vez como señal de duelo. La disección acrobática que supone la segunda historia, debería ser un disparate. Pero los elementos que contiene no son gratuitos. De un cadáver se extrae no su carne y sus huesos, sino lo que ha sido: una vida. Cien años más tarde de la primera de las historias, y cincuenta después de la segunda, un senador canadiense ve fallecer su vida y, al igual que el protagonista de la primera historia, decide volver a nacer. No importa la edad. Su emblema será un chimpancé, que también tiene un relato. Como contiene un relato el emblema del primer actor, que porta el diario de un sacerdote que atendía a los esclavos que viajaban de Sao Tomé a Brasil. África, pues, está en el nudo del círculo.

Un círculo con tres colinas por historias y con mucha música de azar. El lector no debe perder detalle si pretende completar la ficción. La lectura de Las altas montañas de Portugal exige tanta atención por su trama como las novelas de Agatha Christie, a las que el forense de la segunda historia es tan aficionado. No hay que perder detalle. Pero la lectura es tan grata como en su obra anterior. Yann Martel domina la escritura popular y la literatura tan sencilla, que no puede ser más elaborada. Finalmente, durante unas horas habitaremos, porque esta novela no se lee, se habita, en un territorio pobre, en un paisaje pobre y, por consecuente, en un lugar donde el encanto reside en la calma. Solo por eso bastaría para aventurarse en los tres itinerarios. Luego, cuando volvamos a leer la novela, hablaremos del sentido de culpa, del extrañamiento, de cómo se fragua un paradigma y cosas así de serias.

Fuente: La línea del horizonte 

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