jueves, 31 de diciembre de 2020

CARA MATER CARA FIGLIA

Cara Mater Cara Figlia

Charo Ruano

Amarú

Salamanca, 2020

102 páginas





Empezó en primavera

    la tristeza, el ahogo,

    el peso en el centro del pecho


    Fuimos al médico

    diagnosticó angustia y leve depresión

    y la medicación tardó en hacer efecto

    pero lo hizo


    Ella, castellana vieja y escéptica

    que jamás había creído en angustias, ni depresiones

    solo en la fuerza de voluntad

    el trabajo, y el esfuerzo

    de pronto nos explicaba

    que la angustia era una enfermedad

    "Veis cómo sí me pasaba algo"


    Y creímos tener todo controlado

    Ella estaba bien

lunes, 21 de diciembre de 2020

DIARIO DE UN JOVEN NATURALISTA

 

Diario de un joven naturalista

Dara McAnulty

Traducción de Inmaculada Pérez Parra

Volcano

Madrid, 2020

285 páginas

 


Siendo un adolescente con autismo, un escolar que sufre bullying, un chico con problemas de estrabismo, siendo un dentro de mí y alguien con problemas para consolidar amistades, lo normal sería encontrarse frente a alguien con el corazón de piedra. Y, sin embargo, Dara McAnulty, nos regala algo que, a falta de otra palabra, llamaremos amor. No hay acoso escolar en el monte, no existen los escalones cerebrales en las playas, no importan las deficiencias de la vista si nos enfrentamos al vuelo de los pájaros; al aire libre todo es terapia y se consolida la persona, sin que nuestra autoestima dependa del apoyo de los demás. McAnulty, que con este diario el Wainwritht Prize en el Reino Unido -el más prestigioso galardón a la literatura de naturaleza-, nos confiesa, sin declarar que ésta sea su intención, que el contacto directísimo con la naturaleza es terapia y es bálsamo. Su pasión es de bajo octanaje, y por tanto de larguísima duración, no es de las que golpean, sino de ese tipo de pasiones en las que todo encaja para mostrarnos que podemos elegir la vida como lenitivo. Gracias a la naturaleza sale de dentro de sí a través de la observación. Pero en este diario, un libro sorprendente por lo grata que resulta la lectura, una experiencia a la que nos hemos ido desacostumbrando, observar es lo mismo que sentir. Ni siquiera las limitaciones de las palabras, sus significados y sonidos, son un impedimento para que autor y lector comulguen con la idea de que sí es posible que el tiempo transcurra de una manera diferente, es decir, mejor, a la que estamos acostumbrados: más lento, más sincero.

McAnulty es consciente de las limitaciones que posee por ser adolescente, entre otras la supeditación familiar. Su familia no parece ser de las que se adapten, de las que echen raíces, pero él sabe que vaya donde vaya, habrá un insecto, una hoja de árbol, una nube. La raíz también puede ser nómada, porque de lo que no cabe duda, durante la lectura, es de que nos está demostrando que no es física. Hay un constante movimiento en los diarios, en su vida, y ese movimiento no nos descentra, no nos hace perder el suelo ni quedarnos a la intemperie. McAnulty se aferra a los momentos sin ánimo de crear nostalgia, sino para construir un futuro, una idea de que merece la pena vivir incluso para alguien como él, tan fuera del mundo de Twitter y del planeta de las hormonas: “Nadie me oye, no pueden humillarme o patearme la cara. Aquí abajo estoy a salvo, con los botones de oro y las ulmarias”. Sí padece un acoso a la identidad, pero no expresa nada de amargura, nada de odio: consciente de la dificultad de construirse, se siente silvestre, y eso que en otros casos es consuelo, en el suyo es carácter. Lejos de la obsesión, que sería la palabra con la que muchos descalificarían su forma de asentarse en el planeta, elige todo lo contrario al peligro, elige la liberación, pues si hubiera algo contrario al aire libre sería el aire cautivo. Y lo opuesto al tiempo libre es esta construcción social que nos hace esclavos del tiempo:

“Las cosas que aprendemos son tan cautivadoras como un grifo que gotea, mientras que en el mundo exterior es mucho más fácil compendiar, comprender. Te puedes concentrar en una sola cosa: en una flor, en un pájaro, en un sonido, en un insecto. El colegio es lo contrario, nunca puedo pensar con claridad. Mi cerebro se ahoga con los colores y el ruido, con el recuerdo de que tengo que ser organizado. Tachar cosas de las listas mentales. Intentar contener la ansiedad nerviosa”.

No gastar la energía peleándonos con la ansiedad, es una de las lecciones que este muchacho nos regala. Eso es amor.

jueves, 17 de diciembre de 2020

EL FRANCÉS Y OTRO RELATOS

 

El francés y otros relatos

Borja Coyenechea

Kalathos

Madrid, 2020

120 páginas

 


Una obra corta tiene que ser redonda. Es decir, su anclaje está sujeto a las más puras técnicas narrativas, a la condensación, al inicio que engancha y el final que sorprende, a la escritura en función de la acción, a la dosificación de datos, etc. Mientras que la novela puede sostenerse en otra sustancia, el relato está obligado a ser periplo con reglas que beben de la leyenda, del mito, de la literatura oral. Los maestros son de sobra conocidos y vuelven a salir, inevitablemente, a la memoria durante la lectura de este libro, El francés y otros relatos, que nos descubre a un autor peruano, Borja Goyenechea (1990). Ahí está la influencia de los clásicos de América latina: Borges, Rulfo, Cortázar, Ribeyro.

Goyenechea construye con personajes que nos resultan familiares, que viven en un extrañamiento no del todo imposible. Se trata de seres que podrían transitar por una vida que ojalá nos hubiera correspondido, como nos ojalá nos correspondiera la de tantos que habitan dentro de las películas si se nos garantiza un final feliz. Ese es otro de los grandes artificios del relato, que existe un final, mientras que aquí, en nuestra película real, de haber un final feliz se nos condenaría a un destino sin objetivo: habiendo llegado a Ítaca, ¿para qué seguir viaje?

