miércoles, 30 de septiembre de 2020

LA CIUDAD QUE EL DIABLO SE LLEVÓ

 

La ciudad que el diablo se llevó

David Toscana

Candaya

Barcelona, 2020

284 páginas

 


Que la supervivencia pueda ser un sarcasmo es una idea que nos sacude. Sobre todo, si esta supervivencia tiene lugar en una ciudad y en un momento en el que, ya sabemos, alcanzamos el extremo de la estupidez humana, el extremo de la desolación, el extremo del sadismo. Algo de lo onírico podrá rescatarnos, esa parte que tienen en común los sueños y la ebriedad. Y también la única parte de nosotros que vale la pena, hasta entre los escombros, que es la dignidad. Aunque la forma que adopte esta dignidad sea la más común, la que aceptamos con facilidad, que es de la que participan los protagonistas de esta ciudad que el diablo se llevó. Estamos en la Varsovia posterior a la guerra, en una ciudad que es real, aunque quisiéramos que se tratara de un lugar quimérico, casi un parque temático del que pudiéramos salir a las ocho de la tarde, cuando se termine el valor de nuestra entrada. El tema del parque es el frío, el hambre y el terror. Y lo vamos conociendo por las rutas que trazan los protagonistas, cuatro amigos empeñados en sobrevivir en un mundo enfermo, dándole un sentido maravilloso en el sentido en que es maravillosa la caída a través del vodka. Y así fertilizan este mapa de la ciudad en ruinas.

La novela es descriptiva, sí, porque se centra en sucesos, en que las cosas, sencillamente, suceden. No hay tramas que atrapen; si uno quiere enfrascarse en ella y disfrutar de una lectura en la que la fortaleza se impone, debe dejarse atrapar por la atmósfera, en la que se respira el desastre, una atmósfera que priva a los personajes de carácter. Los secundarios componen un paisanaje sobre el que se mueven los cuatro protagonistas, que rozarían la caricatura de no ser por el imperio de lo salvaje: hay cierto darwinismo en su actitud, porque en la ley de las ciudades de la postguerra no cabe rendirse, porque la rendición supondría pasar voluntariamente al otro lado de la tumba. Y, sin embargo, David Toscana (Monterrey, México, 1961) sabe que existe lo que le da sentido a todo, la emoción o la embriaguez que mejor nos acompaña y que hará que este tránsito por la Tierra, por muy grotesco o duro que sea, pueda encontrar un rastro de belleza, de bienestar, y éste es la amistad. Será la amistad, querer y saberse querido, lo que dé fuerzas y humildad a los personajes, será la amistad lo que nos permita continuar la lectura de la novela, porque ese es el lugar donde todos quisiéramos quedarnos para habitar, incluso cuando a la ciudad se la esté llevando el diablo. O, sobre todo, cuando a la ciudad, al lugar donde vivimos, se la lleve el diablo.

 

martes, 29 de septiembre de 2020

TROL

 

Trol

Luis Pérez Ochando

El Transbordador

Málaga, 2020

173 páginas

 


Uno se pregunta cuál es el peso de la naturaleza, la madre naturaleza, en tiempos de Nintendo. El miedo a la naturaleza habita en nosotros desde que el primer mono supo agarrar un garrote gracias al dedo gordo y comenzó a desarrollar nuevas formas de inteligencia. Algo debería haber evolucionado desde aquellos que se escondían en las cuevas por temor al oso, hasta estos que sobreviven entre asfalto, cemento y cristal, con la calefacción de gas ciudad y haciendo compras a través de Amazon. Pero el miedo resulta ser un factor común, más eterno que universal. Tememos a lo desconocido y en la naturaleza se nos siguen escapando demasiadas cosas: para evitar el miedo, intentamos controlarla. Sin embargo, las expresiones del miedo siguen vigentes en las leyendas, en mitos, en sueños. Se idearon criaturas que nos mantenían a raya, vivos, cuyas formas eran concretas en los relatos de terror o en los cuentos de hadas. Ahí están, por ejemplo, los troles. ¿Sería posible convivir con uno de ellos?

