martes, 24 de noviembre de 2020

KITCH

 

Kitch

Anthony Joseph

Traducción de Ben Clark

Entreambos

Barcelona, 2020

377 páginas

 


Llega una edad en la que uno deja de cumplir años. A partir de entonces, sólo se cumplen estados de ánimo. La forma de mantenerse a flote será luchar por no olvidar los sueños azules que te hicieron fuerte. Anthony Joseph (Puerto España, Trinidad y Tobago, 1966) elige a alguien que cumple esta máxima para narrarnos su historia, una vida muy musical. Lord Kitchener se consagró al ritmo del calipso y nosotros asistimos a su biografía desde la mirada de quienes compartieron sus días, y sus noches, con el protagonista. Joseph salta de un narrador a otro para ir componiendo una vida relatada en pequeños fragmentos, porque así es como funciona la memoria: nadie se acuerda de los sucesos en un continuo, sino mediante saltos temporales, mediante la repetición de los momentos a través de pantallas mentales y, sobre todo, del lenguaje. Un lenguaje que en este caso busca la musicalidad, bien reproducida por Ben Clark, cuya muestra mejor es el inicio de la obra, una descripción del paraje caribeño de Trinidad y Tobago que nos transporta con todo el cuerpo a las islas. Las enumeraciones serán uno de los puntos fuertes de la literatura de Joseph, una potente y sazonada herramienta de descripción.

A la suma de las varias voces, se añaden momentos de narración exterior, incluso la reproducción de alguna entrevista o algún recorte de prensa. Todo ello porque forma parte de esa inmersión en la vida del músico, acompañando a los testigos en una cadena de puntos de vista que nos remite a las técnicas documentales en las que los amigos, los conocidos, los compañeros, van hablando sobre el protagonista en la medida en que lo conocieron. Se nos ocurre pensar, salvando las distancias, en Zelig, de Woody Allen, como técnica narrativa semejante, pues en ambos la invención se impone por encima del retrato. Y en ambos se habla de una época, de una evolución. En este caso, de un mundo en marcha, cambiante, una etapa, entre los años cuarenta y los setenta, en la que las antiguas colonias van entregándose a la independencia con más o menos fortuna. Es un momento en el que muchas culturas necesitan aferrarse a la idiosincrasia para resistir ante el abismo de la economía que se abre a sus pies. Y una de las fuentes de dicha idiosincrasia será, precisamente, la música, aunque adopte el formato algo ingenuo del calipso. En ese sentido, la ingenuidad está poniendo suelo bajo los pies, mientras vemos reflejado el racismo, la xenofobia y el colonialismo como decorado sobre el que se mueve nuestro protagonista.

Tartamudo y vividor, pobre de nacimiento y mujeriego, con una descomunal confianza en sí mismo, Lord Kitchener protagoniza una biografía que revoluciona un género, el de la novela de iniciación. El libro es una suerte de Bildungsroman sin fraguar, es decir, una demostración de que la vida se nos presenta como tal, como una novela de iniciación, cuando eres un crío y cuando envejeces, y en todas las etapas que suceden en ese tiempo. No olvidar los sueños, ni cuando te exilias a Inglaterra ni cuando regresas a Trinidad y Tobago, será el sustrato que nos ayudará a no caer en la demencia.

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