miércoles, 31 de enero de 2024

CINTURÓN DE COBRE

 

Cinturón de cobre

Ricardo Martínez Llorca

Pre-textos

186 páginas



 

Por Nicolás Miñambres

Después de la publicación de Tan alto el silencio, Ricardo Martínez Llorca retorna a la literatura con un libro de viajes de concepción muy personal, del que no están ausentes las relaciones con Joseph Conrad y Paul Bowles. Las páginas finales de la obra ofrecen un curioso epílogo, guiño amistoso para el lector, que no sabe muy bien qué pensar de la autoría de la obra. En el fondo todo parece un simbólico homenaje a Carlos, ese amigo que, entregado a la pasión africana, es el alter ego del autor, su mentor y el símbolo de lo que tiene que ser el verdadero compromiso con otras tierras. Si olvidar su importancia como creador literario.

Cinturón de cobre (título de una curiosa polisemia que no escapará al lector atento) está planteado como un diario que refleja las experiencias africanas en Zambia vividas por el autor desde julio de 1995 a setiembre de 1996, momento en que el autor comienza a perfilar un nuevo viaje. Lejos de la concepción tópica de este género literario, las páginas de Cinturón de cobre avanzan con un ritmo muy especial. El escritor no se limita a reflejar de forma aséptica la realidad africana. Una sensibilidad muy personal le lleva a acercarse a la realidad de Zambia en actitud apasionada. Contempla, pero sin distanciamiento, tratando de imbuirse del espíritu de estas tierras, intentando ahondar en el misterio que las rodea. En esta actitud está la clave del afán por reflejar en estas notas la visión legendaria, próxima a los mitos que han ido forjando el carácter y las actitudes de las criaturas que conoce. El ser humano será visto como paradigma de actitudes universales, que van desde la ambición desmedida a la pobreza más heroica. Los distintos tipos reflejados en este sosegado cuaderno de bitácora son, por encima de su personalidad, el reflejo de la realidad que vive este país de Zambia. De ahí que la mayoría se transformen en símbolos que para el lector suponen actitudes de simpatía o rechazo.

La peculiar visión de la realidad africana descrita en muchos casos con rasgos de gran plasticidad, hacen de Cinturón de cobre una obra que mantiene el interés que el lector siempre espera de este género de obras.

martes, 30 de enero de 2024

VALENTINO

 

Valentino

Natalia Ginzburg

Traducción de Andrés Barba

Acantilado

Barcelona, 2024

74 páginas

 



Ni el hedonismo es bien querido ni se considera de recibo sostener, por encima de todo, que hemos venido a sufrir a este valle de lágrimas. Es cierto que el placer nos salva, pero el placer no es tumbarse todo lo largo que uno es para no hacer nada, creyendo que los segundos son sorbos de licor. Si uno no actúa, la vida te depara momentos, sí, pero muy pocos y de esos que apenas sirven de nada. Por otra parte, uno debe marcar perfil y no limitarse a ser lo que los demás han esperado de él. Dicho de otro modo, el personaje central de esta novela corta, Valentino, es un adolescente que se enroca en la adolescencia creyendo que así es como mejor le va a tratar la vida.

Narrada desde la perspectiva de su hermana pequeña, Valentino nos cuenta algo más que la historia de un muchacho que no cumple las expectativas que tenían puestas en él sus padres y se traba en un matrimonio a contracorriente: una mujer poco agraciada, mayor que él, pero con dinero, será lo que le sirva para justificar su abulia. En realidad, Valentino es un retrato de familia en el que se refleja que esta es a la vez esencia vital y farsa. La vida que surge en el seno de esta familia es incómoda, pero nuestra narradora va recogiendo los cambios contantes de percepciones, los vaivenes, los movimientos de péndulo. El personaje central, su hermano, es narcisista y egocéntrico, y parece más un lastre en la existencia de los demás que un motor, pero no deja de ser el hermano, el mediano entre dos muchachas, y dado que los padres ya no están, y él no va a cuidarlas, como hubiera deseado el padre que aspiraba a que su hijo fuera médico, deberán hacer girar sus vidas alrededor de él.

Con un buen hacer sobrio, demostrando que estamos acostumbrados a llamar estilo al exceso de estilo, Natalia Ginzburg (Palermo, 1916 – Roma, 1991) nos demuestra que lo universal se destila en las pequeñas historias. Valentino es una minúscula obra maestra, si se nos permite la expresión.


viernes, 26 de enero de 2024

HASTA DÓNDE LLEGA LA LUZ

 

Hasta dónde llega la luz

Sabrina Imbler

Traducción de Sandra Caula

Big Sur

Barcelona, 2023

266 páginas



 

Bajo la superficie del mar hay un mundo muy intenso lleno de monstruos. Las criaturas que allí habitan tienen costumbres y modos de supervivencia que dejan en pañales la imaginación del más creativo autor de ciencia ficción. Cuando parece que ya nada puede sorprendernos, aparecen los pulpos, las medusas, las anémonas, los peces de los arrecifes, las grandes bestias o los cangrejos abisales, y nos dejan con el cerebro hecho papilla: ¿cómo es posible que la vida haya llegado a dotar a un ser casi sin cerebro de unos recursos tan brutales, tan enigmáticos, tan fantásticos? En realidad, bucear dentro del alma humana se podría asemejar a la exploración submarina: uno nunca termina de sorprenderse, ni siquiera cuando el alma en el que se sumerge es la propia. Un psicoanálisis en condiciones es eterno, es como el mapa que ideó Borges, en el que su autor, empeñado en reproducir cada accidente geográfico, elabora un mapa del mismo tamaño del territorio que refleja. Es decir, para elaborar un psicoanálisis en condiciones, cada segundo de terapia debería equivaler a un segundo de lo vivido.