Lleno de detalles que explican y ambientan, con una prosa lúcida, Goyenechea nos lleva por la piel del planeta, por terrenos conocidos. En ocasiones podemos ser presa de la impresión de haber leído antes ese relato. Porque no se esconde tras una farsa que oculte el aprendizaje. La literatura debería ser una constante muestra de curiosidad, y no lo que intenta imponernos tanta gente, que es la iluminación inteligente, lo contrario a la indulgencia con el ser humano, deslumbrar por deslumbrar, alzarse a un pedestal solemne, que a la postre no deja de ser un disfraz de la estupidez. Goyenechea no cae en ese pecado: es humilde y a la vez que trabaja con la imaginación. Porque es la imaginación su punto fuerte. Además, posee un oído al que no estamos acostumbrados, en un territorio en el que tanta gente confunde el estilo con el vicio. De ahí que este libro sea un descubrimiento, algo a lo que le falla, tal vez, la consistencia de un tema contundente, tener algo de lo que hablar, uno de esos temas que afectan al alma y la doblegan hasta llevarnos casi a las lágrimas, aunque sea a las lágrimas de risa. Pero no nos cabe duda de que en el futuro a Goyenechea se le impondrá, y escribirá una obra maestra. Suerte.

miércoles, 16 de diciembre de 2020

LA ARENA ENTRE LOS DEDOS

 

La arena entre los dedos

Chantal Maillard

Pre-textos

Valencia, 2020

640 páginas

 


En algunas obras el autor es lo escrito y lo escrito es una representación desnuda de lo que configura al autor. Mantener un diario, en su más amplia concepción, un cuaderno que se rellena día a día, favorece conocer de primera mano a la persona. Si hay sinceridad, el diario gana en potencia, aunque se trate, como en el caso de los que componen los cuadernos de Chantal Maillard, de una potencia poética, una escritura cuya finalidad es el camino hacia un pensamiento ético. Maillard se inscribe en la ruta de la búsqueda de la belleza mientras mantiene vivas sus intenciones de afrontar el miedo, gran enemigo de la humanidad, y el dolor. El verbo que se impone es liberar: “Pues no me olvido de los fosos y levanto el puente levadizo creyó así defenderme. Lo que hago, en cambio, es convertirme en víctima de mi propia creación, de mis propias acciones (…). La historia del dolor comienza ahí donde termina la de la libertad”. Su poesía, esa que se aplica no sólo a los textos, va inundando un libro que es más sentimiento que razón, más emociones que observación: “No me engañes, no busco la memoria del deseo sino la paz del origen, esa luz que sostiene a la niña en sus infiernos y traza el puente por el que pasará, sonriente, sobre los escombros”.

El volumen lo componen cuatro dietarios que vagan entre la itinerancia y el reposo, con una intención diletante que se asemeja a la enredadera creciendo alrededor de un árbol. Los argumentos están tejidos por hilos, según sus palabras, que mantienen tensa a la conciencia, esa parte preocupada por dar cuenta de sí, esa parte consciente o que quiere ser consciente. ¿Pero en qué consisten esos argumentos? Hay temas centrales, ejes, troncos, sobre los que trepamos, a los que Maillard llama husos, que son los que marcan la tónica o sonoridad: en Filosofía en los días críticos es la pasión; en Diarios indios pretende ser la observación del viajero; en Husos, notas al margen es el duelo; en Bélgica es la añoranza, el trabajo de la memoria si es que esa forma de sentir es trabajo. En realidad, en todos ellos se nos habla de la memoria como viaje y del viaje como memoria. En buena medida, el espíritu que los recorre es el mismo que reflejara Cavafis en su famoso poema sobre Ítaca: Ítaca te ha conquistado con un hermoso viaje y el viaje es la sustancia de la que está hecha la costumbre de vivir: interesa el trayecto y el punto de partida, el motivo, la ilusión. Detenernos para darnos cuenta de ello es algo que facilitará la literatura, tal vez, y tal vez como en su mejor versión de diario.

Maillard convierte la escritura en meditación: la observación, el observador y lo observado se unifican. Permite que todos los pensamientos surquen, pero se queda con la consistencia de lo esencial, con algo que uno se atrevería a llamar espíritu: para tratarse de un trabajo intelectual, se impone una sospechosa bonhomía. La escritura es sencilla en el tono y la sintaxis, pero en ocasiones densa. La lectura del volumen requiere tiempo de sosiego y muy poca prisa: es mejor que nos acompañe durante días, semanas. Al fin y al cabo, nos enfrentamos a estados de ánimo y eso supone demorarse a la hora de ir reconociendo. Maillard nos habla de alientos, de los límites y la finitud de la otra sustancia de la que estamos hechos, la que no es ni carne ni sangre: “Aun así, asumo el hecho de que ninguna forma -musical, literaria u otra- abarca la estructura de mi alma, o mi estructura a secas (¿por qué esta maldita costumbre de hallarle soporte a todo?)”. De este cariz es el núcleo de esa práctica de observación, que para ella se transforma en método: “Que la razón atienda, pues, a las cosas de intendencia y deje a la intuición los asuntos subterráneos”.

“La acción correcta”, dice en el prólogo, “o la acción libre, es aquella que se realiza sin condicionamientos, y esto no ocurrirá mientras sigamos identificándonos con cada uno de nuestros actos mentales. Cuando las imágenes mentales se acumulan, la velocidad del proceso aumenta. A mayor velocidad de proceso, menor libertad”. Es posible que esta expresión se parezca bastante a una definición de sabiduría.

lunes, 14 de diciembre de 2020

EL VALOR DESCONOCIDO

 

El valor desconocido

Hermann Broch

Traducción de Isabel García Adánez

Sexto Piso

Madrid, 2020

162 páginas

 