Luis Pérez Ochando (Requena, 1982) nos propone un relato en el que una niña tiene por hermano a uno de ellos. Las interpretaciones que se nos van ocurriendo a lo largo de la lectura son varias: desde que se trate de una invención de la niña, debida al exceso de celos por culpa del síndrome del príncipe destronado, hasta que sea real y los padres se equivoquen al verlo, por culpa del deseo de tener un hijo hermoso. Al fin y al cabo, no hay padre que no considere que su hijo es guapo. Poco importará la resolución final, pues a lo que atendemos es a una transformación en la que se confunden niños y bestias. Cabe resaltar que en los sucesos irá influyendo la desaparición de la vida de la pequeña de un perro: perdemos a la figura antitrol, a la bestia amable, al amigo, y aparece la bestia cercana, el hermano, un anuncio de algo terrible. La convivencia irá dando lugar a diversos sucesos más o menos previsibles, más o menos imaginativos, en los que la figura que representa nuestro miedo a la naturaleza retuerce una vida costumbrista. Pero a medida que avanzamos, el deseo de ser naturaleza, aunque en ocasiones eso implique ser salvaje, se impone.

Esta novela breve funciona mucho como un relato audiovisual, como si estuviera pensada para transformarse en un episodio de una serie fantástica, en la que lo extraño se inmiscuyera en nuestras vidas sin permiso. Estamos habituados a narraciones de este calado, por lo que nos resultará cordial la lectura, que no pretende lucirse estilísticamente. Todo está en función de la relación con el lector, que asiste al pequeño teatro preguntándose para qué creamos a los monstruos si no es para que nos resuelvan los enigmas que la ciencia y la técnica no es capaz de doblegar, a no ser destrozando la parte salvaje de nosotros, que deberíamos tratar de conservar con cuidado, pues sólo así podremos reconciliarnos con aquello que no conocemos, que es la fuente de la que mana el miedo.

PAPELES FALSOS

 

Papeles falsos

Valeria Luiselli

Sexto Piso

Madrid, 2020

107 páginas

 


¿Es posible amar la literatura? Lo cierto es que el amor es una abstracción y como tal no existe. Existe, eso sí, amar y ser amado. La literatura permite amarla, seguramente, pero que ella nos ame será una proyección, un deseo, un hallazgo, un sentimiento que se corresponde a un encuentro y la principal característica de este encuentro es la felicidad. Se trata de una felicidad bastante completa, pues añade sosiego, añade entereza, añade aquello que nos falta, sea esto lo que sea. Como compañía, la literatura tiene la ventaja de permitirnos cerrar el libro que no nos hace felices. Existe, por tanto, una categoría de libros que será la imprescindible, la de alto calado, y ésta es la de los libros felices.

Valeria Luiselli (Ciudad de México, 1983) tiene claro que los libros de Joseph Brodsky deben hallarse entre los que nos harán felices. Al menos aquellos que, como Marca de agua, hacen referencia a Venecia, esa ciudad donde los mitos habitan hasta en las miasmas. Las constantes referencias que circulan por éste Papeles falsos, tanto a Brodsky como a otros autores, hacen de este libro, que es viaje y es sentimiento, cobre un tono metaliterario. El equilibrio a que se somete Luiselli, y del que sale triunfante, es el de conseguir que una falsa metaliteratura no impida que se imponga la poesía de la vida. Los textos son poéticos, están elaborados con el mimo de quien adora las palabras. De hecho, parte de ellos están dedicados a los idiomas, a la lengua, al sonido de las palabras.