Pero eso no significa que uno deba resignarse. Hay posibilidades de estudiar qué nos ha construido, cómo es que nacimos siendo lo que somos y cómo descubrimos lo que somos. Hay opciones para facilitar nuestro autoconocimiento y la integración consecuente, no engañándonos a nosotros mismos. El tema es la identidad, pero esto va más allá de un proyecto literario, aunque apunte a psicoterapia: se trata de reconciliarse con todo, empezando por el yo, para así poder vivir sin escollos o reduciendo los escollos a lo exterior. Nada de generar más resistencias a partir de ahora. Lo que hace Sabrina Imbler es asombroso, tanto como las criaturas con las que trata, a las que estudia, las que elige. Cada una de ellas, desde el gusano al esturión, desde la sepia al cachalote, es vista a través de una peculiaridad con la que se identifica: el físico extravagante, la relación social, la adaptación a la ausencia de luz, las formas de sexo, etc., y al mismo tiempo va exponiendo cómo ella se descubre, descubre su género queer, su no inclusión en la norma, su mestizaje, su filiación, y así va reconciliándose consigo. La estrategia es alternar párrafos, y nos deja a nosotros que establezcamos los hilos que enganchan a unos y a otros. Y las conclusiones pasan por aceptar que cada individuo es un océano. Y que la propia Imbler representa uno de los océanos que más nos podrán llamar la atención. El libro es, digámoslo sin miramientos, delicioso. Es una delicia para los oceanógrafos, para los psicólogos, para los que buscan integración, para los que no se atreven a definirse, para los cobardes y para los valientes. Es una de las mejores lecturas con las que comenzar el año y no nos va a abandonar fácilmente.

lunes, 22 de enero de 2024

LA LLAMADA

 

La llamada

Leila Guerriero

Anagrama

Enero, 2024

430 páginas

 

 


La quijada de asno que utilizó Caín para acabar con la vida de su hermano no se halla enterrada en ningún lugar arqueológico, sino que se encuentra sobre la tierra, apenas recubierta de una pátina de polvo. En realidad, ese asesinato ha ocurrido hace muy poco. No hay que excavar muy hondo para llegar hasta las pistas que nos hablan del crimen. De hecho, puede bastar la propia memoria, sin recurrir a la que nos prestan los viejos testimonios encerrados en los libros, para certificar el homicidio. No es necesario revisar la época en la que nos parecíamos a los chimpancés para hablar del odio entre hermanos, ni referirnos a los restos de alguien tan querido por todos como fue Antonio Machado, enterrados en Colliure, para dar fe de lo que supuso esta violencia. Nuestros muertos nos acompañan, como nos acompañan nuestras derrotas. «Yo sé (todos lo saben) que la derrota tiene una dignidad que la ruidosa victoria no merece», sostenía Borges, en una frase que se cita en algún momento de esta obra, La llamada. Es parte de una selección de citas que Leila Guerriero (Argentina, 1967) extrae de los cuadernos juveniles de Silvia Labayru, la mujer retratada a lo largo de más de cuatrocientas páginas.

A la cita de Borges le acompañan versos de Neruda, de Juan Gelman, o aforismos como este de Machado: «En caso de vida o muerte se debe estar siempre con el más prójimo». Estas citas deberían haber servido para que una muchacha de poco más de veinte años aprendiera a reconciliarse con la vida tras su paso por un centro de tortura, en la etapa en que Argentina sufrió una dictadura militar. Uno acude a la lectura de este largo perfil pensando que se va a encontrar con una nueva explicación de la segunda parte de la década de los setenta, y principios de los ochenta, y se encuentra con un texto llenísimo de preguntas. Guerriero se propone hablar acerca de una persona, hija de militar, montonera por elección, violada en prisión reiteradamente, apartada de su hija, exiliada en España y marginada por sospechas de la comunidad en el exilio de colaboracionista, pero sobre lo que versa la obra es acerca de la sensación de que una persona no se termina nunca. Cualquiera de nosotros puede ser un océano, que es imposible terminar de conocer, y durante la estancia junto a él no cesan de surgir preguntas. Decimos preguntas, porque hay muchas ganas de profundizar en la esencia de lo que sea que nos hace humanos, y no dudas, porque no se trata de dilucidar nada. A la hora de la verdad, lo que nos vincula a los demás es esencialmente reconocer en ellos un sustrato de humanidad. Pero ¿cómo definir en qué consisten los rasgos de humanidad? Guerriero no se plantea responder, pero sí nos deja deducir que debería encontrarse en el polo opuesto de crímenes como la violación o el linchamiento. ¿Cómo medir el efecto de la humanidad? Damos por supuesto que eso también sería imposible, pues podremos conocer el número de personas que han sido violadas o ajusticiadas, pero no a cuántas han salvado las caricias.