El talento de Hermann Broch (Viena, 1886 – New Haven, 1951) para explorar la condición humana se expone a lo largo de esta novela, El valor desconocido. Siendo consciente de su extensísimo dominio de cualquier herramienta literaria, como se disfruta de la lectura de La muerte de Virgilio, falta saber si él mismo era también capaz de leer, con idéntica intensidad, el alma de los hombres. Desde el principio, en esta obra deja patente cuáles son sus intenciones y hasta dónde pretende llegar: estamos junto a tres hermanos, uno de los cuales es un amante de la ciencia matemática, la más pura, otro, el menor, está en plena formación artística y sus anhelos de bohemio salen por cada poro de la piel, y la tercera, la mediana, se consagra espiritualmente, con todo el cuerpo, a su afán por entrar en un convento religioso. Entre cada uno de ellos media cinco años de diferencia de edad, lo cual permite pensar que no son reflejo de tres generaciones diferentes, pero sí que existe la suficiente variación en los ambientes en que se criaron como para irse cada uno de ellos a un vértice distinto del triángulo. Pero, en realidad, cada uno de ellos trata de resolver, a su manera, la misma pregunta: cuál es el sentido de la vida o, para ser más precisos, cuál es el sentido de la vida, otra vez, porque si no ha aparecido por su cuenta, tendremos que ser nosotros quienes lo proyectemos.

La tendencia intelectual, filosófica o humanista de cada uno de los hermanos pretende llegar al consuelo. Dado que las consecuencias que tiene el mero hecho animal de respirar, la costumbre de vivir, son abrumadoras, precisamos hallar consuelo, seguridad, un regazo o unas paredes y un techo. Las matemáticas son limpias, como veremos a través de los ojos del primogénito; pero también es muy limpia la intención de la hermana y no deja de ser pura la del Benjamín, que pretende sumergirse en los días con intensidad. La huida puede ser hacia adelante, hacia atrás o hacia arriba. Entre los tres, eso sí, se establecen unas relaciones y una suerte de secuencias que obedecen a la teoría de los conjuntos: cada uno de los centros desde los que se traza el círculo se encuentra en un vértice del triángulo, y así tienen su área propia y sus áreas comunes, más comprometidas, más predispuestas al conflicto:

“En el exterior, en alguna parte, la vida bullía, grande y ruidosa, y cada uno de ellos ansiaba atrapar un pedacito de ellas, pero no sabía qué pedacito, y sin duda era uno distinto en cada caso.”

El miedo a la casualidad, a lo que nos domina, les hace buscar tener la realidad en las manos. Broch vuelve al conflicto entre la realidad y el deseo, aunque no a través de la definición del amor, sino escrutando esa trama interior en la que se entreveran, al menos en el caso de este relato tan bien hilvanado, y dejan de ser agua y aceite. Nuestros personajes van exponiendo, a través de sus acciones y sus palabras, una variación de sentidos morales que, por otra parte, reflejan su forma de mirar, de justificar, eso que en psicología se conoce como disonancia cognitiva. De ahí surge otro tema de la obra, que es la forma de relacionarnos con algo que, a falta de otra palabra mejor, llamaremos realidad. Aunque tal vez nos estemos refiriendo a lo cotidiano, sencillamente a lo cotidiano. De ahí que entremos y salgamos en la cabeza de los personajes y nos vayamos dando cuenta de cuándo se permiten no fingir, que es el verbo que describe la forma de vincularse de los adultos y entre los adultos.

La utopía, lo ideal, queda en entredicho, porque sigue, como siempre, el acoso de la sustancia de la que está hecho lo real. La existencia, para malestar de los protagonistas, no es “unívoca”:

“De repente, Richard Hieck lo vio todo claro: lo pecaminoso del mundo es lo impredecible. Lo que escapa del conjunto de causas y leyes, aunque no sea más que una nota que vibra solitaria en el espacio, eso es pecaminoso. Lo aislado es absurdo a la vez que pecaminoso.”

Ninguno de los personajes, que actúan como si pretendieran ser mejores, es decir, como si no se conocieran lo bastante, parece capacitado para alcanzar su sueño. Porque los sueños sólo son perfectos como tales:

“Ahora bien, de no tener esa consciencia de los años luz, imposibles de imaginar, pero tan llenos de significado para el alma humana, cabría decir que la astronomía en general es simplemente aburrida, y a menudo en verdad lo era.”


Fuente: Revista de letras 

VIAJEROS

 

Viajeros

De Jonathan Swift a Alan Hollinghurst

(1726 – 2017)

Marta Salís, ed.

Traducción de AA.VV.

Alba

Barcelona, 2020

892 páginas

 


Tras la lectura de este volumen, Viajeros, de Jonathan Swift a Alan Hollinghurst, uno se preguntará qué tiene en común la ficción y el viaje. Se reúnen sesenta y seis relatos escritos entre 1726 y 2017, en una demostración de la versatilidad de la literatura, en los que el centro de interés es el viaje que, en este caso, quiere decir los viajeros, los que se mueven, los que se desplazan y se encuentran en situación extraña. La variedad es tal, que resultaría complejísimo describir el libro; basta con enunciar a varios de los autores, de los que se incluye algún relato que ya es un clásico: Maupassant, Arthur Schnitzler, Kipling, Chéjov, Conrad, Marcel Schwob, Willa Cather, Pessoa, Joyce, Katherine Mansfield, Kafka, Cesare Pavese, Bowles (tanto Paul como Jane), Flannery O’Connor, Rulfo o Richard Ford. Las inquietudes, los proyectos, varían enormemente, desde el naturalismo a la ciencia ficción, desde la ironía a la denuncia. Cada relato posee su alma, sí, pero a través de ellos nos iremos preguntando por los vínculos, los lazos entre la ficción y el viaje. Su aspecto no puede ser más contrario: mientras que la ficción se practica en la inmovilidad, el viaje requiere, a la fuerza, movimiento.

Y, sin embargo, ambos suponen, casi siempre, descanso. Y decimos casi siempre porque en el libro no se olvidan del viaje del exiliado, que es alguien a quien se le niega el derecho a la nostalgia, o el del preso que se fuga, que jamás dejará de mirar hacia su espalda y hacia su pasado. Es por eso que en el viaje de ficción, también en el de estos casos extremos, nos hallamos frente al deseo, al deseo de descanso que será, a la postre, el que se imponga en cada voluntad. Hasta la aventura terminará por ser un anhelo de hallar reposo, pues la fatiga la produce lo que conocemos como vida real, esa de la que escapamos durante la lectura o durante el viaje, la que acosa por exceso de lo cotidiano.