La sensación que da es la de asistir a viajes en la que el autor nos regala una mirada de poemas en prosa. La sensibilidad se impone, por encima de una cierta tentación de ensayo, como muestra esa tendencia a resistirse a las definiciones precisas. Luiselli visita cementerios, habla de mapas, retrata a los ciclistas como los nuevos flaneurs, se entrega la saudade y a la emigración, considera a los escritores como el corazón vacío de la ciudad, coloca a las mudanzas como una connotación inequívoca de urbes y da por supuesto que existe un vínculo estrecho, con dos sentidos, entre las ventanas y la privacidad. Hemos mencionado a Brodsky, pero tampoco debemos olvidarnos de Pessoa, un escritor que ha marcado toda la literatura posterior a su presencia. Papeles falsos tiene bastantes puntos en común con el Libro del desasosiego, principalmente en el tono lúcido y sereno.

miércoles, 23 de septiembre de 2020

TIEMPO PARA LOS PÁJAROS


Tiempo para los pájaros
Celia Corral Cañas
Traspiés
Madrid, 2020
121 páginas

Fue Borges quien enunció, en un famoso verso, que él, es decir, los hombres, estamos hechos de tiempo, y calificó a tal materia como deleznable. Sin duda la narradora de esta novela, Tiempo para los pájaros, es consciente de la consistencia del tiempo, y también es consciente de que desearía que el tiempo se construyera con hilos de materiales nobles. Pero el tiempo es un dios, sí, el padre de todos los dioses, es Cronos y también es el pasado y es el destino. Que la suerte nos la hacemos es parte de un aprendizaje que, como todo lo que debemos aprender, duele. Hay dolor, aunque no sea un dolor agudo, en las frases con que Celia Corral Cañas (Reinosa, 1987) elabora esta obra, su ópera prima en el terreno narrativo. Y hay una clara intención de descubrimiento empezando por la cuestión de si es posible llegar a conocerse a uno mismo. Uno siente la tentación de hablar de autoficción, de novela de situación, de flujo de conciencia, pero el formato que cataloga es, a estas alturas, una cuestión menor. Se trata de una obra reflexiva que pretende retratar.
Es un retrato de una generación, como se nos explica, pero dentro de esa generación es un retrato, a su vez, de un estrato social en el que se está imponiendo la sensación de exceso de fracaso y, lo que viene a ser más doloroso, de un fracaso inexplicable, inmerecido. Se trata de una clase media que ve cómo se está terminando la clase media. Se trata de lucha de clases en su nueva medida, esa lucha que, dice Warren Buffet, ha ganado definitivamente la clase más alta. Pero por encima del retrato de la generación, se impone el de la narradora. En ese sentido, hereda el espíritu, digámoslo con tanta prudencia como valor, de Proust, o del Camus de La caída. Celia Corral Cañas construye un personaje en el que la contradicción pasa a ser la meditación, la esencia, la otra materia, más maldita que deleznable, de la que estamos hechos. De hecho, en un par de ocasiones confiesa sentir, saber, que su eneatipo se corresponde al número 7. Los estudios psicológicos que tratan sobre el eneagrama definen nueve enatipos, en función de nuestra relación con el mundo, con la vida. El número 7 es el entusiasta, el individuo que abre múltiples proyectos, al que le falta tiempo para atender a todas las tentaciones del planeta. Y, sin embargo, se nos va dibujando alguien que por encima de los saltos de estímulo a estímulo, vive en el pasado, se refiere siempre a lo que ya ha conocido, ve la vida con preocupación por la falta de justicia y con un espíritu romántico; se trata, posiblemente, del eneatipo número 4, el bohemio.
Si la evocación es una constante del narrador, también lo es su dificultad para mantener la atención en una sola memoria. En realidad, el personaje es un referente de lo perplejo que podemos llegar a mostrarnos. Socialmente, nos habla de la vida en precario, psicológicamente, se pregunta si para conocer la dignidad basta con saber que uno está respirando. Es alguien que señala a los que tienen juicios firmes, pero no deja de apuntar sus propios juicios sobre los demás, aunque, eso sí, con el respeto de quien duda de ellos. Por otra parte, estamos frente a alguien que se sostiene tanto sobre el pensamiento, que termina por tener una trocanteritis inevitable. En ese sentido, nos remite a Atlas, el gigante que sostenía el mundo y que padecía de problemas de garganta debido a la postura en la que debía mantenerse: el peso de la responsabilidad produce patologías en nuestro punto más débil.
Pero, ¿cuál es la responsabilidad que tanto le pesa a la narradora? Se trata de alguien consumido por la impotencia que supone no poder rescatar al mundo. En la película La lista de Schindler, el protagonista llora en los minutos finales por no haber podido salvar a más gente. La respuesta de aquellos que le deben la vida consiste en fundir un anillo en el que graban una frase del Talmud: “Quien salva una vida, salva el mundo”. En esta obra, esa vida podría ser la del gato que adoptan, que es un espíritu libre y puro, en comparación con las posibilidades de miseria humanas, de las que se nos cuentan las consecuencias, sin entrar en denuncias, en culpables. Ni siquiera se calumnia a eso que llamamos sistema. Porque la novela se centra en esa región del espacio adulto que es el fingimiento o, para ser exactos, el abandono del fingimiento, que tiene lugar en el ámbito privado. Si tuviéramos, definitivamente, que encuadrarla en un género, nos decantaríamos por el diario. En cualquier caso, y como representación generacional, del itinerario vital de una generación, se nos advierte, la obra es una contundente declaración ideológica, como lo son las de Belén Gopegui o Isaac Rosa.