Serán las caricias, que Silvia Labayru encuentra en los brazos de un antiguo amor, el amor que ha sobrevivido al tiempo, redescubierto con más de sesenta años, las que tengan efecto salvífico. A lo que cabe añadir la amistad, que se expresa tanto por boca de la protagonista como a través de los testimonios de quienes la han conocido. Mientras tanto, vamos conociendo la imposibilidad de la victoria, de tener una existencia maravillosa, porque vivir puede ser una barbaridad. De ahí esa constante, que va saltando de vez en vez a las páginas del libro, de asistir a gente que se agarra a clavos ardiendo para evitar caer en los precipicios. Uno puede figurarse un futuro y sembrar considerando que así la cosecha será positiva, pero, a la hora de la verdad, sólo cabe resolver el día actual. Ahí delante no hay nada.

Este perfil, largo, como ya hiciera en Opus Gelber, nos lleva a múltiples consideraciones acerca de la necesidad de relatar la vida de los demás. La primera sería desde dónde exponerla. No cabe ocultar la voz del cronista. Guerriero lo sabe y cuando no le queda más remedio que hacerse presente, la oímos hablar como si se estuviera disculpando, de ese carácter es su discreción: «No hay manera —yo no la encuentro— de pedirle detalles sobre eso», dice, tras comentar que un militar y su mujer la violaron. «Hay en la imagen algo estremecedor y delicado», define así una fotografía de ella con su hija. O esta cita más extensa: «Entonces, a lo largo de cierto tiempo, nos dedicamos a reconstruir las cosas que pasaron, y las cosas que tuvieron que pasar para que esas cosas pasaran, y las cosas que dejaron de pasar porque pasaron esas cosas. Al terminar, al irme, me pregunto cómo queda ella cuando el ruido de la conversación se acaba. Siempre me respondo lo mismo: “Está con el gato, pronto llegará Hugo”. Cada vez que vuelvo a encontrarla no parece desolada sino repleta de determinación: “Voy a hacer esto, y lo voy a hacer contigo”. Jamás le pregunto por qué».

La segunda consideración de la que queremos dar cuenta tiene que ver con el nerviosismo. Guerriero elige una fragmentación intencionada, como si nos indicara que un retrato no puede tener la continuidad de un guion cinematográfico, la redondez de una novela breve. Ese nerviosismo consigue implicar al lector. Vamos sacrificando lo que podría haber sido una biografía escrita con el pulso de una novela, para irnos presentando un puzle que debemos completar, de salto en salto, en una estrategia que no nos permite relajación. No habrá nada semejante a implicaciones emocionales transgresoras, a pesar de que la biografía de Silvia pudiera dar lugar a ello, por lo que confiamos en ese estilo, depurado y vibrante, para mantenernos atentos.

La siguiente consideración que se nos ocurre para por la necesidad de terapia, de confesión, de crónica, de relato. Silvia se formará como psicoterapeuta, aunque jamás llegue a ejercer, y su pareja de madurez lo hará con un corte lacaniano. La pretensión y el éxito de las técnicas de psicoterapia podrían consistir en que al resultar imposible reconciliarse con el pasado, al menos sí podremos hacerlo con el relato del pasado. Ese relato que Silvia parece no querer ocultar y ha repetido en varias ocasiones: «Al leer sus testimonios ante la justicia —articulado, altivos, irónicos, inteligentes, seguros, enfocados, construidos con un léxico que proviene de una vida entera de lecturas que incluyen la ficción, la poesía, el psicoanálisis, el ensayo—, compruebo —con resquemor— que me dice lo mismo, y de la misma forma, que ha dicho antes a fiscales, abogados y jueces». Pero todos sabemos que los hombres de leyes no son los mejores psicoanalistas. Lo que parece necesitas Silvia, y por extensión Leila, es un lector. Y todo parece programado para que la obra la lean ciertos lectores. No es frecuente escribir para el lector en abstracto, pero sí escribir pensando que esta parte, o esta otra, te gustaría que la leyera tal o cual persona.

Esto nos lleva a pensar en que el perfil resultante, por su extensión, es una obra que podría ser una biografía, se caracteriza por la consciencia de estar participando de ella de los personajes. Quienes dan la información para construirla son autores, tal vez a su pesar, tal vez por su gracia, a través de quien lleva la batuta de la reconstrucción, que es Leila Guerriero. Así se consigue imprimir mucha vitalidad al texto, que da la sensación de estar vivo en un grado que muy pocas veces habíamos leído, independientemente del género de la obra. Un año y siete meses de entrevistas tienen como objetivo una implicación emocional de la que podemos deducir una enseñanza muy básica: lo que importa es ser piadoso, benigno, bueno. «Todo está lleno de luz y de tiempo», dice Leila.