“En muchas líneas llegaron a conocerlo como el hombre que quería continuar el viaje; cuando la gente le preguntaba qué era y qué hacía, él respondía:

“-Soy la persona que quiere vivir, y ahora estoy intentando hacerlo.”

La cita es del relato El judío errante, de Ruyard Kipling, y expone el espíritu de las almas que pueblan, o luchan por poblar, estos relatos: sentirse dueño de la propia vida. El viaje, o el deseo del viaje, supone el encuentro con la sensación de libertad. Y esa es, seguramente, la única impronta que exigiremos para emocionarnos, para sentirnos viajar, la misma que implica saberse vivo, estar descubriendo a través de los propios ojos y a través, también de los ojos de los extraños. Hay que poner mucha voluntad en el viaje, tanta como posee la fuerza de la buena ficción, para forjarse una existencia al margen del aburrimiento, que es una de las características de lo cotidiano, de la supuesta realidad, de lo convencional. Asistimos a la necesidad de cambiar de rumbo, que se nos impone constantemente, a cualquier hora pero, sobre todo, a las mismas en las que nos agarramos a un libro -o al cine- para que algo nos rescate del suelo que estamos pisando, el que no hemos podido elegir, aquel del que saltaremos encantados cuando emprendemos un viaje.

“Yo que, no sabiendo qué es la vida, ni siquiera sé si soy yo quien la vivo o es ella quien me vive a mí (tenga ese verbo hueco que es “vivir” el sentido que quiera tener), no os juraré nada, desde luego.”

Es ahora Fernando Pessoa el que resume el tema de la antología -que tan bellamente vuelve a editar Alba-: la ida y venida constante que tenemos en nuestra relación con lo que sucede, esa impresión de que son los demás quienes están eligiendo por nosotros, de venirnos todo impuesto, de tener que dar por supuesto que existe el destino y que el destino será fracaso a no ser que nos larguemos del lugar donde estamos. Los encuentros extraordinarios, pero también los ordinarios, nos ayudarán a ver cumplir los deseos: los del viaje, los de la ficción, los del descanso, los de la aventura. De ahí que en los relatos se vaya imponiendo la articulación de un momento clave de vida, es decir, el cambio. Lo embarazoso será reconocer que, a pesar del viaje, a pesar de la ficción, seguimos empeñados en ser las mismas personas que éramos antes de ponernos en marcha. O, tal vez, sea la vida, la vida que nos vive, la que esté empeñada en colocarnos, una y otra vez, de regreso a la casilla de salida desde la que tendremos la suerte, por otra parte, de saber que cualquier movimiento puede ser viaje.


Fuente: La línea del horizonte

LAS GRIETAS DE AMÉRICA

 

Las grietas de América

Mikel Reparaz

Península

Barcelona, 2020

374 páginas

 


Cuando en 1944 se estrena la película de Disney Los tres caballeros, la factoría Disney aclaró que cada pájaro estaba basado en un arquetipo, una idea general y tópica, que representaba a la población de Brasil, México y Estados Unidos. El representante de Estados Unidos es, a la sazón, el pato Donald. Los personajes, no hace falta decirlo, se transforman en caricaturas. El problema es que una parte de estas caricaturas se convierte en una premonición cuando alguien con mucho dinero termina por tomársela en serio. Para llegar ahí, hace falta una mentalidad muy enferma, como la de otro Donald, el actual presidente de Estados Unidos, que es también un arquetipo y que sería una caricatura de no ser por las consecuencias funestas de cada sílaba que pronuncia, de cada movimiento de uno de sus dedos. A partir de ese sentido del ridículo que deberían tener quienes confunden la realidad con la violencia, Mikel Reparaz (Arbizu, Navarra, 1975) construye esta estupenda crónica que versa sobre la estupidez humana.

“Es un libro, quizá, sobre la cara oculta de la primera democracia moderna; o sobre su cara más evidente. Sobre las desigualdades que construyeron el país desde la Revolución, sobre el poder de la supremacía blanca y la Resistencia que la combate desde el principio. Y, sí, también es un libro sobre la América de Trump. Sobre la crispación que crepita bajo la piel de un país dividido y distorsionado.”

Uno de los méritos de Reparaz es conseguir equilibrar la narración de la historia con la narración de las historias: los grandes movimientos sociales con las afectaciones a las personas. Y lo hace de modo que cada frase contenga información y pegada, pues va descubriéndonos, o redescubriéndonos, todo lo que atañe a una deriva social y psicológica peligrosa. Nos muestra a Estados Unidos como al país más dividido del mundo, o al menos en el mismo grado en que pueden estar divididas sociedades del sur del continente, donde no cesa la lucha entre dos visiones del planeta. Pero, eso sí, tomando partido, pues por un lado está la sensatez, o lo que se nos antoja sensatez porque, por el otro lado, se enfrenta al disparate. De no ser porque causa muertos, heridos, miseria, hambre y enfermedades, ese disparate, el que promueve Trump y el supremacismo blanco, el que conlleva discriminaciones de género, de raza, xenófobas o de religión, sería una caricatura del estilo a las que vemos en las sociedades que aparecen en las películas de zombis. Pero esa violencia existe y mientras a unos les hace hervir la sangre, a las víctimas les empuja a derramarla.