Fuente: Revista de Letras

lunes, 21 de septiembre de 2020

EL GIRO DE ITALIA

 

El Giro de Italia

Dino Buzzati

Traducción de David Paradela

Gallo Nero

Madrid, 2020

185 páginas

 


“Las criaturas humildes y buenas se agolparán una vez más al borde de la carretera y se olvidarán gracias a ti de privaciones y miserias”, escribe Dino Buzzati (Belluno, 1906 – Milano, 1972) al final de esta obra, en la que el ciclismo pasa a ser propiedad del pueblo, de la gente, del espectador, en un ejercicio literario que nos recuerda a Eduardo Galeano elogiando el fútbol. Lo que debería ser mitológico, pasa a ser nuestras leyendas; los Hércules son personas de carne y hueso, y a nosotros nos pertenece su esfuerzo, su afán, su entrega. Desearíamos ser como ellos, pero la genética no nos dio tregua, y ahora es en ellos en quienes confiamos para que eleven ese deseo a una forma de épica en la que participamos. Porque uno es dueño de los sueños cuando la realidad resulta ser tan esquiva y tan abrumadora. Sí, los sueños a los que nos entregamos para seguir con ánimo de mantenernos vivos más allá de la necesidad animal de seguir respirando. Y Coppi o Bartali serán leña que echamos al fuego de los sueños, serán héroes, serán valentía. De esta manera, aunque sea en forma de anhelo, nos entregan unas dosis de una felicidad que no es perfecta, pero es dulcísima.

Buzzati asiste a todas las etapas del Giro de Italia en estado de alerta: los sentidos no sólo reseñan, sino que también participan. Está atento y se deja llevar por una emoción sencilla, la euforia, que le recuerda a la felicidad. El Giro pasa a ser un ser vivo en la literatura de Buzzati, que hasta en este tipo de textos, en apariencia menos creativos, no deja de sorprendernos con un animismo inquietante. Tal vez no se trate de la literatura de más vuelos del autor, pero un cincuenta por ciento de Buzzati es mucho más que el cien por cien de la mayoría de los escritores. La vida que leemos a través de este Giro, es de una pureza que nos devuelve la melancolía por un pasado mundial, sin redes sociales, sin Tinder, sin Netflix, sin Amazon. La épica pasa a tener unas dimensiones muy humanas, como si fuera necesario reducirla en lugar de extenderla, y la intensidad se asemeja a la de La Odisea. Y mientras los deportistas son piel sobre la que va creciendo el sudor, Buzzati nos muestra una Italia en la que se refleja la belleza de las provincias, se elogia lo concreto, que es lo nuestro, el día a día, del que no necesita rescatarnos este Giro, que sí, que ayuda, porque fomenta los sueños:

“La Italia de las majestuosas ruinas rebosantes de historia, la Italia de los robles y los cipreses, de las inmensas villas asentadas sobre los declives como emperatrices cansadas, la Italia de las paredes gibosas cargadas de escudos de armas, de los coches de línea destartalados que, renqueantes, se precipitan vertiginosamente valle abajo, la Italia de las iglesias antiquísimas, de las minúsculas casetas ferroviarias, de las muchachas encintas, bajo el sol del mediodía, de las vírgenes encastradas en las esquinas de las casas con las lamparillas permanentemente encendidas, la Italia de los pajares y de los bueyes patriarcales de largos cuernos, de los jóvenes frailes barbados que pasan en bicicleta, de las peñas demasiado pintorescas para ser un mero producto de la naturaleza, de los puentes milenarios capaces aún de soportar sobre su espalda el peso de los remolques, la Italia de las casas de comidas y los acordeones, de los grandiosos palacios nobiliarios convertidos en heniles y cuadras, de loso dóciles montes con cipreses hasta en la cima”.

viernes, 18 de septiembre de 2020

EL AFÁN SIN LÍMITE

 

El afán sin límite

Hope Jahren

Traducción de Ana Pedrero Verge

Paidós

Barcelona, 2020

232 páginas

 


Las malas horas entre conflictos nos deberían enseñar que uno sólo debe hablar de lo que sabe. Mientras tanto, es mejor quedarse escuchando, aunque debamos armarnos de paciencia, en ocasiones, esperando discernir una palabra nueva, un nuevo concepto, entre tanta morralla. Encontrar a alguien que hable y no escupa es un valor al alza, una joya que deberíamos cuidar, algo a lo que tendríamos que agarrarnos como a una tabla de náufrago o como al tarro de mermelada de la abuela. La científica Hope Jahren (Minnesota, 1959) cuenta, desde hace unos años, con nuestro mejor aval, por su sensatez, por su prudencia, por su contundencia y por su serenidad. No es que no sea vehemente, es que no lo aparenta. La vehemencia la deduciremos de sus intenciones y su aliento, no de la pesadez y la musculatura de lo que escribe. Que, en este caso, es un alegato divulgativo, bastante general y mucho más que creíble, sobre el cambio climático.

El libro habla, fundamentalmente, sobre cómo se generó el cambio climático. Cuenta la historia geofísica y biológica del planeta, y también la intervención del hombre que, atrapado en las políticas de mercado, ha podrido la naturaleza, parece determinado a exterminar la vida, tal y como la conocemos, en la Tierra. Dicho así, no da la sensación de que nos encontremos frente a una nueva voz. Pero Jahren ha decantado mucha información para nosotros, y la ha resumido de una forma en la que es imposible no entenderla. No entra en el debate con los negacionistas, sencillamente, expresa lo necesario: “Vayamos al grano: si algún día tu vida se desmorona y lo pierdes todo, ¿a qué lugar recurrirás y regresarás?”. Sin duda, al tarro de mermelada de la abuela. Porque Jahren va de lo particular, casi de lo privado, de sus asuntos, a lo mundial, a la humanidad, en un balanceo armonioso, sin alardes y sin fallecer: “Todas las necesidades y todo el sufrimiento del mundo -sí, todo- surgen de nuestra incapacidad de compartir, no de la incapacidad de la Tierra de producir”. Y ésta es una estupenda definición del neoliberalismo, que está matando al planeta.

El libro se divide en cinco apartados: en el primero se nos habla de las reglas de la vida humana y cómo se han modificado desde los primates y, sobre todo, en los últimos años. El segundo versa sobre la producción de alimentos, sobre las invenciones y la explotación del suelo y de la carne. En el tercero se utiliza la energía, mayormente la eléctrica, para comentar qué deterioro es excesivo y cuál es inevitable. A continuación, se nos habla sobre los famosos efectos del cambio climático -como la elevación del nivel del mar-, explicando a qué se deben y qué suponen. Por último, se exponen las vías de actuación mejores para ralentizar, al menos, este sendero hacia el deterioro. De este último apartado, y flotando a lo largo del libro desde la primera página, está una suerte de espíritu de voto civil: cada vez que decidimos no encender la televisión, cada vez que elegimos el tren en lugar del automóvil, cada vez que compramos verduras en vez de pescado, estamos emitiendo un voto. La confianza en la parte humana de la humanidad, valga la redundancia, da a la voz de Jahren una consistencia y un sosiego que agradeceremos. Con el lector ha compartido esa virtud de hablar sin escupir. Y así es como mejor se aprende de lo que vamos escuchando.