«Uno de los grandes méritos de Silvina es haberse construido a lo largo de estos años el personaje que hoy tiene y la persona que es», sostiene la autora. El personaje se tiene, la persona se es: nosotros leemos pensando que nos hablan sobre personajes, como si nos enfrentáramos a una novela, pero conviene recordar, de vez en cuando, que no es ficción. De hecho, lo que importa de la ficción es la verdad, que es lo que se pelea y se construye, algo también muy presente en este ejercicio de realidad que, por otra parte, huye de los púlpitos donde consideramos que se ve reflejada la realidad en el mundo contemporáneo: los parlamentos, los bares, los medios de comunicación. Lo que podemos conocer será parcial, y esta parcialidad es la que generará inquietud, que es lo que necesitamos para intentar seguir conociendo. Todo esto subyace en este texto en el que no termina de haber héroes o traidores, como podríamos esperar en una delación o una película de aventuras, relatos que brotan del crimen. Este perfil nos lleva a cuestionarnos la interpretación, o las interpretaciones, intentado evitar cualquier posible toma de partido, excepto por la que posiblemente sea la única causa por la que merece la pena seguir respirando mientras caminamos, que es la amistad, que va generándose entre la cronista y la retratada. Esta obra, como la mayor parte de la producción de Leila Guerriero, versa sobre la condición humana, colocándonos a todos sobre la superficie de la tierra, condicionados por la única ley universal, que es la ley de la gravedad.


Fuente: FronteraD

sábado, 20 de enero de 2024

EL PRINCIPITO HA VUELTO

 

El principito ha vuelto

María Jesús Alvarado

Fotografías de Teresa Correa

Itineraria

Las Palmas de Gran Canaria ,2024

81 páginas



 

El desierto puede ser el escenario simbólico de la soledad, del olvido, de la pureza y hasta de la muerte por abandono. Se trata de un lugar en el que nadie desearía vivir, o al menos nadie que esté en eso que la condición media de la sociedad llama su sano juicio (escrito así, en cursiva). Todos queremos largarnos a una isla del Pacífico, donde la primavera sea eterna, la alegría una constante, la mala leche no haya llegado todavía, como no han llegado los misiles ni la corrupción económica. Pero todos esos males sí aterrizaron en los atolones del océano que figura ser el paraíso. A donde no llegan es al desierto, por eso lo eligieron los anacoretas, Paul Bowles. Por esa razón Antoine de Saint-Exupéry lo escogió como escenario para el encuentro con su Principito, a pesar de haber atravesado uno de los episodios más complicados de su vida como aviador sobreviviendo en uno de ellos. En realidad, el desierto es calma y es observación.

El desierto es, como bien indican las autoras de estos apuntes que están trazados con frescura, el lugar en el que sentimos que estamos forjando el mundo con nuestra respiración, con la mirada, con el oído o con el silencio, que ahí vienen a ser lo mismo. El principito ha vuelto es un libro lírico en el que se explora qué tiene en común el desierto con la persona que lo está conociendo. La sensación continua de espera, el misterio que uno no quisiera resolver o el reconocimiento de la sencillez que debe tener un hogar se deducen del texto, de los textos, que culminarán con lo que más merece la pena en las jornadas que pasamos en este mundo chingón, que es la amistad. Lo demás, como lo saben bien los habitantes del desierto, es escribir en la arena garabatos que más tarde se llevará el viento.

viernes, 19 de enero de 2024

TU NOMBRE

 

Tu nombre

Esther Yi

Traducción de Javier Calvo

Aristas Martínez

Badajoz, 2023

234 páginas


 


Buscar a alguien que no quiere que se le encuentre, o buscarse a sí mismo como resultado de esa búsqueda, sin saber que tal vez sea eso lo que realmente uno está buscando, es un asunto que ya habíamos leído en anteriores ocasiones, como en Nocturno hindú, de Antonio Tabucchi. Esther Yi (Los Ángeles, 1989) vuelve a tomar en consideración que este viaje atravesando los problemas de la identidad es el gran asunto que deberíamos tratar, y gesta una primera novela con una potencia que roza por momentos lo onírico, y que siempre nos mantiene en guardia. El planteamiento de inicio nos lleva a sospechar que estamos frente a una obra que se arrima a lo juvenil, al fanfiction: una chica se enamora platónicamente de un miembro de un grupo musical de K-pop, y hasta emprende un viaje a la Corea natal del cantante para intentar dar con él. Hay que advertir que la familia de nuestra protagonista es también coreana. Pero enseguida descubrimos que hay algo interesante en este cantante, que crea unas letras en las que el enigma se combina con los giros literarios que nos hacen pensar. Esos mismos giros, guiados por singularidades, dan pie a una voz que nos desorienta constantemente, empujándonos a no perder detalle del texto: «Quería darle a su mente un cuchillo de carnicero con el que desprender todo pensamiento débil y conveniente. También quería arriesgarse a la mayor confusión posible», «Mi cabeza se comportaba como si fuera una persona en sí misma, una persona que sospecha que acababa de salir de la penitenciaría, de tan independiente y hostil que era».