Reparaz se centra, sobre todo, en la historia contemporánea, aunque recurre a la fundación de Estados Unidos y a otros tiempos más alejados, cuando precisa explicar cuál es la justificación en que se amparan quienes protegen y promueven esta sociedad. Consigue explicarnos en qué consiste en fenómeno Trump y el sustrato en que pisa Trump, y que a la vez nos resulte incomprensible que esas malas hierbas hayan conseguido arraigar. Sólo cabe una explicación y esta es la estupidez. La codicia es estupidez, pero ambas cosas facilitan la construcción que nos sostiene: si alguien te dice que siendo bueno irás al cielo, tendrás que someterte a un examen continuo; sin embargo, si alguien te dice que yendo a misa los domingos irás al cielo, la ley será sencillísima de acatar y la buena ventura fácil de conseguir. Un creyente de esta ralea es capaz de matar con la sonrisa en los labios. Esta maldad es en la que beben los policías agresivos, los jueces malvados y un sistema electoral antidemocrático, tres de los pilares en los que se sustenta una sociedad que pisotea los derechos civiles con una frecuencia tan regular como los tuits de Trump. Por otra parte, Reparaz nos habla de la canción protesta o la lucha que continua la estela de Martin Luther King o Malcolm X, como alternativas bondadosas o enérgicas. El ejemplo, que es el hilo del que tirará y que hilvanará la tercera parte de la obra, es el atentado con coche -en Charlottesville, 2017- en que un loco nacionalista arremete contra los manifestantes antifascistas matando a una mujer y enviando a un montón de gente al hospital. Seguir al demente y seguir a la mujer fallecida, en una muestra de una distancia no ya mundial, sino sideral, nos explicará a la perfección en qué consiste la patología que divide a la sociedad americana. A nosotros apenas nos quedará otro consuelo que entonar un réquiem y hacer cuanto esté en nuestra mano para que la epidemia no sea contagiosa.

martes, 8 de diciembre de 2020

DIARIO DE LO NO VIVIDO

Diario de lo no vivido

Esperanza Ortega

Dilema

Madrid, 2020

545 páginas



“No hay huellas en el espacio de la poesía: las huellas son marcas de lo vivido y la poesía no trata de lo vivido, sino de lo no vivido. Igual que las imágenes en los sueños, las imágenes poéticas pasan, pero no pertenecen al pasado. ¿Hay algo más difícil que contar un sueño? Sí que lo hay, contar un poema”.

Este fragmento, que aparece en un texto de "Diario de lo no vivido”, además de indicar el sentido del título del libro, sintetiza la visión de la poesía de Esperanza Ortega, caracterizada por una mezcla de intimidad, imaginación y autenticidad, permeable, sin embargo, al dolor y la angustia de quienes comparten con ella un tiempo y un espacio de vida. En palabras de Tomás Sánchez Santiago, "toda la empresa poética de Esperanza Ortega está atravesada por un haz de resistencias: resistencia a usar un lenguaje de índole utilitaria, resistencia a abandonar la espera a pesar de las opacidades del tortuoso proceso de la creación poética, resistencia asimismo a considerar el poema como un simple producto verbal o una elaboración literaria”. "Diario de lo no vivido” recoge todos sus libros de poemas publicados, además de incluir sus "Textos anfibios”, reflexiones en prosa sobre la naturaleza y la función de la poesía.


Ahora sólo tienes una vida

bajas las escaleras
agitas tu pregunta como un pañuelo blanco
quedan sobre el tablero
peones poco ágiles y fichas sin valor

has desmigado el pan
has dejado que el agua te escurra entre los dedos
¿te das cuenta?
ahora sólo tienes una vida

vuelves a oír la voz del visitante
no la dejes morir
abre la puertecilla de su jaula
permite que acompañe a la bandada de los estorninos
la belleza
asoma en las rendijas de este gesto imposible
su rastro es tortuoso y su fulgor
alumbra hasta el abismo sin lámpara ni estrella

pero toda ella cabe
en el cielo minúsculo
de tus manos vacías

***

Me pregunto
por qué ya no destapa
su perfume
las palabras dichosas
por qué ya no las dice

o por qué no despierta de su sueño sin nombres
a la hora en que acuden los recuerdos

por qué elige la sombra
agazapada
como una pordiosera en el último piso

la alegría
por qué ya no se asoma al mirador

camina lentamente
con esos pies
tan sucios

lunes, 7 de diciembre de 2020

MILLONES DE PATRIAS

 

Millones de patrias

Javier Barrio González y Eduardo Gutiérrez Gutiérrez

Páramo

Valladolid, 2020

263 páginas

 


Comentó un clásico pensador romano que la sabiduría la alcanza aquel que no se reconoce en ningún lugar. Tal vez ese extrañamiento del mundo, esa forma de asistir a la vida como quien contempla un paisaje, sea la auténtica forma de echar raíces. El alma no tiene forma y sus raíces no tienes otra consistencia que no sea la del aire, la de la respiración y, por tanto, la que cubre el planeta. La extraña sensación de vivir tras los sentidos será la que algún día se imponga. Aunque hoy en día sufrimos el acoso constante de un mundo supereconómico que enfrenta a las raíces con la globalización, o que hace que unas comulguen con el otro y nos confunde. No se puede ser uno y todos a la vez. Se puede, eso sí, ser uno y ser el semejante, el prójimo, el amigo. Pero no todo el universo al mismo tiempo, que es lo que pretende la definición económica de la globalización, esa que te da masticado y deglutido la definición de lo mejor para ti: una patria que se asemeja al espíritu más pernicioso de la tradición, a lo rígido, a lo inmóvil.

Crear patria, hacer patria, parece ser uno de los principios por los que deberíamos guiarnos. Eso sí, patria entendida como término geográfico, con fronteras. Es un poco sorprendente encontrar un ensayo sobre la definición de patria en el que apenas se mencionen las fronteras, como sucede en este Millones de patrias, que con tanto buen afán han escrito Javier Barrio González y Eduardo Gutiérrez Gutiérrez, uno desde la definición filosófica y el otro recopilando las impresiones literarias. No termina de definirse un retrato, ni terminamos de descubrir si es bueno o malo crear un país, ni es esa la intención del libro. Entramos en debate y en el debate nos quedamos, que es le lugar del diálogo, es decir, del encuentro.

