Por
el río
Olivia
Laing
Traducción
de Nuria de la Rosa Regot
Paidós
Barcelona,
2025
254
páginas
Las
ideas con más valor se suelen formular a modo de preguntas: ¿Y acaso no es necesario disolver el yo
si se quiere ver el mundo desprotegido?». Eso expresa Olivia Laing
(Buckingamshire, 1977) mientras viaja siguiendo el cauce del río Ouse, el mismo
en el que se sumergió Virginia Woolf cuando decidió que vivir no tenía sentido.
El viaje que describe convive al mismo tiempo de los fantasmas de la escritora
y de la naturaleza con la que todavía se puede convivir en las riberas de los
ríos. El tono que brotará de la inteligencia y la sensibilidad de Laing nos
invita a haber querido acompañarla en el viaje, pero nace, esencialmente, de un
espíritu contradictorio, algo así como de «los deseos irreconciliables de la
soledad y la compañía» que también están presentes en la literatura de Virginia
Woolf. Esta vida contradictoria es la misma que está presente en la vida de la
escritora, sobre la que se vuelve una y otra vez a lo largo de estas páginas,
pues la lectura de cabecera de Laing serán los diarios de Woolf. Aunque no será
la única referencia presente: por ahí circula Kenneth Grahame y las criaturas
de El viento en los sauces, por ejemplo, o la depresión melancólica de Irish
Murdoch. En realidad, cuando Laing sale de la descripción del viaje, no se
molesta en ocultar las costuras, dejando al lector la tarea de asociar lo que
uno ve con lo que uno sabe o siente.
La
base, tanto de las lecturas como de la observación, de lo que transmite Laing
es la necesidad de prestar atención. A partir de ahí, a partir de considerar
que el mundo es un sitio donde hay millones de cosas que descubrir, brotará
este espíritu que contiene casi toda la literatura de Laing, esa poesía en la
que el estudio contribuye a construir la sensibilidad. Es cierto que lo que uno
ve es lo que uno sabe, pero también que uno no cesa de cambiar lo que uno sabe
y, en las mejores ocasiones, incluso incrementarlo. Para ello lo mejor es
viajar sin prisa: «Unas veces, el caminante solitario siente que vuelve atrás
en el tiempo, y otras, que se encuentra en el umbral de un mundo distinto,
aunque es imposible adivinar si se trata del cielo o del infierno». Ni los
regresos en el tiempo ni los umbrales son sitios donde uno va a encontrar
certezas. Como no lo es la naturaleza, a no ser que uno sea biólogo. A la hora
de la verdad, una disciplina como la historia natural, a la que también acude
Laing de vez en cuando, con lo que mejor se relaciona es con la magia. Los
mitos, las leyendas y los cuentos están más cerca del mundo secreto de la mente
que las taxonomías científicas.
En
ese mundo secreto se esconde, además, un sentimiento tan trágico y conmovedor
como es la aflicción, que parece ser el que caracterizó a la vida de Virginia
Woolf. Para intentar comprender, mientras uno trata de conocer, mientras busca
el contacto con los recodos sanos de la naturaleza que van quedando, la única
pauta imprescindible es la soledad. De hecho, aunque a lo largo de los días que
dura el viaje Laing menciona encuentros, en ningún momento aparece un diálogo,
ni siquiera un saludo. Si los hubo, Laing parece querer obviarlos para que en
el texto sólo aparezca aquello que ella considera que de verdad nos construye,
y que tiene que ver con el pasado, con la memoria, y con ir haciendo memoria
como quien hace alma. Que es el objetivo final de esta obra. Como siempre,
Laing demuestra que es una de esas escritoras que nos ayudan a sentirnos más
humanos. ¿Qué otra cosa merece más la pena?
Fuente: Zenda
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