El caso es que enamorada de la ilusión, la muchacha emprende un viaje que dará pie a una estructura en la que irá yendo de puerto a puerto, de encuentro a encuentro, siguiendo las pistas que le dictan quienes le salen al paso. Se sabe divergente, hasta el punto de confesar que ama con resentimiento, otra singularidad, y nos hace someternos a una mirada de sensual contemplación. En realidad, nos está llamando a considerar que esto que hemos construido con la percepción, y que llamamos realidad, puede ser una secuencia de farsas, pero las necesitamos para sostenernos. De ahí estas convicciones que sentimos, que provienen de la necesidad de creernos la farsa para gestionar el desatino de vivir.

Esther Yi separa amor de enamoramiento y se pregunta de qué nos estamos enamorando, si es de la farsa o es de la persona. A la hora de la verdad, se nos sugiere a través de la novela, lo que hacemos es ir descubriendo sensaciones mientras recorremos el mundo, experimentar, porque nuestra autora sabe, y nos lo demuestra a través del parcial conocimiento de la protagonista, que sólo podemos concebir una parte, que el todo es inmenso, de escala inhumana. «Mis sueños ya opulentos de Moon», define así su obsesión por una persona cuyo nombre no es gratuito: luna, lunático, lunar… «La vacuidad espiritual de nuestro consumo y de nuestra conversación, la tortura diaria de justificar nuestra fraudulencia ética, el anhelo cada vez más intenso de amor en un mundo que obstaculizaba sistemáticamente nuestra capacidad misma para experimentarlo… entre toda esa desolación, ¿cómo podría alguien no pensar que la solución era retirarse al otro lado de los muros del yo y volverse completamente singular?».

La novela nos plantea un viaje y un sueño, y la imperiosa necesidad de vivir con ilusiones, pero terminará por revelarnos algo diferente. No desvelamos nada sobre el final si comentamos el shock emocional que produce darse cuenta de que en el futuro lo que nos espera no es lo que preveíamos, afectado de nuevo por la ilusión, sino degeneraciones, ocasos, tal vez ruinas. Tu nombre es una sorpresa dentro del panorama narrativo, y un acierto a la hora de elegir la novela como nuestra próxima lectura.


Fuente: Zenda

lunes, 15 de enero de 2024

DE UNA BATALLA PERDIDA

 

De una batalla perdida

Svletana Aleksiévich

Traducción de Marta Sánchez-Nieves

Nórdica

Madrid, 2024

47 páginas

 



Pero, en nuestros días, cuesta hablar de amor

 

Un cuchillo sólo debería servir para cortar el pan. Repartir el pan debería ser una de las expresiones más hermosas de amor: uno se emociona cuando comparte desde el afecto. Pero al descubrir las herramientas, incluidas las que sirven al amor, el hombre creó también las armas. Así se han unido simbióticamente Eros y Thanatos, querer y matar, a través los mismos objetos. Luego, eso sí, vinieron las sofisticaciones, que terminaron en armas capaces de liquidar cien mil vidas en un único disparo. Querer hablar de amor y encontrarse con las consecuencias de la guerra. En eso ha consistido el proyecto literario de Svletana Aleksiévich, que tal vez sea la escritora galardonada con el Permio Nobel más merecido desde William Faulkner. El paisaje después de la batalla, las cenizas tras el desastre, son el sustrato desde el que extrae literatura. Demostrar que sobre el esqueleto y entre el aire quemado sobrevive la humanidad, su mayor logro.

«Vivía en un país donde nos enseñaban a morir desde pequeños», dice la escritora bielorrusa en este De una batalla perdida, que reproduce el discurso de la autora durante la entrega del Premio Nobel. Nos recuerda que lo que importa es relacionarse, ser en relación con los demás, con cada individuo y con el colectivo. Lo que se debe sentir, entonces, es la pequeñez, darnos cuenta de lo minúsculos que somos si tenemos en cuenta a todos los demás. De ahí que lo que importa sea la bondad, sea la solidaridad. De ahí este proyecto literario que nos remite al tema sobre el que pretende escribir: «Nuestro principal capital es el sufrimiento. No el petróleo o el gas, sino el sufrimiento». Ser testigo y dar testimonio es su particular manera de demostrarnos que no cabe rendirse, de demostrarnos que por muy tarde que se esté haciendo, todavía estamos a tiempo de rescatar algo de entre los escombros:

«Varlan Shalámov escribió: “He participado en una enorme batalla perdida por la renovación efectiva de la humanidad”. Yo recupero la historia de esa batalla, de sus victorias y su derrota». Y sus herramientas son las de la literatura, narrar combatiendo con el tiempo, «al igual que el escultor con el mármol», sostiene. Svletana Aleksiévich sigue empeñada en demostrarnos que la dignidad está a nuestro alcance, que para llegar a ella nos bastan las manos y la voluntad.