En la primera parte, la filosófica, se nos habla con un lenguaje propio de los especialistas y se presenta la vinculación del término patria al de Estado. No es posible desligar uno de otor, a juicio del autor, que da por supuesto que la forma natural de organizarse la sociedad de los hombres es la del Estado. Eduardo Gutiérrez no es ajeno al malestar que genera el clima político, las declaraciones y los discursos de actualidad, a los que rebate desde el estudio. Revisa la historia del significado del término patria, desde la filología y la filosofía, y nos habla de cómo trataron tal definición pensadores clásicos, que se entregan a intentar descubrir si debería haber una versión de amor mediatizada por la pertenencia y la identidad. Gutiérrez se entrega al lenguaje y a las múltiples facetas del lenguaje, incluida la visión desde la antropología -que posee más interés en sus manos que la que retrata desde la teoría política-, para hablarnos de un concepto que no cesa de ser una utopía. “La dialéctica de los Estados, y no la dialéctica de clases, es el motor fundamental de la Historia”, comenta, obviando un poco que los Estados han sido sistemas de distribución de poder y, por tanto, de perpetuar clases, al margen de las fronteras que los definen, que imponen también clases entre Estados.

Javier Barrio se encargará de revisar la patria reflejada en la literatura a través de múltiples ejemplos, de novelas y poesía, para terminar centrándose en la propia literatura como patria. El texto está colmado de citas extensas, que se agradecen y que, como comenta el autor en algún momento, deberían llevarnos a los textos enteros a los que se refiere. La lista de autores que pasa por las pantallas de la revisión de patria es abrumadora y concluyente: Cervantes, Machado, Alberti, Goytisolo, Camus, Papini, Cavafis, Pessoa, Rilke, Zweig, Semprún, Juan Ramón Jiménez o Kafka, por mencionar solo a alguno de ellos. Aunque más elocuente es la lista de conceptos que identifica con patria, o que se han identificado con patria a lo largo de la historia de la literatura: la lengua, la fe, la infancia, la región -las raíces-, el viaje, el padre y la madre. Pero la conclusión nos llevará a otro mundo, ese del que se pueden aprovechar los manipuladores para hacernos creer que patria es lo que ellos definen y debe imponerse en nuestra voluntad, que es mundo emocional y que en literatura, y en filosofía pero no en la actualidad política, nos lleva a tratar asuntos que afectan a la sensibilidad, a la dignidad, a la humanidad. En un perro mundo económico, patria debería ser un concepto vinculado a la belleza.

sábado, 5 de diciembre de 2020

JENISJOPLIN

 

Jenisjoplin

Uxue Alberdi

Consonni

Bilbao, 2020

252 páginas

 


El realismo puede resultar lo menos creíble. Existe un serio riesgo de no tomarnos en serio lo que le sucede a nuestro vecino del piso de arriba cuando lo vemos reflejado en una narración. Unos días normales, agitados por una serie de sucesos que arrancan de la realidad y que son los mismos que la sacuden, pueden hacernos pensar que no, que esas cosas no suceden. Como pueden no estar sucediendo esos diálogos que parten de algo que uno puede llamar miedo -miedo a la enfermedad crónica, a la que llevó a la muerte a tanta gente pero que en el año 2010 no tenía ya el mismo rostro-, en los que la generosidad de la autora da voz a los protagonistas. Son conversaciones a pie de calle, sin ánimo de deslumbrar, de buscar esa frase que cierre cualquier diálogo, ese aforismo que nos deje con la pregunta destrozada en la mano. A veces hay que programar con cuidado los momentos en los que se sustituye la voz del narrador por los instantes de conversaciones, pues no resulta sencillo salir de ellas transformados, que los personajes no sean los mismos al final de la diminuta tertulia. Aunque en este caso, en Jenisjoplin, esa impresión obedece a un deseo de profundizar en un retrato, que es lo que pretende Uxue Alberdi (Elgoibar, 1984) en esta novela.

Con una sencilla estructura itinerante, entre unos escenarios urbanos que no son los que invierten la acción, pero sí los que condicionan, y con una redacción en la que se impone la versión correcta antes que cualquier alarde gratuito de prosa, asistimos a una construcción de la identidad minuto a minuto. Porque las circunstancias, el entorno, no ofrecen ocasión de descanso y necesitamos afirmarnos sobre unos cimientos que nos cuesta tanto mantener, unos cimientos que deberían ser morales. A la hora de la verdad somos construcción social y la sociedad en la que vivimos no ofrece registros de consuelo. Los sofás donde descansa la convivencia están colocados junto a los verdaderos amigos, que se reducen a media docena si uno ha tenido suerte o se ha forjado buena suerte. Uno tiene la impresión de que esta joven Jenisjoplin está poseída por un malestar social que no sabe identificar y cuya cura es descubrir que no hemos dejado de ser naturaleza. Se mueve en un mundo artificial, falso, en una farsa, y lucha, constantemente, por mantener la cordura. El sida será el detonante, una bomba que tiene algo de anacrónico. Pero es que los anacronismos balsámicos son la fuente de la que beben los personajes, unos seres, sobre todo la protagonista, que sienten nostalgia por un mundo que no conocieron: ella se define como alguien con espíritu de los ochenta, como alguien que debería haber sido joven en esa década, un tiempo que en nuestro país intentaba recuperar los años sesenta del mundo occidental. Se nos remite así a un tiempo doblemente fuera del presente, como demuestra ese afán por liberarnos sexualmente, una culpa que sigue agarrada a nuestra nuca como si de verdad floreciera al nacer el pecado original.

Jenisjoplin busca pasiones extremas porque las medidas distancias la dejan indiferente. Tiene una edad complicada, una edad en la que a uno le presiona demasiado esa necesidad de hacerse mayor, de tomar las riendas de la propia vida, de dar por finalizada la adolescencia, que todavía nos acaricia con el rabo de Satanás, para bautizarse en el mundo adulto. Es posible que esa sea la clave de esta novela, que podría estar sucediendo en el piso de arriba.

jueves, 3 de diciembre de 2020

NIRLIIT

 

Nirliit

Juliana Léveillé-Trudel

Traducción de Iballa López Hernández

Barrett

Sevilla, 2020

158 páginas

 


El sentido de la inmortalidad, o de su búsqueda, está en negarse a morir. Así de sencillo resulta explicar la costumbre de aferrarnos a unos kilos de carne y una cobertura de piel, que aterrizaron en este planeta por puro azar. En este mundo dividido todos somos diferentes y esas diferencias, las de raza o las de género, las de escalones generacionales, por ejemplo, no importan. Las que se imponen y nos destrozan son las diferencias económicas, las que han decidido crear los poderosos, los malvados. Entre ellas una neocolonización en tierras extremas, allí donde todavía se crean las leyes a golpe de sobrevivir por encima de los demás, que son leyes de la jungla, aunque, en este caso, se trate de las leyes del territorio del hielo. En el norte del planeta viven seres con una mirada distinta a la de los occidentales, gente que todavía conserva el concepto tribu en el que, por ejemplo, los niños son hijos de todo el pueblo. Se trata de un grupo de personas a las que se les arrebató su territorio y se les entregó una vida resuelta que consiste en botellas de alcohol, cabañas y coches. Mientras sus días carecen de utilidad, los exiliados de occidente, trabajadores que acuden al reclamo del falso oro que se extrae de la tierra, abusan de las mujeres e imponen un régimen de violencia.