miércoles, 16 de septiembre de 2020

KRAKAUER ESENCIAL

 

Krakauer esencial

Jon Krakauer

Traducción de Ton Grass y Alberto Delgado

Geoplaneta

Barcelona, 2020

206 páginas

 


Poseedor de un estilo directo, dinámico, ágil y potente, John Krakauer (Massachusetts, 1954) se lanzó al mundo de las grandes ventas con su obra Hacia rutas salvajes. Aunque más significativa, en el mundo de la literatura de aventuras y realidad, fue la aparición de Mal de altura, en la que relata su versión de una experiencia en el Everest, donde tuvo lugar una de las grandes tragedias que ha sucedido en las cumbres. Aunque, quizá, donde corra más riesgos sea en sus artículos, en los que afronta asuntos relacionados con los viajes, el riesgo y la condición humana frente a lo que solemos mirar con distancia y, con frecuencia, tachamos como locura.

La locura es pensar que lo importante es morir lo más tarde posible. Lo importante, a lo que deberíamos consagrar nuestros días, es a cómo vivir. De eso trata el primero de los artículos que participan en esta selección y que ahora nos regala Geoplaneta. Y el centro de interés será el surf en grandes olas, una de las actividades a las que se consagran aquellos que para unos serán valientes y para otros estúpidos, pero que no puede evitar quien posee un mapa genético que reclama algo que puede ser equilibrio o embriaguez. Krakauer nos habla de las leyendas y de convertirse en leyenda, mientras elabora un elogio dionisíaco de los personajes. Krakauer vuelve a idealizar, sí, y vuelve a no tener la impresión de que está idealizando. Pero para nosotros este detalle no es relevante. Lo que destaca es la pasión, lo que valora es la lucha por no estar muerto en vida.

A continuación, irá desgranando algunas de sus otras debilidades y algunas de sus cualidades como escritor. Por ejemplo, la propuesta de reunir periodismo y geología, mientras nos habla sobre los peligros potenciales, al narrar una ascensión al monte Rainier. O el aterrizaje en la realidad, mientras nos comenta la situación actual de las grandes expediciones comerciales al Everest, obviando a los clientes y humanizando a los sherpas, que trabajan y sufren. O la exposición de la espeleología como una enfermedad mental, entablando paralelismos entre ésta y la búsqueda de vida en marte: ni en lo más profundo de las grandes cuevas ni en el planeta rojo resultará sencillo investigar.

También volveremos a sus afanes, entre los que se encuentra la escalada, y a sus miedos, casi denuncias, como al combinar la escalada con los abogados, tal y como se entiende la abogacía en Estados Unidos, al recordar y tratar de resolver un accidente de montaña en que se ve involucrado el mismísimo Jim Bridwell, un escalador legendario. El sentido de la culpa, nuevamente, de la culpa que uno puede intentar ignorar y de la que uno debería sentir, regresa a los escritos de Krakauer. Incluso, en cierta medida, a cuentagotas, está presente en su retrato de un parque nacional de Alaska que pretende mantenerse inmaculado. Por no hablar de los sangrientos negocios de terapia en la naturaleza, casos que ha investigado y que llevaron a adolescentes hasta la muerte.

El libro termina con dos maravillosos perfiles: el de un arquitecto diferente, que no pretende deslumbrar sino ser funcional y de ahí extraer belleza, un tipo sensato y natural; y el de un escalador maldito, que es un reclamo contra el tedio y las convenciones, y que presenta el reverso del arquitecto, una versión humana de la determinación y la obsesión. Todo para configurar un libro que se puede leer sin levantarse del asiento. Otra experiencia grata, otro buen viaje para el hombre inmóvil.

martes, 15 de septiembre de 2020

EL SOFISTA NEGRO

 

El sofista negro

Marco Mazzeo

Traducción de Raúl Olivencia

Tercero incluido

2020

142 páginas

 