HISTORIA DE UNA ISLA

 

Historia de una isla

Evgueni Vodolazkin

Traducción de Rafael Guzmán Tirado

Armaenia

Madrid, 2023

300 páginas

 



En un momento de esta novela, tan genuina como digna, varios personajes debaten acerca del significado de la historia como disciplina de estudio: Uno de ellos sostiene que es la descripción de la lucha entre el Bien y el Mal, añadiendo que puede considerarse como acontecimiento histórico toda victoria de una fuerza sobre la otra, ya que esas victorias determinan el estado espiritual de un pueblo. Sus rivales dialécticos consideran que esta hipótesis es un error, pues la historia refleja una cadena continua de causas y efectos, y que un acontecimiento histórico es aquel que cambia el curso de la historia. El primer personaje sostendrá, para sí, que estas cadenas se construyen solo a partir de eslabones que nos son conocidos, mientras que la mayor parte de los eslabones están ocultos. Es una gran manera de resumir la farsa de los estudios de historia, que no hablan sobre la gente, sobre los efectos de acontecimientos o de luchas en las personas, que son la mayoría de los pobladores del planeta y, por tanto, quienes deberían determinar en qué consiste la historia. Basta de teatro geopolítico, parece protestar Evgueni Vodolazkin (Kiev, 1964) en esta obra, La historia de una isla. Y para ello elabora una parodia de historia de un país que se inventa, próximo a Europa, pero lo bastante aislado por el mar como para que pueda regirse por leyes que no son las mismas que condicionaron el curso de los otros países del continente.

Este planteamiento permite al autor una libertad creativa que comenzamos a reconocer desde el primer apunte mágico, pues los sucesos no siempre van a tener la firmeza de la realidad tangible. Aunque no será ahí donde más lo percibamos, pues el plan narrativo que sigue supone la supervivencia de dos personajes a lo largo de 347 años. Esta pareja comenzará siendo la familia regente de la isla, pasará a vivir en el exilio y regresará a su lugar, pero ya para vivir una coda a su existencia. Sus voces se irán alternando con las de los cronistas que, estos sí, se van sucediendo en la redacción del libro de la isla, a medida que van falleciendo. Este libro, que se supone que es el que nosotros leemos, interrumpido por las aclaraciones o interpretaciones, o por comentarios complementarios, de los dos protagonistas, no está completo: comenzaremos sumergidos en una época medieval, de miedo a Dios, en la que la fantasía podría ser un acontecimiento que condiciona entonces, pero hoy sólo cabría interpretar como metáfora. Hay misterios, pero estos lo que hacen es incrementar el ambiente de aventura con el que se desarrolla el hilo narrativo, reflejando actos, sucesos, en los que el único motor de conflicto es la ambición. No se pretende profundizar en el alma humana individual, sino en lo que puede estar construyendo el alma de un pueblo. Asistiremos a guerras, epidemias, revoluciones, sobre todo tras el paréntesis de ciento cincuenta años que supone la desaparición de buena parte de la crónica. Pasaremos del medievo a un mundo en el que hay bombas y cine. Pasaremos de estar condicionados por la teología y el hombre pecador a una suerte de presidencias encadenadas, condicionadas por lo más significativo de cada regente o de cada momento: la apicultura, el petróleo, las revueltas, los minerales y el comercio, o las decisiones electorales.

La atmósfera del libro nos ubica en los límites de la cordura, tal vez porque el miedo es un factor desequilibrante y no hay personaje que no tenga los pies pisando ese charco. Vodolazkin ha querido meter todo el mundo y toda la historia de la región de Europa de la que él procede, Ucrania, en una novela, y para ello ha recurrido a reducir el espacio a una isla, porque cualquier otra escala más grande no sería una escala concebible para quien se mueve en la propia del ser humano. Y así nos ha regalado una de las novelas que debemos leer, porque su concepción queda fuera de lo que estamos habituados, y Vodolazkin sabe manejarse en esos espacios como si fuera él mismo el cronista real que asiste a la ficción.

 

Fuente: Zenda

jueves, 11 de enero de 2024

UN MANICOMIO EN EL FIN DEL MUNDO

 

Un manicomio en el fin del mundo

Julian Sancton

Traducción de David Muñoz Mateos

Capitán Swing

Madrid, 2023

375 páginas

 

 


El problema es que mientras toda la tripulación está preocupadísima por la supervivencia, el tipo que comanda la expedición tiene la cabeza colgada el gancho para pensar qué va a ser de él si regresa a su país sin haber llegado a la meta. Da igual si la meta es casi un imposible, si llevan todo un invierno polar atrapados con la carne cruda de pingüino como mejor alimento. El asunto es que el comandante de este barco, el Bélgica, considera que en 1989 no se puede pisar el territorio de sus vecinos, también belgas, sin haber puesto la bandera del país en las balizas que marcan la ruta más al sur de la Antártida: «—Soy belga, y debía llevar un barco de vapor como el Bélgica más al sur de lo que (el capitán James) Cook había llegado en su velero le confesó De Gerlache al primer oficial, incapaz de reprimirse. Lamento que el resultado sea vernos atrapados, que Danco haya muerto y que todos hayan enfermado, pero no tenía otra opción». Esta obsesión será el impulso sobre el que se centra la aventura reflejada en Un manicomio en el fin del mundo, donde Julian Sancton (Nueva york, 1981) reproduce la empresa, tal vez hazaña, de una expedición que se ve atrapada entre los hielos.