A ese territorio aterriza la autora del libro, que se enfrenta a un cosmos dividido y la división es otra forma de violencia. Con afán de denunciar la violencia, todo tipo de violencia, Juliana Léveillé-Trudel (Montreal, 1985) escribe esta obra que es testimonio y es, a la vez, coral, una sucesión encadenada de los hechos de los que es testigo: una confrontación de costumbres que es mucho peor que la disonancia cultural, una exposición salvaje del racismo de estado o la xenofobia interior, una expresión de la marginación hacia las mujeres. No hay ganadores, pero los mayores perdedores del lugar, la comunidad inuit, si cae en excesos ilegales no se podrían considerar delincuencia, pues son respuesta a una opresión violenta, la que impone en peor paradigma creado por los occidentales, a quienes solo les interesa el beneficio desde sus despachos en los que controlan los mercados financieros.

Sobresalen, aquí y allá, en algunos momentos atisbos de belleza, que tienen que ver con el paraje y nos ofrecen consuelo ante la destrucción, ante la exposición de excesos. Entre la inhumanidad y la humanidad, entre esa tensión, se exploran los límites hasta el punto de ir creando una suerte de preguntas existencialistas en la mente del lector. En realidad, uno termina cerrando el libro y rememorando aquellas palabras con las que Albert Camus nos adentraba en El mito de Sísifo: “No hay mas que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio”.

 

miércoles, 2 de diciembre de 2020

LOS DÍAS DEL CÁUCASO

 

Los días del Cáucaso

Banine

Traducción de Regina López Muñoz

Siruela

Madrid, 2020

311 páginas

 


Los movimientos del corazón, que son otra forma de conocimiento, concentran una sustancia en la que se pueden aunar muchos tóxicos, pero en la que nos gustaría comprobar que nada el regaliz, la arena de la playa, el primer beso, la bicicleta y la música de la verbena del pueblo. Sobre esa consistencia, la de la nostalgia, se puede escribir con las diferentes versiones de los sabores de la memoria, desde la que nos está matando por no poder bañarnos de nuevo en el mismo río, a la que no nos impide envejecer sin dejar de sonreír. De este segundo calado son estas hermosas memorias de Banine (Bakú, 1905 – París, 1992) que nos demuestra cómo debe intrincarse el recuerdo con los latidos del corazón. Banine cierra los ojos para rememorar sus días en el Cáucaso, antes de la invasión bolchevique, en un ambiente que nos resulta de lo más enigmático: es de alta burguesía al tiempo que se respetan las normas musulmanas. Y si nos resulta enigmático es por lo poco frecuente, por la escasez de este tipo de testimonios contemporáneos, que a nuestros ojos conservan un aire exótico al tiempo que no podemos evitar identificarnos con los protagonistas.

El libro es un retrato de un país y su gente, escrito con un lirismo a caballo entre lo asiático, propio de un Oriente próximo, y lo europeo, pues los sentimientos que conmueven a los protagonistas son muy semejantes a las que podemos leer en las novelas francesas del siglo XIX. Banine nos habla de una infancia feliz y de una juventud también feliz, pero en la que no se pueden eludir los escollos que salen al paso en esas etapas, que no son tanto las razones sociales como las del amor: por las personas y por las figuras ideales, por alguien de otro sexo y por aquellos a los que te gustaría semejarte o igualarte. Se va desplegando así el texto en un lirismo sensato, de los que no engañan a nadie: Banine ha venido para relatarnos que su paso por el mundo ha sido grato y no esconde las intenciones. A eso se le suele atribuir el adjetivo sincero, por mucho que alguien trate de tacharlo de ingenuidad. El ingenuo, en cualquier caso, ya lo sabían los clásicos griegos, es un hombre libre. Y la libertad se va enlazando con la felicidad en un tiempo en el que serán seres simbiontes. De eso trata este libro que nos lleva a reflexionar acerca de la literatura de la memoria: existen las versiones de nuestra infancia, que suelen tener consistencia más bien encantadora, frente a las versiones de nuestro pasado inmediato, como en los diarios, en los que la memoria trabaja contra el contexto -bastan los ejemplos de Pavese, de Renard, de Gide-. Que cualquier tiempo pasado fue mejor quiere decir que nuestra supervivencia, y eso incluye al amor por quien fuimos, está por encima de cualquier otro atributo que se impone en esto que llamamos, de nuevo, realidad, y que tanto nos cuesta definir.

viernes, 27 de noviembre de 2020

UN PEQUEÑO DEMONIO

 

Un pequeño demonio

Fiódor Sologub

Traducción de Manuel Abella

Mármara

Madrid, 2020

481 páginas

 


Pueblo chico, infierno grande. El refrán popular hace referencia a una serie de miserias que se practican, o se viven en la práctica, en las aldeas: la intromisión en la existencia de los demás, el hábito de mascullar maldiciones contra los otros, la manía de ponerse verdes, la fea idea de considerar que hay enemigos siempre al acecho y ser uno mismo enemigo, el cotilleo, el marcaje, la mala saña colgada contra el vecino porque en algún lugar hay que colgarla. Esta vida de provincias aparece retratada en Un pequeño demonio, explicándonos que se trata de una forma de vivir por inercia y sin encanto: “A los hombres no nos hace falta la belleza”, le dice el protagonista a otro personaje, “en cambio a usted, continuó dirigiéndose a Marta, las pecas no le sientan bien. Nadie se querrá casar con usted. Debería lavarse el rostro con salmuera de pepinillos”.