En una época de pensamiento débil y pistolas demasiado engrasadas, la reivindicación de los filósofos antiguos va cayendo en una necesidad semejante a la de la pastilla de Orfidal para quien no concilia el sueño. Y el sueño es algo muy complicado de conciliar. Hemos leído, por ejemplo, a Boeccio y nos hemos consolado mucho. Hemos encendido la televisión y nos estremecemos no ya de miedo, sino de espanto frente a la subversión amarilla, frente al sensacionalismo por el que se escala a la cima de la infamia. Cualquiera que pretenda mantener el buen juicio recurrirá otra vez a Séneca, a Marco Aurelio o a Lao Tsé. Aunque no conviene mitificar toda forma de pensamiento antiguo. La retórica es el arte de poner en orden dichos pensamientos, y de ir generando nuevos pues la suma de cada concepto, que es una palabra, con otro concepto, las nuevas palabras, va generando, a su vez, conceptos más y más complejos. Es complicado encontrar un pensamiento original, y mucho más defenderlo. La imaginación está enterrada bajo pesadísimos estratos de lugares comunes. En el sofismo no existía esta variedad de pensamiento, es decir, la intención de salirse fuera de lo acordado estaba a la orden del día. Pero el sofismo se caracterizó, según nos recuerda Marco Mazzeo (Roma, 1973) por ser la escuela de los oradores más desacreditados del mundo antiguo.

Y aquí es donde nos damos de bruces con el sofista negro, que no es otro que Muhammad Alí, Clasius Clay, el púgil más famoso de la historia del deporte. Alí poseía un rápido juego de piernas y una pegada como la coz de un caballo, y también una capacidad de resistir los golpes del adversario, que le llevó a ganar tantos títulos como a deteriorarse tantas regiones del cerebro. Y, al mismo tiempo, pretendía azotar tanto a sus rivales como al público con una oratoria que intimidaría si, hoy en día, fuéramos capaces de verla sin el velo de la ingenuidad. La suposición de la que parte este ensayo de Mazzeo es la de que existe un paralelismo vital entre la estrategia pugilística de Alí y la estrategia comunicativa, la oratoria, la retórica cimentada sobre pilares muy básicos. Mazzeo enfrenta ambos territorios como si fueran doctrinas y pudieran ser estudiadas atendiendo a la lingüística y a la filosofía: “es oportuno hablar de ósmosis entre palabra y performance atlético-agresiva, porque la compenetración es tan radical que estas capacidades retórico-performativas solo pueden expresarse en el boxeo: fuera del cuadrilátero, Clay/Alí, no sabe dar ni un paso de baile”.

El ensayo/biografía que es este estudio, funciona como una interpretación de un engranaje completo, en el que acción y dicción son dos caras de una misma moneda. Ese es el mayor atractivo que posee, una innovación en las obras biográficas, una nueva ruta que emprender, la que opta por la divagación, la vía diletante, frente a las habituales verborreas cronológicas.

miércoles, 9 de septiembre de 2020

LOS AÑOS SIN JUICIO

 

Los años sin juicio

Federico Vegas

Kalathos

Madrid, 2020

424 páginas

 


A la literatura de largo aliento suele sentarle mal los arrebatos. De ahí que sea preciso, como en el caso de este Los años sin juicio, que esté detrás un escritor que esté al menos tan enamorado de la literatura como del arrebato. Con un estilo depuradísimo y sin prisas por aturdirnos con las intenciones, Federico Vegas (Caracas, 1950) construye un libro coral sobre un confinamiento imaginario. Pero el trabajo de la imaginación sucede sobre lo real. Durante muchas páginas, Vegas nos retrata a los personajes que habitan el interior de un presidio y nosotros nos vemos en la tesitura de aceptar que existen. Son una creación más que posible, son creíbles, y este es el gran éxito de la imaginación. Desconocemos cuáles han sido sus fuentes, aunque es muy posible que se encuentren entre las voces de la gente, pero sí sabemos del arrebato, pues la obra surge de una visita a un amigo recluido en una cárcel venezolana.