La referencia al Endurance y a Ernest Shackleton es inevitable y convierte a los protagonistas de esta historia en sus predecesores. Aquí, en este relato, que es estupendo, no hay una figura tan relevante como el aventurero inglés, pero al igual que este estaba acompañado por personas de la capacidad de Tom Crean, nuestro comandante, De Gerlache, que puede ser un poco peripatético, a juicio del narrador, está perfectamente acompañado por quien entonces era la gran promesa de las expediciones polares, Roald Amundsen, y un veterano que llegó a disputar ser el pionero en alcanzar el polo norte, el doctor Frederick Cook. Ambos serán el complemento y el contraste del hombre obsesionado, aislado, que vive en sus ensoñaciones; ambos ofrecen el músculo y el ingenio, la eficacia y la bravura. Sobre estos tres pilares Sancton crea un relato que sucede en un mundo muy extraño, por su monotonía, y que supone una entrada en las debilidades humanas, a través de la descripción del deterioro. Este manicomio, que sucederá mayormente de noche, dará lugar a miserias, conflictos, agotamientos. Se nos irán exponiendo los límites de lo humano, pero sin perder la ruta que marca la necesidad animal de seguir respirando. La empresa en la que se embarcan será romántica, pero sin evitar el mayor peligro que puede tener el romanticismo, que es la ambición.

Sancton elige un orden lineal y cronológico para desarrollar su relato, que es una recreación muy minuciosa, un documental en el que la imaginación sirve para rellenar la realidad. Es imposible pensar que lo que sucedió, sucedió de otra manera. Todo encaja, todo se explica, tanto lo épico como lo afectivo. Sobre el tapete blanco, una tripulación cosmopolita nos lleva hasta el final del aliento. Sobrevivir depende de la suerte, porque los esfuerzos de los hombres son pequeños arañazos en la piel del destino. Este tema, esta disposición será la que esté presente en el desarrollo, por otro lado aparentemente objetivo y a un ritmo tan elegante como de persecución, de la obra, que es una novelización de los diarios que se pudieron rescatar, escritos por varios miembros de la expedición. Estamos ante uno de los libros más magnéticos que hemos leído este año, un libro que deleitará a los apasionados de la epopeya y conseguirá que se adhieran a ella los lectores que hasta hoy preferían las baladas.

domingo, 7 de enero de 2024

FICCIONARIO

 

Ficcionario

Ricardo Silva Romero

La Navaja Suiza

Madrid, 2023

374 páginas


 


En la segunda acepción de magia, el diccionario de la Real Academia se contempla esta definición: Encanto, hechizo o atractivo de alguien o algo. Podemos desconocer a qué se debe ese encanto, ese hechizo o por qué nos atrae, pero sí reconocemos la emoción. En realidad, no sería magia si consiguiéramos explicar las razones por las que sentimos el magnetismo. Y cuando este llega a suponer una pasión, no querremos desvelarlas, aun pudiendo. Pero del estudio del amor, de los recursos que nos han llevado a emocionarnos, pueden surgir ensayos que contendrán, a su vez, magia, como en este Ficcionario, de Ricardo Silva Romero (Bogotá, 1975), donde se nos intenta revelar el sentido de la narración, por qué la queremos tanto, venga en formato audiovisual o escrito.

«Y las novelas buenas —dijo Chesterton— nos dijeron las verdades sobre sus héroes y nos sugirieron los misterios de sus autores. Y se dedicaron a hacerse preguntas sin respuesta». Las respuestas que nos ofrece Silva Romero entran de lleno en lo personal, aunque se refiera constantemente a lo técnico y a lo táctico en los análisis. Nos habla de un conocimiento que facilita herramientas de estudio, pero siempre deja la puerta abierta al encanto y al hechizo: «Y es en ese pulso entre su persona y su personaje, en ese pulso entre su rol de la vida y su rol del drama en cuestión, un pie en la realidad y un pie en la ficción, en donde está el juego y está el arte. De lo contrario es locura».

