Cruz
Nicolás
Ferraro
Delito
Barcelona,
2019
250
páginas
Uno
nace con buena parte del destino escrito en el apellido. La herencia familiar
desnorta con demasiada frecuencia, pero si, a mayores, el apellido tiene un
peso simbólico, como por ejemplo Cruz, uno puede sentir que está condenado, que
alguien le escribió el guion de la vida, que no puede pintar con colores fuera
de las líneas del dibujo. En un caso como el del protagonista de esta novela,
la maldición se ceba porque su padre echó demasiada sal a la tierra y su
hermano quemó los puentes tras de sí. Sin otro piso bajo sus pies que el de la
costumbre violenta, Cruz se ve empujado, sin ofrecer demasiada resistencia, hacia
un mundo donde parece estar lo peor que es capaz de construir el hombre: la
destrucción. Por allí campan los asesinatos, la tortura, las violaciones, la
explotación de mujeres, el tráfico de drogas, la venganza, la competición, la
avaricia, en definitiva, la maldad.
Pero
no se trata de una maldad que exhibe su poder para definir el destino del
mundo, no. No estamos hablando de empresas que se saben sacrificando poblaciones
enteras a cambio de enriquecerse unos pocos. Se trata de una maldad de
supervivencia, pues el pequeño mundo en el que vive Cruz está limitado por los
márgenes de las páginas, del libro, de lo que es cotidiano en unos seres a los
que apenas le llega al tobillo la condición de humanos. No abundan registros de
buenos sentimientos, intenciones de salvar vidas, consejos sobre cómo ayudar a
los demás. Las almas ya están en uno de los nuevos círculos del infierno y en
él se mueven como títeres que no siguen una trama.
Por
momentos da la sensación de una falta de plan previo por parte de Nicolás
Ferraro, pues la historia va transcurriendo de manera itinerante: un encuentro dirige
al protagonista en una dirección, hasta que en otro encuentro se ponga de
camino hacia un nuevo lugar. Y, sin embargo, tal y como terminará explicando,
siempre está presente el rol al que se debe, la herencia, el apellido, y una
cierta complacencia, tal vez genética, tal vez heredada, sin renunciar a un
aprendizaje sensorial, por lo violento, lo duro, la supervivencia extrema,
única y autónoma. En la novela se derrama sangre, si bien no se trata ésta de
la parte más siniestra que nos vamos a encontrar. Los muertos pueden antojarse
personajes de cartón. Sin embargo, uno no puede dejar de sentir un dolor en el
estómago cuando aparecen personajes femeninos y se delata su procedencia y su
destino.
Es
posible que no todos estemos condenados, que no todas nuestras vidas tengan un
guion previo. Esta novela es una advertencia, y también un esparcimiento, vehemente
y en carne viva, pero esparcimiento al fin y al cabo. Y eso no es algo que nos
sobre.
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