El narrador, que carece de nombre, que no es otro que “yo”, se muestra obsesionado por guardar la cordura. No sólo se refugia en la idea de “madre” como regazo en el que refugiarse, o crea sus métodos de supervivencia, una terapia de mantenimiento centrada en la repetición de actos en orden cronológico, sino que se convierte en un observador, en alguien dedicado a dar testimonio. Así pues, tiene un objetivo que le mantiene a flote: denunciar, como se puede denunciar sin faltar a un proyecto estético, las miserias de un sistema. Y dichas miserias se montan a lomos de seres humanos. El paisaje humano en el que habita es poliédrico, pero mantiene las constantes vitales, la piel sensible, los corazones atentos.

Es posible que habite en la novela un espíritu metafórico, una suerte de delación sobre la situación opresiva del país, pero esta interpretación quedará más en manos de los lectores, pues los términos políticos no abundan, aunque sí quedan apuntados. En realidad, el propósito del autor se asemeja más al de quien no siendo valiente en la realidad, o no considerándose lo bastante valiente en la realidad, construye esa valentía en la ficción. El narrador es alguien que se asoma a las virtudes -lealtad, consistencia o arrojo- donde cualquiera de nosotros fracasaría. De ahí la audacia del texto, que se lee con un encanto extraño, pues el contenido no deja de ser abrumador frente a una prosa que surge de un oído excelente. Esta novela tal vez se resume en esta sentencia: “Tratar de entender a nuestros vecinos es una manera de entretenernos mientras pasa la peste”.

martes, 8 de septiembre de 2020

MÁXIMAS Y PENSAMIENTOS

             Máximas y pensamientos de Napoleón

Honoré de Balzac

Traducción de Hugo Savino

Mármara

Madrid, 2020

112 páginas

 


Balzac no podría olvidarse de la comedia humana, entendiendo por comedia la relación que se establece entre las distintas versiones de la condición, del espíritu, de los anhelos con ánimo de que la historia personal termine mejor de lo que empezó, ni siquiera cuando seleccionaba aforismos. En este caso, la relación de frases se corresponde a libros que aludían a Napoleón, en los que se recogía alguna sentencia que Balzac iba anotando en un libro de cocina, como escondiéndolas de sí mismo, y que terminó por publicar con seudónimo. La comedia, claro está, también implica las contradicciones, que no cesaba de ser la obsesión del escritor francés, así como la versión casi catastrófica, de su idea del aspirante a emperador, un hombre de voluntad violenta que apenas sentía una sola curiosidad, la de la imposición de ésta a través de las leyes.

“Esta recopilación de axiomas será sobre todo el código de los poderes amenazados: nadie mejor que Napoleón tuvo el instinto del peligro en materia de gobierno”, escribe en el prólogo, en el que también da cuenta de la franqueza que le caracterizaba: “glorificó la Acción y condenó el Pensamiento”.

La selección posee un cierto rigor cronológico, pues nos transmite la evolución del personaje. En alguna de las primeras máximas (pues son más esto, una imposición de las ideas que un pensamiento, una resolución de las reflexiones) aparecen atisbos de identificación con el pueblo; pero rápidamente pide un absolutismo, un despotismo, y se entrega a él. Y esta solución de gobierno se impondrá por medio del sable. Napoleón aboga por la acción, que empieza definiendo a través de la revolución, luego hace apología de la guerra para terminar definiendo sus estrategias de gobierno. El libro termina con algunas sentencias escritas en Santa Elena, durante el exilio, en las que la melancolía que da veladísima, pues continúa imperando el deseo de poder o, para ser más exactos, el deseo de dominio. El libro es un acierto en cuanto a la definición del militar francés, y por momentos nos demuestra que su inteligencia no estaba dedicada en exclusiva a los términos bélicos: “La mayoría de los sentimientos son tradiciones”, escribe, y nosotros nos quedaremos meditando sobre los mismos, sobre cuánto de lo que nos emociona nos ha sido impuesto por motivos geográficos: ¿de verdad lo que nos pone la piel de gallina es lo aprendido, lo exclusivo de nuestro entorno social?