Hay una tierra de nadie, desde la que surge la magia, y que Silva Romero defiende más como una ideología que como una ciencia. Pero el estudio tiene que ser necesariamente científico y se nos entrega en pequeños capítulos destinados a distintas partes: el clímax, el tema, la actuación, el subtexto, etc. Silva Romero es partidario del drama, porque entiende que eso significa intensidad y que vivir no tiene sentido si no se hace con intensidad. Para incrementar ésta sin hacernos daño, tenemos siempre a mano el recurso a la narración. Para Silva Romero el espectador de cine, o el lector, debe tener una implicación activa. En su caso, dada su formación, esta atañe mucho, hablando del cine, a los guiones, que es, junto a la aportación que hacen los actores, donde encuentra una faceta más creativa. La creación y sus aportaciones se verificará a través de la humanidad, de la variedad y de la riqueza con que nos llegue, con que la sintamos: «Todas las artes son artes temporales y se dedican al suspenso en cuerpo y alma». Vuelve, una y otra vez, con un ímpetu que nos recuerda a Borges, a estudiar los recursos con que se representa la realidad y se nos aleja de la realidad al mismo tiempo. Esa realidad que para él es el sitio donde uno tiene hambre y cuentas por pagar y ganas de morirse. Nadie siente la tentación de la muerte en una sala de cine, ni tampoco leyendo a Dostoievski. Nos interesará la trama y nos interesarán los seres que se mueven dentro de un mundo creado a través de la trama, y nos interesará la idea basal sobre la que se asienta el relato. Todo ello divulgado con un estilo delicioso, propio de alguien que no cree en géneros, que se aplicaría a la escritura de cualquier obra con esta misma entrega, porque la otra magia en la que sí tiene fe es en la de la escritura.

«Discutir la realidad es un arte y un juego de palabras y un ocio —y es, sin lugar a dudas, una tentación que persigue al libro que usted tiene en sus manos—», nos confesará al inicio. Y no nos va a decepcionar.

 

 Fuente: Zenda

lunes, 1 de enero de 2024

EL RELÁMPAGO

 

El relámpago

Hayashi Fumiko

Traducción de Ana Megumi Pías Suzuki

Satori

Gijón, 2023

250 páginas

 



Es inevitable recordar, durante la lectura de este libro, películas como Cuentos de Tokio, de Yasujirō Ozu, porque consigue hacernos llegar una buena impresión de la vida en una tierra extraña, en un tiempo extraño. Una vida que nos resulta un tanto irreal, pero que sabemos cierta, que sabemos que existe. Así pues, El relámpago, como toda la obra de Hayashi Fumiko (Tokio, 1903- 1951) nos amplia horizontes, nos ayuda a darnos cuenta de que el mundo es mucho más amplio que este pequeño microcosmos en el que lo que lo que más nos importa es que no nos pisen. Fumiko nos muestra la sencillez de las costumbres, la sinceridad de una existencia en la que los vínculos de afecto son la mayor construcción creativa. Las relaciones entre personajes navegan en un planeta que ella conoce a la perfección, que recrea para que se desplieguen con naturalidad. Sí, estamos hablando de naturalismo, de esa literatura en la que la observación es el estudio de lo humano para transcribir, a continuación y lo más fielmente posible, lo que nos está sucediendo. Será el ambiente, generado por las condiciones familiares, lo que dé lugar al conflicto de escala humana sobre el que se genera la obra.

La historia es muy sencilla: tres hermanas y un hermano, hijos cada uno de un padre distinto, se encuentran en mitad de su viaje para salir adelante, y esto incluye la pretensión de casar a la más pequeña de ellas, marcada por el defecto de un labio leporino, con un panadero quince años mayor que ella. A partir de ahí comprobamos que la soledad, también la soledad rodeada de otros cuerpos, o la infelicidad van imponiéndose como condiciones sociales. En este caso, esa condición se ve acentuada por el hecho de ser mujeres las protagonistas o, para ser más precisos, por el hecho de que la narración nos llega desde el punto de vista de la mujer japonesa. La tradición, el sistema de patriarcado propio del país en los años treinta, subrayan la incapacidad de entenderse con los hombres. Hasta tal punto que sentimos que nuestras protagonistas pueden no ser huérfanas, pero se hallan tan a la intemperie como si sus padres hubieran fallecido siendo ellas niñas.

Llama la atención el personaje de la hermana con labio leporino, Kiyoko, que siente que su capacidad de amar también debe tener algún defecto, y así siente una pequeña dosis de autocompasión, que demuestra rechazar, porque odia que los demás se compadezcan de ella. La pretensión de matrimonio va saltando del frente del relato a la trastienda, mientras atendemos a la vida de la familia empeñada en sacar adelante unos proyectos vitales pequeños, sencillos, por momentos ingenuos. Mientras vamos conociendo poco a poco cómo se desarrolla su existencia, nos vamos dando cuenta de que la vida bien puede ser una estafa, porque nada sucede como debería para quienes se supone que han actuado siguiendo huellas seguras. Las desavenencias pueden ser minúsculas a escala planetaria, pero son significativas en las modificaciones del entorno de cada personaje, y afectan. La intención de Fumiko es mostrar el potencial que tiene la vida lo más puramente posible, de ahí ese estilo en el que es casi imposible encontrar un tropo: la realidad no tiene disfraces, es lo que atañe a la gente corriente y por tanto combustible para la compasión y el cariño, también para los recelos, y marcará el conflicto en el sendero hacia la identidad, definirá el grado de libertad y cómo definamos la felicidad, esa meta que estará siempre cambiando.


Fuente: Zenda