Escrita con la estrategia del folletín, la novela surge de un personaje lleno de complejos, que se está envalentonando a sí mismo constantemente, dándose el protagonismo que, a fin de cuentas, todos creemos tener, pues todos somos el centro de nuestro propio mundo. Pero este personaje se toma tan en serio sus pequeñas aspiraciones -un ascenso, el matrimonio-, que se convierte en una caricatura. Resulta muy sencillo, y muy frecuente, que se salga de quicio y se olvide, como en la muestra anterior, hasta de la cortesía más elemental. No cesa de ver en cada mujer a una pretendiente, y a la figura femenina como una fuente de una maldad provinciana. Pero el amor no existe, no tiene cabida en sus aspiraciones, porque para él sólo existe la apariencia. No es extraño que hacia la mitad de la novela comience a aparecer la sabandija que da título a la obra, un ser que se presenta en los momentos de duda, que son la gran maldición que sufre quien no tiene la autoestima bien cimentada, alguien para quien la codicia se impone con un atributo cutre, vulgar, ramplón.

El matrimonio aparecerá idealizado hasta el sarcasmo entre unos personajes que comienzan por regirse como arquetipos: tienen mucho de construcción social. De hecho, obedeciendo a la literatura propia del siglo XIX, pues está escrita a caballo entre éste y el siguiente, las descripciones físicas nos hablan ya de la calidad moral de cada uno de ellos, son algo más que el rostro, son la versión del carácter. Aunque la trama se va desarrollando como si se tratara de una comedia de enredo, estamos frente a algo mucho más grave, mucho más contundente. Fiódor Sologub (San Petersburgo, 1863 – 1927) no se quedará en el costumbrismo, sin renunciar a darle ese aspecto a la obra, pues nos habla del deseo de ser la salvación de uno mismo y que ese ser que creamos, esa ficción, sea, a su vez, el salvador, el ancla y el faro, de los demás. El protagonista está deseando deslumbrar y se convertirá en un objeto de burla por sus propios méritos: “No tengo por qué ponerme a leer libros prohibidos. Yo no leo nunca. Yo soy un patriota”.

“Según sucede a menudo -especialmente en nuestra época-, el destino de la belleza es ser pisoteada y vilipendiada”, comenta el narrador omnisciente, trasunto del propio Sologub, en una de las muchas observaciones que denuncian la realidad que en buena medida nos toca vivir. Porque el punto fuerte de esta novela, que se apunta muchos puntos fuertes, es transmitir la capacidad de observación social y psicológica del autor. De ahí que se convierta, necesariamente, en un clásico.

martes, 24 de noviembre de 2020

KITCH

 

Kitch

Anthony Joseph

Traducción de Ben Clark

Entreambos

Barcelona, 2020

377 páginas

 


Llega una edad en la que uno deja de cumplir años. A partir de entonces, sólo se cumplen estados de ánimo. La forma de mantenerse a flote será luchar por no olvidar los sueños azules que te hicieron fuerte. Anthony Joseph (Puerto España, Trinidad y Tobago, 1966) elige a alguien que cumple esta máxima para narrarnos su historia, una vida muy musical. Lord Kitchener se consagró al ritmo del calipso y nosotros asistimos a su biografía desde la mirada de quienes compartieron sus días, y sus noches, con el protagonista. Joseph salta de un narrador a otro para ir componiendo una vida relatada en pequeños fragmentos, porque así es como funciona la memoria: nadie se acuerda de los sucesos en un continuo, sino mediante saltos temporales, mediante la repetición de los momentos a través de pantallas mentales y, sobre todo, del lenguaje. Un lenguaje que en este caso busca la musicalidad, bien reproducida por Ben Clark, cuya muestra mejor es el inicio de la obra, una descripción del paraje caribeño de Trinidad y Tobago que nos transporta con todo el cuerpo a las islas. Las enumeraciones serán uno de los puntos fuertes de la literatura de Joseph, una potente y sazonada herramienta de descripción.

A la suma de las varias voces, se añaden momentos de narración exterior, incluso la reproducción de alguna entrevista o algún recorte de prensa. Todo ello porque forma parte de esa inmersión en la vida del músico, acompañando a los testigos en una cadena de puntos de vista que nos remite a las técnicas documentales en las que los amigos, los conocidos, los compañeros, van hablando sobre el protagonista en la medida en que lo conocieron. Se nos ocurre pensar, salvando las distancias, en Zelig, de Woody Allen, como técnica narrativa semejante, pues en ambos la invención se impone por encima del retrato. Y en ambos se habla de una época, de una evolución. En este caso, de un mundo en marcha, cambiante, una etapa, entre los años cuarenta y los setenta, en la que las antiguas colonias van entregándose a la independencia con más o menos fortuna. Es un momento en el que muchas culturas necesitan aferrarse a la idiosincrasia para resistir ante el abismo de la economía que se abre a sus pies. Y una de las fuentes de dicha idiosincrasia será, precisamente, la música, aunque adopte el formato algo ingenuo del calipso. En ese sentido, la ingenuidad está poniendo suelo bajo los pies, mientras vemos reflejado el racismo, la xenofobia y el colonialismo como decorado sobre el que se mueve nuestro protagonista.

Tartamudo y vividor, pobre de nacimiento y mujeriego, con una descomunal confianza en sí mismo, Lord Kitchener protagoniza una biografía que revoluciona un género, el de la novela de iniciación. El libro es una suerte de Bildungsroman sin fraguar, es decir, una demostración de que la vida se nos presenta como tal, como una novela de iniciación, cuando eres un crío y cuando envejeces, y en todas las etapas que suceden en ese tiempo. No olvidar los sueños, ni cuando te exilias a Inglaterra ni cuando regresas a Trinidad y Tobago, será el sustrato que nos ayudará a no caer en la demencia.