Testamento de juventud
Vera
Brittain
Traducción
de Regina López Muñoz
Errata
Naturae y Periférica
2019
846
páginas
“Muy pocas características del ser humano resultan tan desconcertantes como la capacidad de reducir acontecimientos de escala mundial a su propia dimensión”.
Y
esta bien podría ser una de las virtudes de un gran libro: ser capaz de
insertar todo el mundo en una sola historia. Una virtud que posee, con una
combinación exacta de peso y ligereza, Testamento
de juventud, de Vera Brittain (Newcastel-under-Lyme, 1893 – Wimbledon,
1970). Ligereza por su medida capacidad expresiva y el logro preciso de
imágenes narrativas, que nos lleva a leer las más de ochocientas páginas de
memorias sintiendo que somos parte de la historia, una historia que retrata
mucho más que a una persona, mucho más que a una generación. Peso por la impresionante
potencia que sentimos que estalla a cada paso, con su dosis de poesía y su
espíritu de reconciliación. Pues tal vez éste, la reconciliación, sea el gran
tema de un libro que a día de hoy se lee como historia y como humanidad. Es un
retrato moral de una mujer que se abre camino a partir de algo inevitable: ayudar
a los demás es un acto que, sencillamente, sucede, debe suceder, está
sucediendo.
Se
trata de una descripción sobre la resiliencia de la clase media y sobre la
resiliencia de la mujer. En una etapa en la que ellas intentan que se las vea,
que se igualen derechos, que se sienta su presencia más allá de los hogares e
incluso dentro de los hogares, Brittain se ve inmersa en la Primera Guerra Mundial
participando como enfermera voluntaria. Su relato, pura narración expresada con
una sencillez que da envidia, estructurada con una sencillez inaudita y
agradecida, trata con mimo a la memoria y, sobre todo, a los sentimientos que
provoca la memoria, que son tan intensos como los del presente. Y así nos vemos
siendo la propia Brittain durante la lectura. Es inevitable participar del
relato, de esta evolución desde la ingenuidad hacia lo que viene después de la
ingenuidad, que tal vez sería la vida adulta si el mundo se lo permitiera.
Mientras ella lucha, no hay lugar ni permiso para las neurosis: aquí solo cabe
seguir viviendo y provocar desencuentros con resentimientos, con la tradición
estreñidísima que impregnaba Europa, contra las segregaciones -de clase, de
género, de edad, de cuna, de nación-.
La
sensación que se impone es la de un paseo. Brittain revisa años de su vida, en
los que la poesía marca las etapas, revisitando aquí y allá si diario y sus
cartas, como si caminara meditando. Pasear y pensar devienen sinónimos, se
convierten en la misma cosa, en el mismo acto, en el mismo pecado. Porque el
libro es demasiado brillante como para no considerar que contenga culpa, propia
y social, como para pensar que saldremos de él igual que entramos. Es un
despliegue de estados de ánimo que apenas se preocupa de recrearse en ellos de
forma directa, estados de ánimo que debemos ir deduciendo, porque se nos habla
con una distancia contemplativa que nos hace pensar, constantemente, hasta qué
punto no habrá, a pesar de todo, una búsqueda de la belleza. En cualquier caso,
se nos adiestra en la serenidad. Brittain consigue no caer en ningún tipo de
patetismo y sortea las tentaciones de la autocompasión. Construye el libro del
modo más sencillo posible y nos entrega un libro en el que hallamos valor y
consuelo. Uno de los mejores que leeremos este año.
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