sábado, 23 de agosto de 2025

POR EL RÍO

 

Por el río

Olivia Laing

Traducción de Nuria de la Rosa Regot

Paidós

Barcelona, 2025

254 páginas


 


Las ideas con más valor se suelen formular a modo de preguntas: ¿Y acaso no es necesario disolver el yo si se quiere ver el mundo desprotegido?». Eso expresa Olivia Laing (Buckingamshire, 1977) mientras viaja siguiendo el cauce del río Ouse, el mismo en el que se sumergió Virginia Woolf cuando decidió que vivir no tenía sentido. El viaje que describe convive al mismo tiempo de los fantasmas de la escritora y de la naturaleza con la que todavía se puede convivir en las riberas de los ríos. El tono que brotará de la inteligencia y la sensibilidad de Laing nos invita a haber querido acompañarla en el viaje, pero nace, esencialmente, de un espíritu contradictorio, algo así como de «los deseos irreconciliables de la soledad y la compañía» que también están presentes en la literatura de Virginia Woolf. Esta vida contradictoria es la misma que está presente en la vida de la escritora, sobre la que se vuelve una y otra vez a lo largo de estas páginas, pues la lectura de cabecera de Laing serán los diarios de Woolf. Aunque no será la única referencia presente: por ahí circula Kenneth Grahame y las criaturas de El viento en los sauces, por ejemplo, o la depresión melancólica de Irish Murdoch. En realidad, cuando Laing sale de la descripción del viaje, no se molesta en ocultar las costuras, dejando al lector la tarea de asociar lo que uno ve con lo que uno sabe o siente.

La base, tanto de las lecturas como de la observación, de lo que transmite Laing es la necesidad de prestar atención. A partir de ahí, a partir de considerar que el mundo es un sitio donde hay millones de cosas que descubrir, brotará este espíritu que contiene casi toda la literatura de Laing, esa poesía en la que el estudio contribuye a construir la sensibilidad. Es cierto que lo que uno ve es lo que uno sabe, pero también que uno no cesa de cambiar lo que uno sabe y, en las mejores ocasiones, incluso incrementarlo. Para ello lo mejor es viajar sin prisa: «Unas veces, el caminante solitario siente que vuelve atrás en el tiempo, y otras, que se encuentra en el umbral de un mundo distinto, aunque es imposible adivinar si se trata del cielo o del infierno». Ni los regresos en el tiempo ni los umbrales son sitios donde uno va a encontrar certezas. Como no lo es la naturaleza, a no ser que uno sea biólogo. A la hora de la verdad, una disciplina como la historia natural, a la que también acude Laing de vez en cuando, con lo que mejor se relaciona es con la magia. Los mitos, las leyendas y los cuentos están más cerca del mundo secreto de la mente que las taxonomías científicas.

En ese mundo secreto se esconde, además, un sentimiento tan trágico y conmovedor como es la aflicción, que parece ser el que caracterizó a la vida de Virginia Woolf. Para intentar comprender, mientras uno trata de conocer, mientras busca el contacto con los recodos sanos de la naturaleza que van quedando, la única pauta imprescindible es la soledad. De hecho, aunque a lo largo de los días que dura el viaje Laing menciona encuentros, en ningún momento aparece un diálogo, ni siquiera un saludo. Si los hubo, Laing parece querer obviarlos para que en el texto sólo aparezca aquello que ella considera que de verdad nos construye, y que tiene que ver con el pasado, con la memoria, y con ir haciendo memoria como quien hace alma. Que es el objetivo final de esta obra. Como siempre, Laing demuestra que es una de esas escritoras que nos ayudan a sentirnos más humanos. ¿Qué otra cosa merece más la pena?


Fuente: Zenda

 

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