martes, 31 de agosto de 2021

AL MARGEN

 

Al margen

Rafael Barrett

Malpaso

Barcelona, 2021

237 páginas

 


El mundo ha ido adquiriendo un color de rata tan mezquino, que hace falta poner mucho entusiasmo en la denuncia para que asomen rayos de luz. El entusiasmo, lo sabían los griegos, lo poseen a raudales los poetas y los enamorados. Es imposible enamorarse del color de rata, a no ser que uno sea un psicópata, pero es probable enamorarse del bote de pintura con el que se puede cambiar ese color por un azul cobalto, un verde esmeralda o incluso un rosa chicle. Hoy los que supuestamente enarbolan las banderas de la denuncia son una pandilla de desalmados llenos de ruido y furia. Vivimos bajo un fuego cruzado de improperios, pero incluso en ese estercolero crecen las amapolas. Lo que necesitamos es mucho entusiasmo para verlas, y una pasión desaforada para pensar que una amapola se transformará, sí o sí, en una campiña llena de flores porque sí existe el alma y en las secciones buenas del alma.

Rafael Barret (Torrelavega, 1876 – Arcachón, Francia, 1910) forma parte de esos divulgadores, o periodistas o escritores, tal vez cronistas, que siguen demostrando que no se trata tanto de un juego de equilibrio, entre la denuncia y el entusiasmo, como de una clara toma de partido a favor del segundo. Para que crezcan las amapolas en el estercolero, será necesario abonarlo. Con un estilo tan pasional como el de Julio Camba, por ejemplo, enfoca cuestiones de poder y de justicia. Barret parece considerar que no existe verdadero poder sin justicia social, sin que se permita el bienestar individual, que no consiste tanto en la posesión de lo codiciado como en desalojar la codicia de los pulmones. Es necesaria esa bondad para eludir la tiranía: “No hay verdadero amor a los hombres donde no hay cólera contra la estúpida injusticia de los dolores humanos. Entre seminaristas se emparentará tal vez la mansedumbre de Pellico con la del cordero pascual. Si embargo Jesús azotó a los mercaderes, maldijo a los ricos y a los poderosos, y llamó a los fariseos raza de víboras”.

“La humanidad se parecerá al hombre”.

La impresión que da es la de estar pontificando. Sin embargo, a medida que nos adentramos en los artículos que aquí se recopilan, nos damos cuentas de que su afán es sembrar dudas. Barret nos obliga a cambiar de dirección, a pensar de forma divergente cuando sentimos la tentación de guiarnos por tópicos, por ideas acomodadas que nos facilitan flotar en el mundo color de rata. Pero de lo que se trata no es de flotar, es de navegar. De ahí que sus mejores expresiones surjan cuando abandona temas de política institucional y se entregue a la naturaleza: entonces descubrimos que en este hombre el lirismo se imponía a cualquier clase de rencor y nos damos cuenta de que ser valiente y ser sincero son sinónimos. Por eso agradecemos tanto la recuperación de su obra.

domingo, 29 de agosto de 2021

SI LA ADELFA SOBREVIVE AL INVIERNO

 

Si la adelfa sobrevive al invierno

Stefan Popa

Traducción de Catalina Ginard Féron

Armaenia

Madrid, 2021

437 páginas

 


Un escritor puede inventarse una aldea, una región o una gran ciudad para narrar sus historias, para crear unas leyes ficticias que se gestan en su imaginación y consiguen ser coherentes en la del lector. Ahí está Macondo, Yoknapatwpha o la heroica ciudad que dormía la siesta. Pero existen los lugares y las gentes que en el otro relato, el de la realidad, han dejado de existir; es decir, existen las gentes ocultas, escondidas, remotas incluso en tiempos de Google Maps. Existen todavía, pues su posible caída en el olvido se anuncia temprana. Stefan Popa (Vleuten-DeMeern, 1989), un autor que conoce bien la zona de los Balcanes, se acerca a la zona donde confluyeron tantas culturas para hablarnos de los arrumanos. Se trata de un pueblo de pastores, una gente que se nos retrata como humilde y que convive con tantísimas otras personas de diverso origen. Al contario que en Macondo o Yoknapatawpha, el territorio donde habitan los arrumanos ha tenido una frontera demasiado permeable, ha sido presa de demasiadas codicias y ha sufrido cientos de conflictos, aunque muchos de ellos fueran de paso. Cuando uno lee acerca de los Balcanes, le resulta casi imposible obviar Un puente sobre el Drina, la obra de Ivo Andric que refleja las circunstancias de una región que siempre ha estado en las rutas de los conquistadores y las pretensiones de los imperios.

La historia de los Balcanes es semejante al ave Fénix, una historia de pueblos que se ven obligados a renacer, a reinventarse, a buscar su recodo en el que sobrevivir para poder crear una vida a partir de entonces. Este es el espíritu que sobrevuela en la novela: conseguir que exista lo que parecía desaparecido, recordar que a través del relato se recupera la identidad social, histórica y cultural, todo eso que, a veces sin que nos apetezca, contribuye a construirnos. Podríamos hablar de un relato cauterizante, si consideramos que el renacimiento del ave Fénix es también una cauterización. Consumidos casi hasta las cenizas, los arrumanos, que da la sensación de que los conflictos no les permitieron ser, se nos presentan vivos, pero con anuncio de muerte.

El protagonista de la novela es un profesor al que el médico le vaticina seis meses de vida a causa de un tumor cerebral. Y a lo largo de su existencia se ha visto obligado a reinventarse varias veces, como tras la temprana muerte de su madre, la de su mujer y la, más temprana aún, muerte de su hija. Su anhelo de vivir es templado, como si asistiera al mundo a modo de espectador y no de protagonista: “Ya nada importaba. La muerte de su madre había liberado a Pitu, la muerte de su mujer lo había aislado, la muerte de su hija le permitía destruirse”. Se trataría de una obra costumbrista si estuviéramos familiarizados con las costumbres. Pero no lo estamos. Tal vez sí con la secuencia que se alterna al relato del presente, que es la del padre en plena guerra. ¿De qué guerra se trata? A la hora de la verdad, no importa, pues la idea es saber que la guerra fue parte del pasado de todos los arrumanos, y de todos los pueblos que les acompañan. El lugar del que nos habla Popa se antoja al margen del tiempo, como si estuviera congelado desde hace cien años. Pero, de repente, los protagonistas hablan de Netflix o de los Pokémon. Y nos damos cuenta de que bien podría tratarse de gente con la que conviviríamos si no les estuviéramos dando la espalda. Y es entonces cuando la novela consigue el efecto buscado, que es el de considerar que no todo se ha perdido, que cabe resurgir, que el hecho de que exista el relato ya está haciendo brotar sangre de las cenizas.